SEGUNDA PARTE - EL IMPERIALISMO BRITÁNICO Y FRANCÉS EN LA GUERRA GRANDE: SU INCIDENCIA EN LA CONFORMACIÓN DE LA NACIONALIDAD ORIENTAL 1838-1952
LA ANTESALA DE LAS
INTERVENCIONES
El 18 de
diciembre de 1835 Juan Manuel de Rosas decidió promulgar la primera de las
leyes de aranceles de Aduana. ¿Qué lo llevó a tomar tamaña decisión, habida
cuenta de que, hasta entonces, no había hecho nada para tocar los intereses de
la élite terrateniente ligada a los intereses comerciales británicos y la
doctrina librecambista defendida a ultranza por éstos?
La decisión de
Rosas lo colocaba directamente en la mira de Europa, y lo ligaba con un
antecedente muy incómodo para el statu quo internacional y regional: el
proteccionismo artiguista de 1815.
No obstante,
las reacciones originalmente fueron disímiles. Gran Bretaña no pareció acusar
recibo alguno. El cónsul Griffiths, de hecho, hasta le encontró aspectos
positivos en lo que respecta al desarrollo del “interior” de la nación en
construcción. Claro está, Gran Bretaña gozaba de una fase de auge económico y,
además, del privilegio de nación más favorecida que le correspondía por el
Tratado de Comercio de1825. El gobierno de Londres y la élite banquera y
empresarial de la City
no tenían nada en contra del Restaurador. La Ley de Aduanas no prohibía a los extranjeros
ejercer el comercio en el mercado interno; y, además, Buenos Aires pagaba en
tiempo y forma la deuda contraída por el gobierno de Bernardino Rivadavia
(1826-27) con la Baring Brothers.
En esencia no se habían tocado los intereses británicos en la Confederación.
Pero el año de
1836 y el de 1837 marca un ciclo recesivo para la economía británica. Y justo
en ese entonces se recrudeció el proteccionismo del régimen de Rosas. El 4 de
marzo de 1836 se establece por ley un impuesto del 25% sobre las mercaderías
que no pasaban por el puerto de Buenos Aires y sí lo hacían en “cabos adentro”. La medida atacaba
directamente a las provincias del Litoral (o Mesopotamia), a Montevideo y a
Francia. En efecto, los comerciantes franceses venían haciendo un pingüe
negociado introduciendo mercaderías en la Confederación previo
desembarco de las mismas en el puerto de Montevideo. Ese circuito comercial
quedaba truncado ya que Francia no tenía los privilegios de los que gozaban los
británicos en el puerto de Buenos Aires.
Pero hubo un
par de medidas rosistas que provocaron inquietud en Londres. El 30 de mayo de
1836 se decreta la disolución del Banco Nacional, el cual es sustituído por una
comisión fiscal establecida en la
Casa de la Moneda. Y el 31 de agosto de 1837 se prohíbe la
exportación de oro y plata. También hubo nuevos reforzamientos en los
aranceles. Este último paquete de medidas afectaba directamente los intereses
británicos en el Río de la Plata
pero la diplomacia, pese al descontento de los súbditos anglo-argentinos, no se
movió de su posición de neutralidad.
Pero Francia
en ese entonces no era proclive a indulgencias. Desde la instauración de la
monarquía de Luis Felipe de Orleans tras la revuelta liberal de 1830, el
régimen se había sostenido a través de una política peligrosa que intentaba
satisfacer los ímpetus agresivos de un Parlamento dominado por el radicalizado
Thiers y, a la vez, contemporizar con Londres. En el momento de producirse la
crisis entre Francia y el gobierno de Rosas, el duelo internacional entre Lord
Palmerston y Thiers volvía a poner a Europa casi al borde de la guerra.
Luis Felipe no
podía mostrar debilidad ante un régimen que pisoteaba abiertamente los derechos
de súbditos franceses y los de la propia nación francesa. Las medidas
proteccionistas, el maltrato a ciudadanos de origen francés y la entrada de
Buenos Aires el 19 de mayo de 1837 en la
guerra entre Chile y la Confederación
Peruano-Boliviana llevaron rápidamente a la ruptura de relaciones.
