LA CUARTA LIBERACIÓN LATINOAMERICANA
En el siglo XVIII las medidas reformistas ilustradas (Reformas Borbónicas y Reformas Pombalinas) aplicadas por las monarquías de España y Portugal en sus colonias, buscando hacerlas eficientes y rentables en su calidad de tales, produjo un tsunami auténtico en la adormecida América. Una vez conjuradas las primeras reacciones indígenas ante la ocupación y colonización europeas, una suerte de letargo de casi dos siglos cayó sobre aquellas vastedades. Una especie de resignación, o aceptación de que no era posible enfrentarse a aquella calamidad de enormes proporciones que se había abatido sobre el mundo americano aborigen. En aquel letargo prosperó una nueva estructura social y económica, dominada por una élite criolla mestiza aunque sentimentalmente española o portuguesa...hasta que las reformas motorizadas desde las Metrópolis europeas vinieron a herir ese sentimiento. Cuando los criollos sintieron amenazados sus privilegios ante los peninsulares que venían a hacerse cargo de las más altas magistraturas coloniales, los cabildos se agitaron. Los patricios terratenientes y las oligarquías mercantiles urbanas se sintieron por vez primera más cercanos a los descontentos de otras clases sociales americanas.
Las rebeliones del siglo XVIII involucraron a indígenas, negros y castas, además de sectores criollos desconformes. Y sacaron a relucir el profundo odio anti-europeo incubado por siglos de sometimiento en aquellos sectores que no se sentían "blancos" ni querían serlo. Los criollos temieron haber despertado un monstruo que podría devorarlos a ellos mismos y, rápidamente, reaccionaron. Aliados a los peninsulares y apoyados en masas mestizas adictas que conformaban los ejércitos coloniales, ayudaron a reprimir las revueltas, xenófobas en algunos casos, casi mesiánicas en otros, de indios, negros y castas.
Dueños absolutos de la situación, los criollos de los territorios hispánico y portugués americanos, aguardaron el momento favorable para hacerse cargo de los gobiernos regionales. Esa situación se presentó en el siglo XIX. Los vientos de cambio se iniciaron a fines del siglo XVIII en Norteamérica y en Francia, al triunfar revoluciones antimonárquicas que instauraron repúblicas. Al invadir Napoleón la península ibérica, el movimiento juntista se expandió por América. Nuevamente los cabildos criollos se hacían cargo del autogobierno, apoyados por el régimen juntista provisional anti-napoleónico en la Metrópoli. Y ahora algunos grupos criollos (especialmente los sectores mercantiles urbanos) estaban dispuestos a romper los lazos coloniales. El apoyo internacional crecía, motivado por el ascenso de la potencia liberal burguesa británica, favorable a que no se retornara a un statu quo absolutista. Ni Londres, ni el naciente Washington, estaban dispuestos a apoyar intervenciones militares europeas en América. Y estaban dispuestos a conspirar para que tal cosa no suceda.
Las revoluciones independentistas hispanoamericanas y la del Brasil portugués mostraron ua divergencia dentro de las élites criollas. Por un lado estaban los grupos oligárquicos urbanos, con intereses económicos ligados con el extranjero, que preferían líneas políticas liberales o monárquicas; por el otro lado estaban los "caudillos" de extracción militar, los que debieron combatir en el frente y acaudillar las tropas compuestas de personas de todas las clases sociales, comprometidos con ideales republicanos y federalistas. La brecha se profundizó hasta el extremo de generar guerras civiles como la que enfrentó a la Liga Federal artiguista con el Buenos Aires unitario en el Río de la Plata. Pero estaba claro que ganarían aquellos procesos infiltrados por la poderosa maquinaria diplomática británica, que condujo a las nuevas repúblicas y monarquías latinoamericanas a integrarse en un modelo internacional de relaciones económico-políticas hegemonizado desde Londres. En ese modelo Latinoamerica cumplía el papel de proveedor de materias primas vinculadas al sector agropecuario al Mercado internacional. Supeditada a intereses foráneos las élites gubernamentales latinoamericanas se sometieron a un nuevo vasallaje bajo el predominio de Londres y sus "socios". Las naciones fueron casi brutalmente "modernizadas" y se abrieron las puertas a la masiva emigración europea, mientras los elementos nativos eran rápidamente desplazados o pauperizados. Los que no se avenían a esta realidad eran aislados e intervenidos. Únicamente hubo un proceso político que escapó con relativo éxito a esta coyuntura: la Revolución Mexicana (1910-1924).
