ENSAYO (II): INDIGENISMO LATINOAMERICANO
INTRODUCCIÓN
Quizá no
resulte nada nuevo lo que voy a proponer pero, si se considera lo que he
expuesto en mi trabajo anterior, “Identidad global e identidad
latinoamericana”, la cuestión adquiere un sentido algo original. Porque
precisamente la idea de la conformación de las identidades nacionales
latinoamericanas (y, en definitiva, la propia “identidad latinoamericana”) como
parte de una construcción permanente atravesada por los fenómenos “globales”,
merece una profundización en varios sentidos. La primera que intentaremos hacer
es en referencia a lo estrictamente étnico.
La realidad
étnica fundamental latinoamericana se nos presenta como un complejo juego
multi-factorial. América toda ha exportado al mundo una imagen de tierra de
oportunidades (tanto la
América anglosajona como la latina), donde conviven múltiples
culturas y colectividades de las más variadas procedencias. Hemos afirmado en
el trabajo ya citado, que la idea de ciudadanía nacional latinoamericana es un
poco el sustento básico de los Estados nacionales de la globalización moderna.
Es decir, Estados “abiertos”, multi-étnicos y multi-culturales.
Ahora bien,
nuestra propuesta es que lo latinoamericano (la latinoamericanidad) es
étnicamente una trinidad. Tres mundos enfrentados y, a la vez, mutuamente
contaminados unos de otros. Nos referimos al mundo afroamericano, el
indoamericano y el euroamericano; o, más coloquialmente, “negro”, “indio” y
“blanco”. Aquellos elementos étnicos contenidos en los gráficos como “Otros”
(chinos, japoneses y filipinos en México, Perú y Brasil, por ejemplo) no
desempeñan un papel “independiente” en el juego de los tres factores étnicos
que hemos indicado (al menos en nuestra opinión, y esperemos poderlo soslayar
en otro trabajo).
INDIGENISMO
El indigenismo
puede definirse más ampliamente como un movimiento político, cultural y
antropológico de valoración y afirmación de la identidad indígena como reacción
tanto al igualitarismo como al supremacismo (ambos originados en ámbitos
culturales y políticos europeos y eurocéntricos). Pero más específicamente se
trata de una auténtica política de Estado que procura la integración pero bajo
parámetros de autodeterminación, autonomía y respeto de la diversidad cultural,
de las comunidades indígenas dentro de los Estados americanos. Precisamente
Alejandro Marroquín en “Balance del indigenismo. Informe sobre la política
indigenista en América” (1972)-citado en http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/I/indigenismo.htm–
realiza la siguiente definición de indigenismo: “…política que realizan los
estados americanos para atender y resolver los problemas que confrontan las
poblaciones indígenas, con el objeto de
integrarlas a la nacionalidad correspondiente”
(la cursiva es nuestra). Por otro lado, el Instituto Indigenista Interamericano
aporta la siguiente definición: “…formulación política y…corriente ideológica,
fundamentales ambas para muchos países de América, en términos de su viabilidad como naciones modernas, de realización
de su proyecto nacional y de definición
de su identidad” ( la cursiva es nuestra).
De hecho el
indigenismo ganó terreno en los ámbitos políticos y sociales americanos a
partir de la labor del Primer Congreso Indigenista Interamericano de Pátzcuaro,
México, establecido en 1940, y del Congreso Nacional de Indios Americanos de
1943.
Desde otra
perspectiva el indigenismo adquiere la dimensión de auténtica ciencia social
asociada o no a la antropología. Este sesgo de carácter científico positivista
se dio especialmente en México asociado a una política oficialista del Gobierno
posterior a la revolución mexicana de 1910 (respecto a la integración del
“indio” en la nacionalidad mexicana). Imitado luego en el resto de
Latinoamérica se convirtió en un evidente sustento ideológico de políticas de
Estado “integracionistas” o “asimilacionistas”. Por esa razón el indigenismo
antropológico fue duramente cuestionado.