Rosas se mostraba hostil a gobiernos “amigos” de Francia. El líder de la Confederación
Peruano-Boliviana, Andrés de Santa Cruz, tenía buena prensa
en París (había recibido el collar de la Legión de Honor por parte del gobierno galo)
debido a que había suscripto un tratado comercial con Francia.
Pero un
episodio que encendió la indignación de la opinión pública parisina fue el
arresto del litógrafo César Hipólito Bacle, acusado de proporcionar mapas de la Confederación
Argentina al gobierno de Santa Cruz. Las noticias de los
maltratos inflingidos a tan ilustre ciudadano, además de otras referidas a
levas forzosas de ciudadanos franceses para el ejército rosista, movieron a
Francia a realizar exigencias.
Por intermedio
del vicecónsul Roger el gobierno galo elevó una protesta formal a su par de
Buenos Aires exigiendo satisfacciones y, además, la suscripción de un acuerdo
comercial similar al que Inglaterra tenía con las Provincias Unidas. Al recibir
un rotundo rechazo por lo improcedente de tal solicitud, el vicecónsul se
retira a Montevideo el 9 de febrero de 1838. Es el inicio del conflicto de la Confederación con
Francia. El día 28 de ese mes una flota francesa arriba al Río de la Plata.
Londres
mantuvo distancia en el conflicto. Al parecer simplemente especulaba sin
ponerse del lado de ningún bando. Es lógico suponer que las medidas
proteccionistas de Rosas no tenían buena prensa en la City. Tampoco
debemos perder de vista elo hecho de que Francia estaba ligada en muchos
aspectos (económicos, geopolíticos) a la Gran Bretaña desde 1815. El
régimen de Luis Felipe de Orléans (la Monarquía de Julio) buscaba siempre no herir las
relaciones diplomáticas cordiales que existían entre ambos gobiernos. Prueba de
ello es la no intervención francesa en la cuestión belga (1830-36) por expresa
indicación de Londres.
LA PENETRACIÓN BRITÁNICA
EN EL RÍO DE LA PLATA
Ya hemos visto
en la primera parte de este trabajo cómo la Revolución Agrícola
de fines del siglo XVII a la primera mitad del XVIII, catapultó a Gran Bretaña
a la vanguardia de las naciones de Europa en lo económico, político y cultural.
En ese período los ingleses arrebataron la hegemonía marítima a holandeses,
franceses, portugueses y españoles, convirtiéndose además en árbitros de
Europa.
El producto de
su intervención en la Guerra
de Sucesión Española les valió, en los Tratados de Utrecht, ganar la absoluta
supremacía en los mares. Pero, además de ensanchar considerablemente sus
territorios americanos, penetraba económicamente en Hispanoamérica (“asiento” o
monopolio del tráfico de esclavos, y “barco de permiso” para introducir
mercaderías inglesas en las colonias españolas de América).
A partir de
ese momento, la influencia que Gran Bretaña ejerce en Hispanoamérica y en el
Brasil portugués serán decisivos. A través de éste último, Londres presiona a
España por varios frentes. De hecho es activo participante a favor de Portugal
en la Guerra
de Río Grande (1776-77); aunque deberá retirarse de esta contienda debido al
estallido de la Guerra
de las Trece Colonias.
El episodio de
la independencia de las colonias de Nueva Inglaterra produce una fractura y
crisis en el Imperio Británico. El sistema del mercantilismo comercial (que
toma forma en los tiempos de Cromwell) colapsa y comienza a ser sustituido en
la práctica por ideas liberales. Luego se impondrá en lo político el sistema
liberal. A su vez empieza a experimentar la Gran Bretaña la acelerada
Revolución Industrial que la colocará a la vanguardia del mundo, una vez más, en
el siglo XIX. Pero antes deberá sortear el terrible escollo de la Revolución Francesa
y su producto: Napoleón.
En este
momento de dificultad la cuestión americana (y sobre todo la rioplatense)
volvió al tapete en Londres. Desde los tiempos de Cromwell se acariciaba la
idea de intervenir a favor de los movimientos autonomistas hispanoamericanos.