La crisis del 29 se constituye en el detonante de la irrupción de nuevos modelos económico-político-sociales-culturales tanto en Europa como en Latinoamérica llamados fascismos y populismos. Un grupo progresista dentro de la clase media, asociado a la industria, impulsó reformas estructurales tendientes a quebrar el modelo de dependencia económica que ataba a las naciones latinoamericanas a las naciones centrales. De todos modos este proceso tiene antecedentes previos a la crisis del 29. En Uruguay ya se encuentra delineado en el llamado Primer Batllismo ( 1903-1929), en Argentina en el Yrigoyenismo radical (1916-1930) y en México en la Revolución Mexicana (1910-1924). La irrupción plena del populismo latinoamericano como fenómeno característico, constituyéndose en una respuesta directa al statu quo hegemónico planteado por las potencias económicas centrales, se da a partir del surgimiento de ciertos actores que se constituyen en líderes de movimientos sociales: Lázaro Cárdenas en México (1934-1940), Getulio Vargas en Brasil (1930-1954), Juan Perón en Argentina (1946-1955/1973-74). Ninguno de estos procesos se sustrajo al avance arrollador del intervencionismo norteamericano que, desde el '50 venía entrometiéndose en los asuntos internos de los Estados latinoamericanos. Los populismos y los procesos políticos izquierdistas fueron por regla general cercenados a través del método del golpe de Estado. En la década del 70 casi toda Latinoamerica estaba regida por gobiernos militares o militarizados bajo la consigna de la Doctrina de Seguridad Nacional. El único caso que escapaba a esta coyuntura era el de la Revolución Cubana, iniciada por Fidel Castro en 1959.
Los regímenes militares y los subsiguientes procesos democráticos de la década del '80 se mantuvieron bajo la órbita de las potencias hegemónicas y de los mandatos de las corporaciones financieras internacionales. En la década del '90 el neoliberalismo económico y las recetas del Fondo Monetario Internacional llevaron a Latinoamérica a una era de desequilibrios sociales y corrupción política sin precedentes. La ola de privatizaciones contribuyó al debilitamiento y quasi desmantelamiento de los ya de por sí enclenques estados latinoamericanos. La fiebre especulativa llevó finalmente al gran crack económico de 2001, que contaba con precedentes en 1989, 1994 y 1999. La llamada "crisis de la deuda" llevó al colapso a varios Estados. Y a un cambio de rumbo político fundamental.
Desde 1998 se produjo un masivo triunfo electoral de movimientos políticos integrantes del izquierdista-progresista Foro de Sao Paulo, fundado en 1990 por el PT brasileño.
En 1992 fracasó un intento de golpe de Estado en Venezuela, en respuesta a la aguda crisis económica que había llevado al "Caracazo" de 1989. Su autor era Hugo Chávez. En 1998 ganó las elecciones presidenciales. Estuvo en el poder hasta su fallecimiento el pasado 5 de marzo de 2013. Asumió el poder como presidente encargado su vice Nicolás Maduro.
El 1 de enero de 2003 llega al poder en Brasil el líder del Partido de los Trabajadores, Luis Inácio Lula da Silva. En 2010 es sucedido por la también integrante del PT, Dilma Rousseff.
