LA SEXUALIDAD HUMANA: ENTRE LA MONOGAMIA Y LA PROMISCUIDAD
La conducta sexual de nuestros ancestros ha sido objeto de amplios debates entre los científicos. En general existe un grupo conservador que defiende la idea de una monogamia original, que suele predominar en la visión envasada de nuestros ancestros que se enseña en las escuelas. Claro está que difícilmente esta idea romántico-cristiana se parezca a la realidad. Si bien la familia monogámica más o menos estable es la forma de unión más extendida entre los seres humanos en la actualidad, no es menos cierto que a lo largo del tiempo ha habido muchas otras.
Es cierto que en el ser humano la posibilidad de establecer un vínculo profundo y estable entre dos personas es una característica incluso biológica, pero también tiene base natural la tendencia a adaptarse a cualquier tipo de interacción sexual no estable.
Una de las líneas de evidencia que pueden aportar datos
significativos sobre la conducta sexual de nuestros ancestros es el reciente
estudio sobre las proteínas que diferencian las características del semen en
los antropoides. El
trabajo pertenece al Dr. Bruce Lahn de la Universidad de Chicago y su equipo de
investigadores en el Instituto Médico Howard Hughes, el cual fue publicado en
la revista Nature Genetics (edición del 7 de noviembre de 2004). En efecto se ha descubierto que en el caso del ser humano la
tendencia a una qasi-inactivación de dos proteínas llamadas semenogelina 1 y 2
podría deberse a cambios en la conducta sexual respecto a su ancestro común con
el chimpancé. Las semenogelinas, presentes en el chimpancé común, producen
espesamiento y solidificación del semen una vez eyaculado en la vagina de la
hembra. Tal característica se debe a la conducta sexual del chimpancé,
condicionada a la receptividad de la hembra que atrae a gran cantidad de machos
con los que copula. Ésta situación genera una competencia entre los machos por
ser el primero en fecundar a la hembra receptiva. En este caso el macho que
llega en primer lugar deposita el semen que se solidifica en la vagina de
manera de actuar como un bloqueador del esperma de los machos que copulen
posteriormente con la hembra. Un estudio realizado en Costa de Marfil ha
demostrado que las hembras prefieren copular con los machos cazadores que las
provean de carne, lo que introduce un factor social dentro de lo meramente
reproductivo.
Pues bien sucede que el semen humano es diferente del de los
chimpancés en el hecho de que las semenogelinas tienden a estar poco activas.
En este sentido podría ser que la conducta sexual de los humanos primitivos
evolucionó hacia una suerte de poligamia similar a la del gorila, debido a que
éste no posee semenogelinas en el semen. En efecto, en el caso de los gorilas
no existe competencia entre machos por fecundar a las hembras debido a que un
macho alfa tiene exclusividad sobre las hembras de un grupo. Una vez que un
macho asciende a la cúspide de la escala social mata a las crías de los otros
machos y asegura la exclusividad de la diseminación de sus propios genes.
Podría ser que los seres humanos primitivos evolucionaran en el sentido de una
conducta sexual mucho menos promiscua que la de los chimpancés.
Sin embargo sucede que el humano parece exhibir
características no presentes ni en chimpancés ni en gorilas, pero que si
aparecen presentes en los bonobos o chimpancés pigmeos. Se trata del hecho de
que su receptividad es durante todo el año y no circunscripta a períodos de
celo como en el caso de gorilas y chimpancés. Tal situación biológica ha
producido un sorprendente resultado en las conductas sexuales de los bonobo: el
sexo tiene una función primariamente social y secundariamente reproductiva. Se
practica en forma libre, pública y sin restricciones. La sociedad bonobo puede
ser definida como “matriarcal”: las hembras dominan colectivamente sobre los
machos y copulan libremente. No existe el infanticidio debido a que las hembras
utilizan el sexo para mitigar los conflictos: de este modo la colectividad de
machos opta por proteger a las crías, no existiendo la institución del macho
alfa.
La conducta sexual del bonobo parece ser una profundización
de la promiscuidad y de la importante función de las hembras (sobre todo las
hembras maduras) presente en las sociedades chimpancés. Debido a que el ser
humano evolucionó hacia la receptividad permanente igual que en el caso del
bonobo, muchos autores sospechan que el humano primitivo (descendiente de un
ancestro común con el chimpancé) tuvo una evolución similar. De este modo
parece más probable que los primeros homínidos australopitécidos, habilis y
ergaster conformaran bandas donde las hembras tenían un papel activo en las
tareas de espantar fieras para quitarles las presas (teniendo en cuenta que la
teoría del cazador inicial está en bancarrota) y que, por ende, también tenían
la iniciativa en lo que respecta a lo sexual. Quizá algunas especies de
homínidos donde la diferencia anatómica entre machos y hembras se parece a la
que existe entre los gorilas hayan desarrollado una conducta con tendencia a la
poligamia, con machos dominantes y territoriales. Pero también es posible que
simplemente se produjera una selección natural hacia los machos grandes porque
las hembras los preferían sexualmente. La teoría de la hibridación entre
especies humanas, que se viene abriendo paso lentamente como alternativa a la
de la diseminación de una única especie desde África, basada en las
evidencias genéticas respecto a la presencia de genes Neanderthal y Denisova en
el moderno sapiens, ha hecho pensar a algunos autores respecto al papel de las
hembras. En efecto, podría ser que existiera una interacción más activa de lo
previsto entre las hembras de Homo sapiens arcaicos y los machos de otras
especies que, anatómicamente, eran más grandes que los de su propia especie.