Pero las vicisitudes de la política de equilibrios en Europa aconsejaron
recurrentemente la cautela: Londres no estaba en condiciones de desatar guerras
demasiado costosas. Finalmente, el bloqueo continental napoleónico animó al
conquistador de El Cabo, sir Home Popham (amigo del general venezolano
Francisco Miranda), a tentar la conquista militar del Río de la
Plata. La acción contó con un cauteloso
apoyo de Londres, si bien finalmente la escuadra de Popham quedó librada a su
suerte y en 1807 la reacción de las milicias locales expulsó a los invasores.
En 1807 Lord
Castlereagh eleva al Parlamento un memorándum donde aboga a favor de una política
de no malgasto de recursos en invasiones militares en América. La conveniencia
para Londres pasa por apoyar los
autonomismos locales hasta lograr la independencia de los virreinatos. De este
modo la política de Castlereagh, portavoz de los intereses de la poderosa élite
financiera de la City,
se impone sobre el belicismo representado por Lord Wellington.
George Canning
continúa la “política latinoamericana” de Lord Castlereagh. Durante su gobierno
se celebran los reconocimientos de independencia y firma de tratados
comerciales con los virreinatos independientes. Nótese que Londres no abogó por
ninguna “balkanización”, teoría expuesta ,entre otros por Vivián Trías. En
realidad suponer que Gran Bretaña impuso la descomposición en partes de un
“monstruo” que se extendía por Centro y Sudamérica es, como mínimo, una utopía.
La realidad de estados gigantes basados en las estructuras virreinales se
imponía desde el vamos. Y precisamente la política británica tendía a preservar
la integridad de tales estructuras.
En 1823 son enviados cónsules a Lima, Santiago y
Buenos Aires. A éste arribó Woodbine Parish, pariente de los hermanos Parish
Roberton. En 1825 logra la suscripción del Tratado de Amistad, Comercio y
Navegación con el gobierno de las Provincias Unidas, que incluye la clúsula de
nación más favorecida y la imposición de la supresión de la esclavitud.
Durante la
crisis bolsística de 1825 se celebró una reunión en la London Tavern entre
representantes de las bancas Rotschild y Baring. En esa reunión se estableció
un pacto de no agresión y reparto o delimitación de áreas de influencia: Brasil
quedó reservado para Rotschild y el Río de la Plata para Baring Brothers. Lo cierto era que los
intereses Baring habían sido introducidos unos años antes a través de los
hermanos John y William Parish Robertson, contactos de David Parish en Buenos
Aires. Éstos, junto a ricos comerciantes bonaerenses, actuaron como
intermediarios en el famoso empréstito gestionado por el presidente Bernardino
Rivadavia (1826-27). Precisamente los hermanos Parish Robertson y sus “amigos” (Sáenz Valiente, Riglos,
Costa, Castro…) fueron los únicos beneficiados en esa operación. El dinero del
empréstito se utilizó en su mayoría para intentar salvar de la quiebra al Banco de Descuento, cosa que no logró.
Dicho Banco quebró y terminó fusionándose con el Banco Nacional, que quedó en
manos de los mismos accionistas ligados al capital e intereses británicos del
Banco de Descuento.
El Banco
Nacional financió la guerra contra el Brasil de 1827-28 (la que llegó a término
con mediación británica y debiendo reconocerse la independencia de la Banda Oriental) y, finalmente,
fue cerrado por orden de Rosas. Esto significó un claro golpe contra los
intereses británicos en la región.
No obstante,
el gabinete liberal (whig) de Melbourne, se mantuvo neutral en el conflicto. Las
cosas comenzaron a cambiar a partir del acceso al poder de los tories
(conservadores) el 28 de junio de 1841. El gabinete de Robert Peel en realidad
no tocó la política librecambista de sus antecesores; de hecho Disraeli llegó a acusarlo de “traidor”. Pero el nombramiento
de Lord Aberdeen al frente del Foreign Office sí imprimió un giro a la política
exterior británica en el Río de la
Plata.
8000
ciudadanos británicos residían en Buenos Aires y en provincias. Más de 50 firmas comerciales
inglesas hablan a las claras del peso económico y social de la colectividad
británica en el territorio de la Confederación. Poseían
un club exclusivo y dos templos (uno anglicano y otro presbiteriano). Esta era
la razón principal para la renuencia británica a intervenir. No obstante ello
en Buenos Aires se consideró una agresión al Estado la incorporación de las
Malvinas por los británicos en 1833. La acción generó tal ola de indignación
que se constituyó en uno de los hechos que prepararon el camino para el segundo
advenimiento de Rosas al poder.