El 25 de mayo de 2003 llegaba a la presidencia argentina el peronista Néstor Kirchner, con el apoyo de un dividido arco político al que solo lo unía el espanto por un nuevo triunfo de Carlos Menem. En 2007 fué sucedido en los comicios por su esposa Cristina Fernandez. Néstor Kirchner falleció el 27 de octubre de 2010.
El 1 de marzo de 2005 asume el cargo de presidente de la República Oriental del Uruguay el carismático líder de la coalición de izquierdas y progresistas Frente Amplio, Tabaré Vázquez. En 2010 es sucedido por otro frenteamplista, el también carismático José Mujica.
En 2006 llega a la presidencia de Ecuador el líder de la izquierdista Alianza PAIS, Rafael Correa. En 2013 obtiene su tercer mandato presidencial.
En 2006 asume la presidencia de Bolivia el líder del MAS (Movimiento al Socialismo), Evo Morales. En 2010 obtiene la reelección.
Entre el 15 de agosto de 2008 y el 22 de junio de 2012 Fernando Lugo, líder del Partido Demócrata Cristiano, integrante de una heterogénea Alianza Patriótica para el Cambio, gobierna en Paraguay hasta su destitución por un juicio político sumario. Lo sucedió su vicepresidente, Federico Franco, líder del centrista Partido Liberal Radical Auténtico. La destitución de Lugo motivó la suspensión de Paraguay como miembro del Mercosur.
El caso chileno merece un párrafo aparte. Desde 1990 hasta 2010 gobernó el país una coalición de partidos de izquierda, centroizquierda y centro llamada Concertación de Partidos por la Democracia. Al momento de producirse los virajes hacia la izquierda del resto de Latinoamerica, Chile contaba con una larga tradicion de gobiernos de ese tenor ideológico. En 2010 el candidato de la derecha Sebastián Piñera, obtiene el triunfo presidencial.
En 2011 asume la presidencia en Perú el líder del Partido Nacionalista Peruano y de la socialista-nacionalista Alianza Gana Perú, Ollanta Humala.
De este modo únicamente Chile, con Sebastián Piñera, y Colombia con Juan Manuel Santos se mantienen como regímenes de ideología "derechista" en una Sudamérica hegemonizada por una auténtica oleada política de signo contrario.
En Centroamérica tenemos a Daniel Ortega, líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional, electo presidente de Nicaragua en 2007. Fue reelecto en 2011.
En Cuba es electo presidente en 2008 por la Asamblea Nacional del Poder Popular, Raúl Castro.
En El Salvador gobierna desde 2009 Mauricio Funes del izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.
En Haití asumió en 2011 Michel Martelly, del partido Respuesta Campesina. Su posición ideológica es ambigua, si bien ha mostrado señales de acercamiento con Ecuador y Venezuela.
En el área de influencia directa de Estados Unidos predomina la derecha. El 1 de diciembre de 2012 el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, obtiene el triunfo electoral. La política mexicana mantiene el sesgo ideológico de centroderecha, pese a la ambigüedad política del PRI.
En Guatemala ganó las elecciones en 2011 el líder del conservador derechista Partido Patriota, Otto Pérez Molina poniendo fin al tímido intento socialdemócrata de Álvaro Colom, líder de Unidad Nacional por la Esperanza (2007-2011).
En Honduras el presidente electo en 2009 fue Porfirio Lobo, candidato del Partido Nacional. Las elecciones se convocaron tras la destitución por golpe de Estado el 28 de junio de líder del Partido Liberal Manuel Zelaya ante una orden de la Suprema Corte de Justicia, y su sustitución por Roberto Micheletti.
En Costa Rica la presidenta Laura Chinchilla Miranda electa en 2010, pese a pertenecer al ambiguo Partido Liberación Nacional, realiza una política de clara orientación conservadora.
En Panamá triunfó en 2009 el candidato del centroderechista partido Cambio Democrático, Ricardo Martinelli.