El indigenismo
ha evolucionado en lo ideológico a partir del desarrollo del concepto de
etnodesarrollo (que sustituye al llamado “indigenismo de participación”). Arze
(1990: 28-29, citado en http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/I/indigenismo.htm)
define el etnodesarrollo en los siguientes términos: "significa no una
alternativa tecnológica romántica, o una propuesta de ahorro en inversiones,
sino la posibilidad de abandonar los modelos homogeneizadores de desarrollo,
que avasallan y someten la diversidad, en beneficio de modelos plurales capaces
de proyectar toda la capacidad social del trabajo humano para un futuro más
justo". Esta postura ideológica no solo se plasma en los últimos Congresos
Indigenistas. También se concreta en el Parlamento Indígena latinoamericano de
Panamá (1987), la Comisión
Especial de Asuntos Indígenas (CEAIA) de 1990 y la en la constitución
del Fondo para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas de América Latina y el
Caribe
durante la Cumbre Presidencial
de Guadalajara de 1991. El 13 de
setiembre de 2007 la Asamblea General
de las Naciones Unidas (sesión 61) sancionó la Declaración de
Derechos de los Pueblos Indígenas. Significativo resulta el hecho de que
consiguió aprobarse, tras muchas marchas y contramarchas, con el consenso de 143
naciones. Cuatro votaron en contra: Nueva Zelanda, Canadá, Australia y Estados
Unidos. Once se abstuvieron: Colombia, Rusia, Ucrania, Georgia, Azerbaiján,
Bhután, Bangladesh, Kenya, Nigeria, Samoa y Burundi.
En este
sentido el antecedente de una política indigenista no puede ser menos negativo:
se trata de la política paternalista y segregacionista practicada por la Corona española durante el
período colonial en América. De hecho algunos autores como Henri Havre y Andrés
Aubry (citados en http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/I/indigenismo.htm)
consideran al indigenismo como una política que apunta a la destrucción de las
identidades nativas para integrarlas en una cultura nacional homogénea. El
término indigenismo aparece, desde esta perspectiva, ligado a políticas de
colonialismo interno desarrolladas por sectores no indios (o indios captados o
cooptados por el sistema político-cultural dominante). Por esa razón muchos
autores procuran reivindicar el concepto de “indianismo” (Matos, Bonfil, Barre,
entre otros) como alternativa al “indigenismo” a la hora de sostener políticas
de reivindicación de lo indígena en América. Por cierto que el propio
movimiento indigenista ha adoptado las tesis que postulan la revalorización de
lo indígena desde una perspectiva multi-étnica y multi-cultural, cuestionando la
integración a los estados nacionales desde una posición subordinada a la
cultura occidental predominante.
En todo caso
ambos conceptos (indigenismo e indianismo) parten de un término cuya definición
dista mucho de estar consensuada: “indio”.
EL “INDIO” AMERICANO
El término
“indio” deriva de una ya tradicional confusión: los descubridores europeos
creyeron inicialmente haber llegado al Asia, más específicamente a la India (o las Indias). Por
esa razón denominaron Indias Occidentales al territorio americano aun a pesar
de que pronto se supo que se trataba de un continente que se les había
atravesado en su derrotero hacia las verdaderas Indias. Con todo, los
habitantes originales de estas tierras fueron denominados genéricamente
“indios”.
En primer lugar
vamos a subrayar el hecho de que la identidad de “indio” se la confieren los
colonizadores a los nativos de América. Es preciso recalcar que, en modo alguno
existía una previa identidad común de las distintas etnias que proliferaban a
lo largo y a lo ancho del continente. La identidad de “indígena”
(específicamente como “indio americano”) se construye a partir de la oposición
a lo europeo o foráneo. Y también se construye desde lo europeo. Se trata de la
apropiación e interiorización de un término de origen foráneo para definir (o
más bien redefinir) un complejo étnico o supraétnico.
El concepto de
“indio” engloba una compleja red de significados: desde lo étnico-racial,
pasando por lo étnico-cultural, hasta lo socio-económico. Empecemos por la definición “oficializada” en
el II Congreso Indigenista Interamericano de Cuzco, Perú (24 de junio a 4 de
julio de 1949): “El indio es el descendiente de los pueblos y naciones
precolombinas que tienen la misma conciencia de su condición humana, asimismo
considerada por propios y extraños, en sus sistemas de trabajo, en su lengua y
en su tradición, aunque éstas hayan sufrido modificaciones por contactos
extraños (...). Lo indio es la expresión de una conciencia social vinculada con
los sistemas de trabajo y la economía, con el idioma propio y con la tradición
nacional respectiva de los pueblos o naciones aborígenes" ( Actas finales
de los Tres Primeros Congresos Indigenistas, 1959; pág. 86-87).
La definición
arriba expuesta prioriza los aspectos étnico-culturales sobre lo
socio-económico, y enfoca la cuestión desde la perspectiva de la propia
consciencia o identidad indígena. Este aspecto no es menor, ya que se ha
subrayado más de una vez que no es tenida en cuenta la “autoidentificación”
como criterio de inclusión o no de las personas en determinadas naciones
indígenas. Precisamente la relación de pertenencia obedece a parámetros no
siempre reducibles a lo estrictamente socio-económico o, incluso, étnico-racial
o lingüístico.