Gran Bretaña
no consideraba al gobierno de Rosas como hostil. Y de hecho reconocía el
régimen de Oribe (aliado de Rosas) como legítimo gobierno del Estado Oriental.
En realidad no tenían motivos de quejas: el comercio bilateral no se vio
afectado. Tampoco estaban obligados los residentes británicos al servicio
militar (mientras que sí lo estaban el resto de los extranjeros). Es notorio
que los ingleses se opusieron al bloqueo francés de Buenos Aires en 1838. La
política de Rosas, sumamente astuta, de prohibir la exportación de oro y
suspender el pago de la duda a la Baring
Brothers, empujó a Londres a protestar a Francia. En ese
entonces Francia estaba ocupada en dos frentes: la cuestión del Río de la Plata y la “cuestión de
Oriente”(Argel). Palmerston amenazó con la guerra de forma categórica. Francia
debió levantar el bloqueo de Buenos Aires y concentrar sus fuerzas en el
Mediterráneo, priorizando su política intervencionista en Argel.
EL REGRESO DEL RESTAURADOR
Como
anteriormente en 1829, Rosas fué aclamado como salvador de la nación. Se le
adjudicaron poderes extraordinarios en 1835. El país estaba gravemente
endeudado (con súbditos británicos y con el Gobierno británico) y el hecho era
que no podía hacer frente a las deudas. En primer lugar, las sequías de 1831 y
de 1833-34, más las guerras civiles, afectaron el comercio. Se suma a esto una
baja en el precio de los productos de origen vacuno. Las rentas comerciales y las
públicas estaban en rojo.
Las Provincias
Unidas estaban al borde de la crisis tras el asesinato de Facundo Quiroga el 16
de febrero de 1835, en medio del recrudecimiento del enfrentamiento entre
unitarios y federales. La Junta
de Representantes había solicitado al “Restaurador” una y otra vez se haga
cargo del gobierno. Pero Rosas, que había vuelto de su “Campaña del Desierto”
de 1833, se limitó a rechazarlas y esperar. La situación continuó empeorando
hasta que los plebiscitos de los días 26, 27 y 28 de marzo de 1835, solicitados
por el mismo Rosas, logran que acepte el cargo.
En su segundo
período Rosas pretende no solo gobernar para la oligarquía terrateniente
saladeril porteña. Su pretensión es ampliar la base de sustentación de su
régimen e incluir a las provincias del interior sin tocar los intereses de la
“dictadura monoportuaria”. Rosas sabe leer la coyuntura especial que vive el
país: en ese momento cunde un generalizado rechazo al extranjero que desangra a
la nación con las deudas y agresiones. Hay un creciente reclamo por una
política de carácter proteccionista.
Esta situación
decide a Rosas a dictar sus leyes aduaneras. El efecto hacia el interior es
inmediato: todas las provincias se encolumnan tras el “Restaurador” y también
las clases sociales antagónicas. Sin embargo las contínuas emisiones de moneda,
las leyes gravando las importaciones, la prohibición de la exportación de oro y otras medidas introducían
nubarrones en el sistema internacional de mercado y Europa se ponía nerviosa.
LA CUESTIÓN FARROUPILHA
El 6 de
setiembre de 1837 Bento Gonçalves asume la presidencia en la independiente
República de Río Grande. La revolución de los farrapos (harapientos) había
comenzado en setiembre de 1835 y profundizaba un ciclo negativo para el Imperio
de Brasil (independiente desde 1822). La situación económica no era muy buena
desde fines de la guerra con las Provincias Unidas. Precisamente cuestiones
relacionadas con esta guerra desataron el conflicto de Río Grande.
La compra de
carne del Estado Oriental por parte de Río de Janeiro y San Pablo mientras que
los productos cárnicos riograndenses debían pagar un impuesto ocasionó un
malestar que se extendió desde los productores hasta la población en general.