En República Dominicana Danilo Medina, candidado del centrista social-liberal Partido de la Liberación Dominicana, asumió en 2012.
Este panorama revela un cambio trascendental en América Latina. Tengamos en cuenta que los procesos políticos renovadores surgen en respuesta a la crisis política terminal del sistema neoliberal llevado a cabo por estructuras políticas tradicionales que ejercían el poder casi en exclusividad desde la fundación de las naciones latinoamericanas. Los nuevos procesos políticos viene a romper o conmocionar ese secular estado de cosas. También tengamos en cuenta que, en el plano internacional, asistimos a un rebrote del intervencionismo militar norteamericano en respuesta a los atentados terroristas a las Torres Gemelas y el Pentágono (11 de setiembre de 2001). En ese marco el régimen conservador republicano de George W. Bush relanza la iniciativa del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), que recibe un enérgico rechazo en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata en 2005 (donde además se autorizó oficialmente una "Contra-Cumbre" paralela).
Por otro lado se dió impulso al ALBA-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos), fundada en 2004 como un tratado bilateral venezolano-cubano. En 2006 se integró Bolivia, en 2007 Nicaragua y en 2008 Honduras. Este país se retiró en 2010 después de que fuera suspendido tras el golpe de Estado que derribó al presidente Zelaya. Dominica se integra en 2008 y los estados de San Vicente y las Granadinas y Antigua y Barbuda lo hacen en 2009. Ese año también ingresa Ecuador. En 2012 los estados de Santa Lucía y Surinam adquieren el estatus de invitados especiales, y Haití es integrado como observador. Otros tres países tienen esta misma categoría: Irán, Siria y Canadá.
Otra iniciativa impulsada por Hugo Chávez, junto al ALBA, es la alianza PETROCARIBE, un acuerdo de comercio petrolero fundada en 2004 y lanzada al año siguiente. La formaron: Venezuela, Cuba, República Dominicana, Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Dominica, Granada, Guyana, Honduras, Jamaica, Surinam, Santa Lucía, Guatemala, San Cristóbal y Nieves y San Vicente y las Granadinas. Honduras fué suspendida en 2009 debido al golpe de Estado contra Zelaya. En 2012 El Salvador solicita su ingreso a la Alianza.
La revitalización del MERCOSUR, fundado en 1991 por un tratado entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, se dió con la asociación otorgada a Chile, Colombia, Perú y Ecuador; y con la incorporación de Venezuela como miembro pleno en 2012. Ese año Bolivia firmó su adhesión para convertirse en futuro miembro pleno.
También se revitaliza la Comunidad Andina, fundada en 1969 con un tratado entre Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú y Venezuela. En 2006 se retiró Venezuela en protesta por los TLC que Colombia y Perú firmarían con Estados Unidos. En 2005 se asocian a la CAN los estados de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, mientras que en 2006 lo hace Chile.
En 2008 se estructura y organiza la UNASUR, fundada en una declaración de 2004. Jurídicamente entró en vigor el 11 de marzo de 2011. Integran este organismo doce Estados sudamericanos. Paraguay, último en ingresar, fué suspendido en 2012 debido a lo que todos los miembros de UNASUR consideran un golpe de estado institucional o golpe parlamentario que destituyó al presidente Fernando Lugo.
El 23 de febrero de 2010 se crea la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), con 33 países integrantes del Grupo de Río y la CALC. Se lo considera un avance conjunto con los esfuerzos de la ALADI (asociación Latinoamericana de Integración) fundada en 1980, y que cuenta con 14 miembros (Uruguay, Argentina, Brasil, Paraguay, Chile, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Panamá, Nicaragua, México y Cuba). También coordina con el SELA (Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe), fundado en 1975 y que está compuesto por 28 Estados miembros.
