MALVINAS (VI): LA CULTURA DEL REBAÑO Y LOS MITOS HISTÓRICOS




Nobleza obliga: reconocer que la expresión "cultura del rebaño" se la escuché decir al periodista argentino Ernesto Tennembaum.  Inmediatamente, la asocié a la frase de José Martí: "Hombre es aquel que estudia las raíces de las cosas, lo demás es rebaño". Los hechos desencadenados tras el último rebrote de tensión argentino-británico por la cuestión Malvinas, justo a 30 años del estallido de la Guerra que enfrentó a ambas naciones, me motivó a reflexionar sobre el papel de aquellos que pretendemos analizar hechos desde una perspectiva de la Historia como una ciencia. Pero además también desde una perspectiva "compleja" (aludo al llamado "paradigma de la complejidad") y no "simplista" de los procesos históricos. Tristemente he podido constatar cómo la visión compleja se desploma y la Historia vuelve a ser el instrumento (sutil instrumento) de tergiversación y justificación de causas políticas que es desde la creación de los Estados-nacionales europeos (así como antes fué mera exaltación de las Casas Reales europeas). De buena o mala fé los historiadores y analistas sociales varios se pliegan a los procesos coyunturales en los que están inmersos y militan a favor o en contra de causas nacionales o pan-nacionales. Los análisis de procesos históricos recientes se convierten con frecuencia en discursos demagógicos, retórica barroca,  donde las cuestiones coyunturales adquieren la firmeza de hechos incontestables.
Si es por esto último que afirmamos, la cuestión de Malvinas debería dejar de analizarse: la ONU reconoce el planteamiento argentino y, por ende, jurídicamente, es absurdo rebatir la postura argentina desde el punto de vista del Derecho Internacional. Punto. El consenso de la comunidad internacional respalda el reclamo argentino de descolonización del archipiélago desde la perspectiva de la integridad territorial de un Estado. Por ende, Gran Bretaña no tiene razón. Argentina sí. La doctrina de Utis Possidetis, esgrimida por Argentina, prima sobre la de soberanía por posesión efectiva. Y la doctrina defendida por Argentina, legitimada por las resoluciones de la ONU, se basa en la idea de antiguos derechos heredados a partir de su separación de la Corona de España como un Estado independiente.
Ahora bien, ¿qué es esto que acabamos de exponer arriba? ¿Un análisis histórico? Quizá. Pero simplista. Una clara muestra de simplismo. Muchos relatos pretenden que complejizar el problema de Malvinas es hacer retórica sobre los galimatías legales que fundamentan el brillante alegato jurídico armado y defendido por Buenos Aires ante los fueros internacionales. Pero retórica, por más inflamada de pasión que sea, no es complejidad: es simplismo disfrazado de complejidad. Es incapaz de integrar al otro como tal: lo integra como un contrincante, un opuesto, algo que debe ser rebatido o denostado. Y también es incapaz de elevarse por encima de las eventualidades que son rizos pasajeros en el océano de la Historia.
Porque, en definitiva, ¿qué son las resoluciones de la ONU sino consensos que obedecen a determinados procesos complejos? Y no estoy con esto dando la razón o quitándosela a nadie. Porque a un historiador, si le importa que las Malvinas sean argentinas o británicas, debería no anteponer sus prejuicios y pasiones que nublarán su análisis. Muchos suelen responder con otro simplismo: es imposible la total objetividad, no es posible sustraerse a las influencias del medio, subjetividades e intersubjetividades entre las que se mueve o está inmerso el historiador. Es claro que el esfuerzo por integrar a la multiplicidad y la multifocalidad en un análisis resulta mucho menos cómodo que rendirse a la tiranía de esa voz interior que susurra que "nosotros" (nunca "ellos") siempre tenemos razón. Y es incómodo por una razón: podría ser que la realidad sea muy distinta a lo que yo creía inicialmente, podría ser que yo esté equivocado. Y, claro, tal cosa (por más humildes que seamos) es inadmisible.