Por otra parte la no existencia de ningún subsidio del poder central como forma
de reparar los efectos desastrosos que la pasada guerra dejó en la región
gaúcha produjo un estado generalizado de resentimiento contra los caramurús
(imperiales).
Por otra parte
Brasil no estaba en buenas relaciones con Gran Bretaña. Atado a ésta por dos
tratados: el de comercio (firmado en 1826 y que expiraba el 10 de noviembre de
1844) y el de abolición de la esclavitud (firmado en 1827 con expiración el 3
de marzo de 1845), existía una controversia cada vez mas acalorada por la
cuestión del azúcar y el café brasileños (Gran Bretaña mantenía aranceles altos
de importación) y por la renuencia brasileña a suprimir la esclavitud (clave de
que el precio del azúcar y el café brasileño se mantuviera muy competitivo en
el mercado).
La cuestión
farrapa amenazaba con inestabilizar el orden político en el Imperio. Para colmo
de males Lavalleja primero y luego Rivera fueron aliados de los jefes
riograndenses. El Estado Oriental se convertía en una nefasta influencia para
la región.
LA CUESTIÓN ORIENTAL
DEL URUGUAY
Algunas
visiones historiográficas reduccionistas suelen considerar al Estado Oriental
(luego República Oriental del Uruguay) como un producto (o subproducto) de la
diplomacia británica. Incluso como una creación británica o del propio Lord
Ponsonby… El mismo que terció para que Francia no se inmiscuyera en la cuestión
belga de 1830.
Lo reseñado
trae a colación la cuestión de los Estados-Tapones, pieza fundamental del
sistema o estructura de equilibrios de poderes que la Gran Bretaña pretendía imponer
en Europa, América y en sus propias colonias. En realidad la fórmula de los
“estados-tapones” solo puede ser viable si existe previamente una sólida
tradición autonomista-independentista en los mismos.
La cuestión
oriental comienza a tomar cuerpo al momento de definirse el proceso
independentista en el territorio del virreinato rioplatense. Una vez
establecido el vacío de poder en la metrópoli, la Junta bonaerense tomó un
sesgo radical. Como cabeza del Virreinato se adjudicó el relevo en el mando… o
pretendió hacerlo.
En realidad
dos razones conspiraron contra tal pretensión: una es la falta de cohesión de la
estructura virreinal (creada en 1776 con los retazos de la periferia hasta ese
entonces supeditada al Virreinato del Perú en calidad de Gobernaciones y
Capitanías, si bien con un acentuado regionalismo) y otra la tradición
hispánica de que la soberanía reside en el “pueblo” (entendiéndose “pueblo”
como la “ciudad” y su “cabildo”).
Una vez cae el
poder ordenador, toda ciudad con su cabildo recupera la plenitud de la
soberanía, y, en base a eso se construyen las estructuras en que se desmonta el
virreinato. Inicialmente las primeras entidades siguen los límites de las
intendencias borbónicas. Luego estas mismas colapsan dando origen a
“provincias”. El sentimiento provincial, por ejemplo, es muy fuerte en la
antigua “provincia gigante de Indias”, el Paraguay, el primer territorio
colonizado en la fase de “conquista” del Río de la Plata.
Pero una rivalidad
que se acentuaría en la fase final de las luchas por la independencia enfrenta
a dos grandes ciudades portuarias: Buenos Aires y Montevideo. Ésta última se
mantuvo fiel al Consejo de Regencia establecido en España como poder en nombre
del rey prisionero de los franceses. Y, rápidamente, estableció el orden en la
“campaña” de la Banda Oriental.
En ese
entonces el territorio entre los ríos Uruguay y de la Plata era conocido, entre
otros nombres, como Banda Oriental del Uruguay, Banda Norte del Plata, Banda de
los Charrúas… Si bien no queda claro si esos nombres referían únicamente a la
región al sur del río Negro, permaneciendo la región al norte del mismo como
una entidad ambigua (un “desierto”) integrado nominalmente a las Misiones
Jesuíticas primero y al Yapeyú después.