Sobre este
último punto la cuestión se torna un tanto espinosa. Los vetustos criterios de
clasificación racial pretendían la existencia de una raza amerindia. Más
adelante se decidió incluir a los aborígenes americanos en el contexto de la
llamada raza mongoloide. De más está decir, en primer lugar, que no solamente
está en tela de juicio el concepto mismo de raza, sino que incluso aquellos
autores partidarios de la existencia de las razas (Birdsell, Ibarra Grasso)
impugnan la pertenencia de los amerindios a la raza mongoloide. Los modernos estudios
genéticos sugieren que, en todo caso, se trata de pueblos de orígenes diversos
(australoides, melanesoides, paleocaucasoides, paleomongoloides…).
El problema de
la definición del “indio” ha sido abordado desde la perspectiva antropológica,
en especial desde la antropología mexicana, a través de dos enfoques: el
culturalista y el economicista. Ambas posturas parten de una concepción
dualista del problema: es decir, se trata del enfrentamiento de dos modelos. En
el sentido culturalista, el indio se define como un modelo cultural tradicional
“atrasado” respecto al modelo cultural moderno occidental. En el sentido
economicista lo “indio” se define como un modo de producción atrasado (feudal,
neolítico, precapitalista) respecto al modo capitalista. Estas posturas fueron
contestadas por un tercer enfoque que pretende una redefinición de las
identidades nacionales latinoamericanas partiendo desde una perspectiva
pluri-étnica y pluri-cultural superadora de la antinomia cultural-económica
arriba expuesta (“Indianidad y descolonización en América Latina: documentos
de la Segunda Reunión
de Barbados”, México, Nueva Imagen, 1979).
Precisamente
las críticas profundas a las primarias tesis indigenistas, sustentadoras de los
modelos de integración del indígena (previa “mestización” social, cultural,
económica y biológica) en las nacionalidades latinoamericanas, han propiciado un
resurgimiento étnico de los pueblos indígenas. Resurgimiento en el sentido de
una revalorización de los mismos que, no obstante, dista mucho de haber
superado la situación de marginación y pobreza en la que aún están sumergidos
en la mayor parte de los países de toda América.
LO INDÍGENA COMO EL “AUTÉNTICO PASADO”
En su trabajo
“Nacionalismo e indigenismo: la búsqueda de un pasado auténtico” (http://www.tau.ac.il/eial/I_2/smith.htm),
Anthony D. Smith, de la London School
of Economics, sostiene que muchos movimientos nacionalistas (no solo los
latinoamericanos) recurren a su pasado aborigen a la hora de legitimar su
identidad en relación (o como reacción) a una intromisión hegemónica. Eso a
pesar de que ese pasado aborigen continúe siendo avasallado. Precisamente Smith
habla de una paradoja existente en el nacionalismo: por un lado recurre al
pasado como forma de legitimarse pero a la vez lo rechaza como parte de lo
“bárbaro”, “arcaico” o “atrasado”. En esa ambigüedad del nacionalismo el
“indio” aparece envuelto en una tragedia auténtica: se lo usa para legitimar un
supuesto patriotismo y, a la vez, se lo niega como parte de un oscurantismo que
se pretende superar.
Tal realidad
es aún más evidente en aquellas nacionalidades donde lo “indio” fue suprimido
como entidad étnica. Es el caso de la República Oriental
del Uruguay, un Estado construido tras un largo y penoso proceso de
autoafirmación identitaria. En ese proceso los elementos aborígenes
desempeñaron un rol fundamental. Pero una vez establecido como una entidad organizada
el Estado Oriental reaccionó sobre los dos elementos constitutivos del mito
nacionalista vernáculo: el gaucho y el indio. En aras de la modernización
determinó la muerte étnica (o etnocidio) de tales elementos. A posteriori, con el desarrollo de una
historiografía nacionalista se construye un discurso de corte romántico-positivista donde las
raíces de la identidad oriental son, precisamente, el indio (más
específicamente el charrúa) y el gaucho. Aún a pesar de que, paralelamente, se
instala la creencia en el país “sin indios”, mito de carácter tranquilizador
orientado a atraer la inmigración europea.
El esfuerzo de
las naciones latinoamericanas por afirmarse como “distintas” y, a la vez,
“iguales” a (o “a la altura” de) las naciones europeas occidentales plantea
esta ambigüedad característica. El resultado es diferente dependiendo del caso
específico que abordemos. En líneas generales podemos distinguir dos tipos de
soluciones: una orientada a resaltar el factor del “mestizaje”, otra orientada
a exaltar lo “blanco criollo”.