En esta serie de artículos hemos intentado plantear el problema de Malvinas buscando trascender la mera dialéctica de constructos técnico-jurídicos y acusaciones cruzadas enfrentadas. Hemos intentado dejar asentadas las tergiversaciones, pero quien busque una definición respecto a quién es el "auténtico" o "legítimo" propietario del territorio en disputa no lo encontrará en nuestras líneas. En primer lugar porque no queremos formar parte de la cultura del rebaño que, tal terrible fuerza de gravedad, atrapa a aquellos que analizan los fenómenos históricos (en especial el de la cuestión Malvinas). Más allá de mis simpatías o antipatías, más allá de mis compromisos con determinados ejes ideológicos, más allá de mis creencias y convicciones más profundas, me mueve un irresistible anhelo de libertad de consciencia, de trascender las limitaciones (incluso las más sutiles) del intelecto humano. Porque, en definitiva, somos mucho más que un hato de mezquindades y podemos ver más allá de los avatares superfluos y fatuos para desentrañar lo que se oculta detrás de los telones de engaño que nublan nuestros ojos.
En resumidas cuentas nuestra posición es que, admitiendo que la ONU apoya plenamente el reclamo argentino de soberanía sobre las islas Malvinas, no podemos dejar de subrayar que muchos de sus fundamentos son inexactos y muchas veces míticos. Eso no revierte en favor de la posición británica, pero entendemos claramente que la defensa acérrima de tales mitos históricos es vital para ambas partes. Tan vital es que cualquier intento de relativizar o analizar objetivamente el asunto es elevado a la categoría de "traición" a causas nacionales e históricas. Ambas partes defienden sus intereses en un contexto donde claramente la cancillería argentina y el gobierno que sostiene a sus funcionarios han sabido leer correctamente una vez más una coyuntura favorable a sus intenciones.
Respecto a la cuestión de la "usurpación" británica creemos que existió, pero que la usurpada fué España en todo caso. Las islas eran una posesión española que, una vez dislocado el Imperio Español en América, pasaron a ser reclamadas por el gobierno revolucionario de Buenos Aires (que se autoadjudicó la representación política de todo el Virreinato del Río de la Plata constituído como una nación independiente aún no organizada) y por Gran Bretaña (por razones geoestratégicas y de mero nacionalismo imperialista). En otras palabras: la posesión de las islas fué desde un principio una cuestión de afirmación nacionalista de una nación en construcción por un lado y de una potencia hegemónica por otro.
El motín del gaucho Rivero en modo alguno puede ser considerado una revuelta nacionalista antiimperialista.  En todo caso  se puede entrever una reclamación de derechos y una rebelión contra autoridades que incumplieron los contratos, pero de ahí a llevar tal acción al nivel de una revolución nacional al estilo de la revuelta de los Cipayos hindúes o de los irlandeses o de los bóers contra la autoridad británica  constituye un auténtico exabrupto. Las acciones bandoleriles de los gauchos se ejercían contra toda autoridad, sin distinción de banderas. Precisamente asumir que un gaucho defendía algún tipo de identidad supranacional por encima de sus propios intereses es desconocer mucho del pasado histórico regional. Algunos caudillos rioplatenses supieron utilizar tanto el espíritu díscolo como la lealtad gauchesca al líder (que seguía un patrón quasi feudal) para sus proyectos políticos de largo alcance. El gaucho Rivero simplemente lideró o formó parte de una acción bandoleril contra sus patrones y se apoderó de las despensas como objetivo básico de la rebelión. No hubo intención alguna de resitir al "invasor" inglés, excepto en la versión que muy posteriormente inventó cierta historiografía argentina y pan-rioplatense.
El quid de la cuestión está en que muchos creen que no se debe plantear claramente el asunto, porque se estaría apoyando uno u otro bando. La cultura del rebaño hace que no se vea bien aquella postura que no va con la corriente. Pero volvemos a subrayar que nuestra posición es la de complejizar los hechos y no utilizar una retórica disfrazada de complejidad para apoyar intereses y proyectos políticos. Aún cuando en el fondo sintamos simpatías por los mismos.

La historia de las islas es el cuento de dos monarquías opuestas, Inglaterra y España.
Es tiempo de pedir la paz y buscar un compromiso sin apresurar la victoria.
Al final, lo que verdaderamente importa es que no se derrame una gota más de sangre
en el altar de las aspiraciones imperiales de reyes requetemuertos.
ROGER WATERS.

ARTÍCULO ANTERIOR:
MALVINAS (V): EL IMPERIO CONTRAATACA

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