Cuando en 1814
el Director Supremo de Posadas establece las tres entidades provinciales: Entre
Ríos, Corrientes y la Provincia Oriental,
en realidad solo estaba sancionando de derecho una situación que existía de
hecho. Los antecedentes de conformación de una circunscripción territorial al
este del río Uruguay (aún ambigua en sus fronteras, aunque se especificaba su
pretensión de incluir el norte del río Negro y las llamadas Misiones
Orientales) hay que buscarlos en la gesta artiguista. Aglutinador de las
fuerzas patriotas en los “pueblos” de la Banda Oriental, encolumnó tras
si a los caudillos de la región y los lanzó en la lucha contra el “godo”
atrincherado en Montevideo.
No se puede
concebir la idea de una nacionalidad oriental sin incluir a Artigas, pese a todos los revisionismos históricos. Artigas es
el aglutinador, el generador de eventos que unifican a los pueblos de la Banda Oriental y que van
cimentando un sentimiento de comunidad de intereses. Los avatares de la lucha
que enfrentó a Artigas, caudillo del movimiento federalista en la región
rioplatense contra el centralismo porteño, sentaron las bases del autonomismo
oriental.
Si bien es
cierto que la mayor parte de la historia de la provincia oriental está ligada a
las distintas estructuras surgidas tras el hundimiento del virreinato, decir
que es una parte integrante del proceso nacional argentino es inexacto. La
nacionalidad argentina y la uruguaya son dos procesos que corren paralelos con
otros procesos regionales. En su definición y consolidación el proceso que
analizamos centralmente en este trabajo: las intervenciones extranjeras y la Guerra Grande, cumple una
función determinante.
Desde 1816 a 1825 la Provincia Oriental
vive una nueva coyuntura: la ocupación lusitano-brasileña. Este proceso es
vivido por los orientales de distintas, incluso antagónicas, formas. Pero
definitivamente contribuirá al sentimiento autonómico, debido a que la Provincia Cisplatina
mantuvo el auto-gobierno dentro de la estructura imperial.
La diplomacia
inglesa “leyó” la situación con claridad: interpretó que entre la gran
disparidad de “partidos” o “bandos” existentes (afines al Imperio, afines a
Buenos Aires, partidarios de cualquier “orden”…) aquellos partidarios de la
independencia no eran los menos. Y eso fue lo que propuso a la hora de
articular una fórmula que pusiera fin a una guerra que perjudicaba sus
intereses. El detonante fue el bloqueo del puerto bonaerense por la flota
imperial. Ya en 1811, a
través de Lord Strangford, Londres había intercedido para lograr un Armisticio
entre Buenos Aires y el Montevideo realista. El episodio creó la primera
ruptura seria de Artigas con el régimen porteño, pero dio a Gran Bretaña la
satisfacción que pedía: el levantamiento del bloqueo al puerto de Buenos Aires por la flota hispánica. Gran
Bretaña necesitaba los puertos libres, eje de su política en América.
En 1828 entra
a terciar para poner fin al conflicto que enfrenta a dos estados aliados suyos.
Lo que decide la cuestión es el hecho innegable de que los orientales poseen
capacidad militar propia (aunque controlada por caudillos antagónicos), capaz
de reaccionar con eficacia (toma de las Misiones); y eso solo puede significar
que la guerra se podía hacer interminable. La solución independentista, pues,
se imponía por su propio peso.
EL PROCESO DE LA INDEPENDENCIA
ORIENTAL (1825-28)
Brasil declara
la independencia en 1822. En realidad se trató de una acción unilateral de
Pedro I de Braganza, apoyada por la oligarquía brasileña. El Grito de Ypiranga
da nacimiento a la monarquía más extensa de América y abre una brecha en el
proceso político de la Cisplatina. Al
momento de gestarse algo parecido a un vacío de poder en el Imperio se reaviva
la tendencia separatista en el Cabildo de Montevideo.
Normalmente
quienes defienden la tesis de que nuestra independencia es una especie de
regalo o concesión de poderes extranjeros sin los cuales jamás hubiera existido
un Estado Oriental, pierden de vista que la capacidad militar o de movilización
que tienen los que controlan (o pretenden controlar) dicho Estado es, como
mínimo, similar a la capacidad militar de Buenos Aires. La dominación brasileña
en la Cisplatina
tiene los días contados cuando el ejército oriental, controlado por Rivera
(hasta entonces en tratos con los invasores), se pasa a la causa de los
revolucionarios. El peso de la guerra de liberación recae en el ejército
oriental. Buenos Aires retrasó la intervención buscando el desgaste de dicho
ejército. Pretendía debilitarlo para así poder controlar la provincia. No obstante, la guerra se decide con una
acción unilateral de Rivera (se apodera de las Misiones), lo que obliga al
Brasil a ir a la mesa de negociaciones.