El bloque llamado Alianza del Pacífico, formalizado el 6 de junio de 2012, está constituído por Mexico, Colombia, Perú y Chile. Los países observadores son: Panamá, Uruguay, Costa Rica, Canadá, Guatemala, Paraguay, Japón, España, Australia y Nueva Zelanda. Muchos lo consideran una opción "moderada" o "neo-conservadora" a las otras iniciativas de ideología izquierdista-progresista latinoamericanas.
México integra el TLCAN (NAFTA), fundado en 1994, con Estados Unidos y Canadá. También existe el TLCRD-CA (DR-CAFTA), que entró en vigor en 2006, que liga a Estados Unidos con República Dominicana, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua. Estados Unidos ha firmado Tratados de Libre Comercio con Chile (2003), Perú (2009) y Colombia (2012).
Respecto a la CARICOM (Carribbean Community), fundada en 1973, se ha convertido en un escenario de disputa comercial entre Estados Unidos y Venezuela. De todos modos sigue siendo un espacio donde la influencia hegemónica estadounidense-británica es fundamental. Componen el CARICOM 15 miembros de pleno derecho: Antigua y Barbuda, Barbados, Belice, Dominica, Granada, Guyana, Haití, Jamaica, Montserrat, Saint Kitts y Nevis, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Surinam, Trinidad y Tobago y Las Bahamas (pertenecen a la Comunidad pero no al mercado común creado en su seno). Las Islas Vírgenes británicas, las Islas Turcas y Caicos, islas Caimán, Bermudas y Anguila son miembros asociados. Aruba, Colombia, Curazao, México, Puerto Rico, República Dominicana, Sint Maarten y Venezuela son países observadores.
Las proyecciones internacionales de los países latinoamericanos se complementan con la integración de México, Perú y Chile en la APEC (Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico), la integración de Chile y México en la OCDE y la integración de Argentina, Brasil y México en el Grupo de los 20.
Este panorama un tanto complejo de alianzas internacionales y de cambios en los gobiernos de Latinoamérica nos pintan un reordenamiento en lo geo-político y en lo geo-económico. Básicamente los regímenes neoliberales fieles a Estados Unidos y a los organismos internacionales de crédito, atados a las grandes corporaciones internacionales, fueron barridos y sustituidos por otros sistemas de gobierno de tendencia "izquierdista-progresista". En este reordenamiento Venezuela y Brasil parecen representar dos modelos algo distintos aunque claramente cooperativos. Venezuela constituye una línea "radical", en la que se encolumnan Cuba, Ecuador, Bolivia y Argentina. En cambio Brasil encarna una línea "moderada", que tiene sus seguidores en Uruguay y Perú.
Colombia, Chile y México puntean un bloque de tendencia "neo-conservadora", si bien claramente cooperador con la mayoría de países latinoamericanos. Mantiene sus relaciones con Estados Unidos, aunque no en el tono de "relaciones carnales" existente en los '90 durante la era neoliberal.
Se ha tendido a llamar "neo-populismo" al fenómeno político que domina en América Latina, comparándolo con el "populismo" de las décadas del '30, '40 y '50. Según estos análisis, ambos fenómenos responden a la misma lógica: se constituyen en respuestas a determinadas situaciones críticas y prosperan debido a subsiguientes recuperaciones de la situación internacional en lo que respecta al precio de las materias primas. La respuesta sería similar en los dos casos: se estructuran movimientos políticos de discurso izquierdista, centrados en la figura de un líder excluyente y carismático, que, en realidad, realiza una reestructuración del entramado capitalista burgués nacional. Basados en una retórica nacionalista, a veces militarista, aplican modelos económicos proteccionistas o estatistas. No constituyen una auténtica ruptura con el pasado, aunque se presenten a sí mismos como agentes de cambio revolucionario. Sus modelos terminan siendo una suerte de capitalismos nacionales o capitalismos de amigos, ejercen el poder de manera personal, corporativa y muy jerarquizada. Se dedican a controlar el sindicalismo. Realizan una activa propaganda, atacando a la prensa opositora. No profundizan en los cambios sociales, manteniendo a las masas populares en las que fundamentan su poder en un estado de dependencia que no se condice con los discursos de "gobierno del pueblo". Normalmente no realizan reformas agrarias y no suelen trascender el ámbito urbano, dejando en el virtual olvido o descuido a los sectores campesinos e indígenas (el único "populismo" que amplió su base abarcando efectivamente a campesinos e indígenas es el caso mexicano). Por esa razón estos regímenes terminan contando con oposición crítica tanto de los sectores conservadores de derecha como de los sectores de izquierda.