El primer tipo
de soluciones nacionalistas se da en aquellos países latinoamericanos donde la
presencia de “indios” y/o “negros” es importante. El segundo tipo de
soluciones, en cambio, es típica de los países donde el elemento “blanco” es
mayoritario desde el período colonial. Pero debemos aclarar dos cosas sobre lo
que hemos planteado: en primer lugar, que las categorías señaladas (“blanco”,
“negro”, “indio”) se construyen siempre en base a la percepción de sí mismos de
los colectivos, no a criterios etno-biológicos; en segundo lugar, que ambas
soluciones se dan tomando como referencia etno-cultural al “blanco europeo”. Es
decir, que tanto la construcción nacional latinoamericana realizada sobre el
elemento mestizo como la hecha sobre el blanco “criollo”, en última instancia
legitiman la “superioridad” de lo europeo-occidental como eje identitario.
IDENTIDAD
INDÍGENA
En Argentina
los censos de población hasta la década del `90 registraban un bajísimo
porcentaje de población indígena. En la actualidad, sin embargo, la cifra se ha
acrecentado considerablemente. La razón está en el hecho de que ha aumentado la
cantidad de personas que se identifican como indígenas, no que ha crecido
vegetativamente la población indígena. Sobre todo durante las décadas del ´70 y
´80 la autoidentificación como aborigen significaba un auténtico estigma para
el individuo. Hasta 1994 la legislación argentina no amparaba derechos
comunitarios ni reconocía las identidades indígenas.
Mencionamos el
caso argentino porque es un claro ejemplo de que un elemento fundamental para
determinar la pertenencia de alguien a una categoría étnica-social es la
autoidentificación (el sentido de pertenencia). La revalorización actual del
“indio” ha producido un curioso incremento de personas que se identifican como
tal en los modernos censos. Incluso en la República Oriental
del Uruguay, país “libre de indios” hasta no hace mucho tiempo.
La cuestión
indígena dista mucho de estar solucionada en América Latina. Aún a pesar de que
un país, Bolivia, presenta la peculiaridad de que un indígena étnico logró
llegar a la presidencia: Evo Morales. El suceso es nuevo en muchos aspectos, si
bien tiene antecedentes. Por ejemplo el líder mexicano Lázaro Cárdenas o el
también presidente mexicano Benito Juarez fueron de origen indígena. América
Latina presenta varias personalidades de etnia indígena que llegaron a ser
relevantes (desde la Premio Nóbel
de la Paz maya
guatemalteca Rigoberta Menchú hasta el magnate del estaño boliviano Simón
Iturri Patiño). No obstante la condición social del “indio” no mejoró en
absoluto.
Las
condiciones de marginación en la que viven las comunidades aborígenes en
Argentina, Brasil, Perú o México los convierten aun en la actualidad en
víctimas de toda clase de atropellos y males endémicos: enfermedades, pobreza,
desnutrición, violencia represiva, desplazamiento forzoso de sus tierras
ancestrales, drogadicción…Los gobiernos siguen relegando a segundo plano (o
peor: ignorando olímpicamente) los reclamos muchas veces airados de las
comunidades respecto a la continua violación de sus derechos más elementales
por parte de trasnacionales (madereras, petroleras, mineras…) e incluso simples
ciudadanos que no consideran compatriotas suyos a los representantes de pueblos
originarios.
La parte
“india” de la trinidad étnica latinoamericana arrastra una carga que le viene
del pasado: la de ser representante de una panoplia de pueblos originarios que
fueron sometidos, aculturados, redefinidos y, luego, relegados a un papel
subordinado dentro de una cultura hegemónica. Su identidad no fue reconocida
dentro de las nuevas nacionalidades y debieron hacerse a un lado o aceptar los
distintos tipos de muerte étnica que la nueva cultura dominante les imponía.
BIBLIOGRAFÍA
Y PÁGINAS WEB:
Marroquín, Alejandro: “Balance del indigenismo.
Informe sobre la política indigenista en América”. Instituto Indigenista Interamericano.
México. 1972 http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario/I/indigenismo.htm–
“Actas finales de los Tres Primeros Congresos
Indigenistas Interamericanos”, Ciudad de
Guatemala: Publicaciones del Comité Organizador del IV Congreso Indigenista Interamericano.
1959
“Indianidad
y descolonización en América Latina: documentos de la Segunda Reunión de
Barbados”, México, Nueva Imagen, 1979
http://www.tau.ac.il/eial/I_2/smith.htm. Smith,
Anthony D.:“Nacionalismo e indigenismo: la búsqueda de un pasado auténtico”.
Ibarra Grasso, Dick Edgar: “Breve historia de las
razas de América”. Editorial Claridad S.A. Buenos Aires. 1989
Derechos parcialmente reservados. Se puede reproducir citando la fuente.
que puta mierda
ResponderEliminar