Otra cuestión
a analizar es la reincorporación de la Provincia Oriental
a las Provincias Unidas por la Ley
de Unión de 1825. Argumento esgrimido por quienes reivindican la nulidad de la
declaración de Independencia que también fue emitida por Ley por la Junta de Canelones. En
realidad expresaba el difícil estado de situación entonces imperante y, sobre
todo, la existencia de posturas discordantes entre los caudillos orientales. La
tendencia independentista existe, sobre todo, en el ejército. De hecho se
producen desconocimientos de la ley de Unión y del propio Gobierno de
Canelones: las milicias de Cerro Largo (al mando de Latorre), las de Oribe, las
de Mercedes, San José y otras, se pronuncian contra la ingerencia
rivadaviana-unitaria en el Gobierno de la Provincia. En ese entonces la
oposición entre “rivadavianos” y “dorreguistas” (un episodio más de la larga
pugna unitarios-federalistas) repercute en nuestro suelo. Pero también aviva
los distintos “partidos” o “bandos” en los que se dividen los orientales:
“aportuguesados”, “aporteñados”, federalistas, independentistas, monárquicos…
Precisamente
la diplomacia británica tenía conocimiento de todas estas tendencias y supo
leer la real situación regional para proponer una fórmula de solución al
conflicto donde todas las partes (incluyendo a los propios mediadores) salieran
beneficiadas.
El objetivo
principal era poner fin a la guerra que amenazaba a la estabilidad que
necesitaba el sistema económico internacional para prosperar. Ya la guerra
había hecho caer el intento de crear un Estado organizado y centralizado en el
Río de la Plata
(1826-27) y amenazaba también al Imperio del Brasil. Las exportaciones de
productos vacunos a Europa y los flujos comerciales recíprocos sancionados en
los tratados comerciales anglo-bonaerense (1825) y anglo-brasileño(1826) estaban casi interrumpidos. La
situación se tornaba crítica para las economías de las potencias centrales. Y
parecía obvio que entregar sin más la Provincia Oriental
a Brasil o a Buenos Aires implicaba la prolongación del conflicto y la
inestabilidad.
La mejor
solución para intentar poner cierto orden en las cuestiones internas tanto de
las Provincias Unidas, como del Imperio de Brasil y también en la Provincia Oriental
era la conversión de ésta última en un Estado. A eso apuntó finalmente Lord
Ponsonby en 1828.
DON FRUTOS: “UN ORIENTAL LISO Y LLANO”
La Constitución de 1830
significó para el nóbel Estado Oriental del Uruguay un símbolo. Redactada por
“doctores” fuertemente influidos por las ideas liberales, procuró establecer un
régimen estable, con un ejecutivo fuerte. Sancionó a la religión católica como
oficial del Estado y excluyó a los militares del Parlamento. Éste punto provocó
la inmediata reacción de los caudillos: Rivera y Lavalleja expresaron sus
quejas con firmeza.
La intención
de los “doctores” constitucionalistas era muy noble (limitar o equilibrar la
incidencia de los caudillos en el gobierno) pero el resultado fue más bien
dramático. Los caudillos no podían ser erradicados de la vida política oriental
y estaban dispuestos a demostrarlo. Ellos tenían el poder efectivo.
Precisamente
se ha criticado a los convencionales del ’30 de estar divorciados de la
realidad de su tiempo y de no saber leer la situación política vigente. En la
distancia podemos, quizá, compartir en parte tales cuestionamientos, pero
creemos firmemente que se fijaron entonces principios del constitucionalismo
americano que rayan a gran altura en la historia política.
Aún así
convengamos en que se trató efectivamente de una Constitución centralista y
censitaria, con derecho restringido al voto. Establecía que la Asamblea General
elige al Presidente del Estado. Eso convertía a los diputados en meros electores, además de establecer un
sistema indirecto de elección presidencial. No deja de ser sintomático que
dichos electores, establecidos por el voto popular según lo dispuesto por una
Constitución elaborada por “doctores”, puso en la presidencia al Caudillo más
popular del Estado.