Quizá a estas explicaciones no les falte razón, pero sí les falta perspectiva. En la dialéctica político-social latinoamericana se produce una oscilación entre dos sectores de la élite desde un mismo comienzo. El resto de los sectores sociales simplemente ha jugado un papel de subordinación. Más allá de si hay grupos elitistas que se sienten identificados o no con aquellos grupos no europeos que constituyen la sociedad latinoamericana, las élites siempre son eurocéntricas. Una vez que se aplastaron las rebeliones indígenas, las élites latinoamericanas siempre tuvieron la iniciativa en los procesos "nacionales" y "nacionalistas" posteriores. Desde que, al producirse las rebeliones anti-reformistas en el siglo XVIII, terminaron ayudando a reprimir las revueltas de indios, esclavos negros y castas mestizas, los criollos asumieron la dirección total de los procesos políticos. Sólo entendiendo esta realidad es posible explicar la naturaleza de los fenómenos políticos latinoamericanos.
El criollo es el hijo bastardo del europeo conquistador. Quizá no tuvo verguenza alguna de su condición al principio, dado que la propia Corona española Habsburgo veía con buenos ojos la mezcla de las razas. Pero cuando la dinastía de los Borbones instauró un auténtico apartheid racial, los "españoles americanos" buscaron escapar a su origen. Se blanquearon a la fuerza recurriendo a toda clase de métodos, pero aun así no fueron aceptados. Se vieron obligados a recurrir a aquellas bases sociales de las que buscaban apartarse. Y muchos realmente se sintieron identificados con esas bases. Medio negros, medio indígenas, medio blancos, mestizos al fin, se pusieron al frente de las hordas que querían expulsar a los "godos" de aquellas tierras. Fueron los "caudillos", eternamente enfrentados a las oligarquías urbanas que no se sentían "mestizos" y que despreciaban a las castas inferiores y a los indios y a los negros. Los necesitaban pero no se identificaban con ellos. Por el contrario sus ojos siempre estaban vueltos a la vieja Europa.
Cuando los caudillos al frente de las hordas de gauchos, negros, indios, llaneros, mestizos de todo tipo, lograron las independencias, las oligarquías urbanas y la de los grandes terratenientes les dieron la espalda y se deshicieron de ellos. Nuevamente, viendo la oportunidad de ponerse a la par de los europeos y borrar su estigma de "bastardos", llevaron la "civilización" a aquellas tierras "bárbaras". Y abrieron las puertas a la sangre europea con la que buscaban mezclarse para borrar todo trazo de sangre negra o indígena que corriera por sus venas. Otros aceptaron su herencia "americana", los aportes de negros e indígenas a la conformación de su especial "raza" americana. Se declararon herederos de aztecas, incas, charrúas, guaraníes, etc. Pero a la vez se sintieron superiores a ellos y a los europeos, imbuidos de un sentimiento de superioridad heredero de las doctrinas nacionalistas positivistas-románticas.