El descubrimiento de que el piojo púbico o ladilla que
afecta al humano deriva directamente del piojo púbico del gorila, produciéndose
la divergencia entre ambas especies de piojos hace 3,3 millones de años,
también sugiere que hubo contactos sexuales entre ambas especies. Nuestros
ancestros parecen no haber tenido problemas en relacionarse sexualmente con
otras especies afines.
La pregunta es:¿por qué en la mayoría de las sociedades
humanas modernas las conductas sexuales tienden a reprimir el factor social en
las mismas, cuando supuestamente nuestros ancestros evolucionaron en ese
sentido? Es como si la cultura humana hubiera ido en contra de la propia
naturaleza humana.
En realidad la respuesta está en la tendencia humana al
control masculino de la sexualidad femenina,
tendencia que se acentúa en la
etapa cultural estatal-civilizada. Contrariamente a lo que cree la antropología
de tendencia feminista, se ha constatado que desde la época de las sociedades
cazadoras-recolectoras no existía una total igualdad de sexos. En efecto, en
las sociedades koi-san y mbuti, ya se vislumbra una tendencia a un leve
predominio masculino, aun cuando las mujeres gozan de libertades como la de
procurarse muchos amantes. El monopolio masculino de la fabricación y
utilización de las armas, además de la superioridad física, termina dando al varón
autoridad en la toma de decisiones en las sociedades primitivas. En el caso de
una sociedad primitiva como la de los aborígenes australianos no existe la
igualdad de sexos y la superioridad masculina es notoria aún cuando la mujer
posee una independencia mayor que en sociedades civilizadas. Pero hay
documentación de que entre los melanesios y tribus amazónicas la sumisión
cultural de la mujer al hombre es total. Es conocida la homosexualidad de los
sambias de Nueva Guinea, sociedad guerrera y jerárquica donde la mujer es
considerada un ser inferior. Llegan incluso a establecer una suerte de
apartheid en el cual se excluyen a las mujeres de los espacios frecuentados por
los hombres.
Al menos el Homo sapiens primitivo parece un ser en
transición hacia una superioridad cultural de lo masculino sobre lo femenino,
pese a que durante mucho tiempo persistió un equilibrio quasi igualitario entre
ambos sexos. Este proceso llega a su culminación en la fase civilizada, cuando
se establece el control de lo masculino sobre lo femenino, iniciándose la
represión sexual e imposición de la monogamia estricta. De este modo, como
señala Marvin Harris en “Nuestra Especie”, la jerarquización sexual es fruto de
una selección cultural y no de una selección natural. La evolución biológica liberó
al ser humano del imperativo reproductor del sexo: la ley natural que liga al
sexo con la procreación y crianza de la prole. De ese modo la relación entre
los sexos cambió sustancialmente, dando libertad de acción a varones y mujeres.
En adelante los resultados de esa libertad de acción se tradujeron en
estrategias culturales para asegurarse la satisfacción pulsional y el éxito
reproductivo. Uno y otro sexo aprovecharon sus ventajas anatómicas para lograr
tales objetivos y controlar los resortes de las sociedades cada vez más
complejas de las que formaban parte. El resultado final, no obstante, fue una
notoria imposición de lo masculino sobre lo femenino, fase en la que se
encuentra aún la civilización humana. A pesar de la notoria liberación femenina
que se aceleró desde los cambios culturales en Occidente a partir de la década
del `60, no puede decirse que se haya sustituido o superado el paradigma
patriarcal. Basta con observar el papel que aun se le reserva a la prostitución
o los pruritos neuróticos que tabúan la sexualidad.
Fuentes consultadas:
http//www.hhmi.org/
http://www.news-medical.net/news/2004/11/08/14/Spanish.aspx
http://www.nature.com/ng/journal/v36/n12/suppinfo/ng1471_S1.html
Fuentes consultadas:
http//www.hhmi.org/
http://www.news-medical.net/news/2004/11/08/14/Spanish.aspx
http://www.nature.com/ng/journal/v36/n12/suppinfo/ng1471_S1.html
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