El romance con Europa, coletazo de los dorados 20 en Latinoamerica, se terminó con la crisis del 29. Una parte de la burguesía urbana, heredera de la unión entre oligarquías y burgueses inmigrantes, promovió la reivindicación de las masas proletarias en vez del exterminio de las mismas. Esa fue la base de la mayoría de los "populismos" nacionalistas que prosperaron en el período de postguerra y durante la Segunda Guerra Mundial hasta los años '50. Parecían estar dadas las condiciones para intentar la creación de un capitalismo nacional y la industrialización que permitiera cortar con la dependencia agroexportadora. Pero tal cosa no ocurrió. El proceso fué interrumpido y desmantelado con una brutalidad extrema.
Durante décadas los Estados latinoamericanos se dedicaron a una suerte de suicidio sistemático, alentado desde el extranjero pero favorecido por las élites locales. En algunos casos fue una reacción similar a la que llevó a los criollos a volverse contra negros, indios y castas en el siglo XVIII. Ahora le llamaron el "peligro rojo", el "enemigo interno". Proletarios, campesinos, indígenas y sectores intelectuales simpatizantes con la nueva ideología fueron perseguidos, aniquilados, deportados, invisibilizados, borrados. De ese modo una cultura nociva se impuso en toda Latinoamérica: la del odio y el miedo. Pero de ningún modo debemos engañarnos y creer que fue totalmente impuesta desde afuera por un Estados Unidos que necesitaba alinear a toda América en su Guerra Fría contra la URSS y sus aliados. También fue alimentado desde dentro, por los mismos sectores egoístas que no querían perder el monopolio del poder y que no estaban dispuestos a ceder un ápice ante los "bárbaros". El egoísmo fue alimentado no solo desde las oligarquías poderosas, sino que fue apoyado por parte de las llamadas clases medias, las mismas que, forjadas durante los procesos "populistas" anteriores, temían volver a recaer en su condición de pobres y proletarios. Se sentían amenazados ante las turbas de "negros" y de "indios", y reaccionaron.
Pero la nueva situación llegó a un extremo insostenible. Las crisis periódicas llevaron a los países al borde de un estallido social sin precedentes. Primero determinaron la caída estrepitosa de las dictaduras militares, y luego provocaron el fin de los gobiernos democráticos bajo el signo de la derecha neoliberal. De ese modo quedó allanado el camino para la irrupción de nuevas estructuras políticas que buscan recomponer los entramados sociales destruidos por el gran desastre de 2001. Yo le llamo el Cuarto Intento de Liberación Latinoamericana. Pero no es tanto un intento de liberación de algún yugo extranjero, sino que es un intento de liberación de las propias cadenas internas. Un intento por hacerse cargo de su propio destino y superar las propias contradicciones. Un esfuerzo de auto-superación, de auto-trascendencia. En el tironeo continuo entre fuerzas hegemónicas internacionales América Latina terminó resignando mucho de su propia identidad. La falta de compromiso de sus pueblos y la suerte de inseguridad y complejo de inferioridad rayando en la sensación de impotencia de sus clases dirigentes, la dejó a merced de directivas internacionales. Quizá Latinoamérica empiece a retomar el rumbo que perdió hacia los años '50, pero el camino no parece fácil. La herencia maldita de las dictaduras y de la era neoliberal vive en las instituciones que conforman la sociedad latinoamericana. Vive en el día a día de las personas, en su vocabulario. Vive en los directores de instituciones educativas no electos por nadie y ejerciendo una suerte de poder absoluto y discrecional, vive en los medios de prensa que difunden muertes y asesinatos a la hora del almuerzo, vive en líderes de opinión inescrupulosos, en empresarios temerosos de perder un centavo. El odio y el miedo son los huevos de la serpiente que se incuban en nuestras sociedades esperando el momento para surgir y volvernos a sumergir en otra era de esclavitud. Esclavitud que muchísimos latinoamericanos anhelan, porque no desean en modo alguno la responsabilidad de la libertad. Siempre es más fácil que otros se hagan responsables, mientras yo (el don nadie latinoamericano que generaciones de condicionamiento histórico me han enseñado a ser) simplemente obedezco.
Comentarios
Publicar un comentario