No bien asume
el poder el 2 de enero de 1831, Rivera delega el mando en Montevideo en Luis
Eduardo Pérez, presidente del Senado, y deja el Gobierno prácticamente en manos
de los llamados “abrasilerados” (suerte de estigma que recibían aquellos
acusados de colaborar con el pasado régimen brasileño de ocupación). Mientras
tanto el Presidente se aposenta en Durazno desde donde organiza la represión
contra indios y gauchos matreros. Pronto también debió hacer frente a los
levantamientos lavallejistas, apoyados por Rosas y por los revolucionarios
riograndenses (en ese momento Rivera se había entendido con el gobierno
imperial brasileño). Rivera se apoyó en los unitarios argentinos, exiliados
durante el primer gobierno de Rosas (1829-32) y buscó una alianza con las
provincias de Corrientes y Misiones.
La
inestabilidad y el desorden predominaron en esta primera presidencia, donde
Rivera delegó funciones de gobierno (primero en Pérez y luego en Anaya)
mientras él mismo debía realizar campañas militares en el Interior. La
administración central quedó en manos de los amigos del Caudillo-Presidente,
que les repartió tierras y exenciones de pago de impuestos. Se apoyó en grupos
financieros, como el de los “amigos” del Ministro Lucas J. Obes, que prestaban
dinero al Estado a cambio del derecho a cobrar rentas. Fracasó en los intentos
de negociar tratados definitivos de límites y reconocimiento de la Independencia
(gestiones ante Inglaterra y España). Creció la deuda interior y exterior del
Estado y también el latifundio debido a la venta de tierras públicas y
concesiones en enfiteusis de las mismas.
Nido de unitarios
conspiradores Montevideo y el régimen de Rivera se convirtieron pronto en uno de los enemigos u
opositores de Rosas. Su régimen se polarizaba en “amigos” y “enemigos” o entre
“fieles” y “traidores”. El “pardejón” Rivera era un enemigo y un traidor. Por
esa razón Rosas veía con buenos ojos todas las intentonas de desestabilizar el
régimen del protector de “salvajes” unitarios.
Si bien un
balance general de esta presidencia parece calamitoso, no obstante debe tenerse
en cuenta el contexto. Le tocó lidiar con un país devastado. Un aspecto
positivo debe ser destacado: logró dominar las rebeliones constantes a las que
se vió sometido utilizando fuerzas propias, dando un mensaje de capacidad
militar a los vecinos.
Manuel Oribe
fue electo presidente por unanimidad de la Asamblea el 1º de marzo de 1835. Eso significaba
que contó con la anuencia de Fructuoso Rivera, quien controlaba el ejército y
el Interior del país desde la Comandancia
General de Campaña. También controlaba el gobierno. Por esa
razón la actitud que asumió el presidente Oribe
fue vista como una sublevación contra el Caudillo Don Frutos.
Oribe
pretendió instaurar la legalidad basándose en la tradición hispánica, lo cual
le valió la oposición recalcitrante de los riveristas “abrasilerados” y los
unitarios argentinos asilados en Montevideo. La campaña de prensa contra el
gobierno se hizo tan insidiosa que el presidente ordenó la clausura de “El
Moderador”, periódico ligado a los unitarios. Este evento resultó
contraproducente ya que unió a toda la oposición “liberal” contra Oribe.
No obstante el
gobierno prosiguió su política de hacerse enemigos en su intento por ordenar y
unificar el territorio nacional y concentrar la autoridad: suprimió la Comandancia de
Campaña. También presentó cargos contra la gestión financiera del anterior
gobierno de Rivera. Además, en virtud de su política de estricta neutralidad se desentendió de
apoyar a los exiliados unitarios. En política exterior pretendió arreglar la
cuestión limítrofe con Brasil y tentó la legitimación de la independencia
nacional.
En julio de
1836 Rivera lanza la revolución contra el gobierno. El 10 de agosto Oribe dicta
un decreto obligando a la población, tanto civiles como militares, a usar un
distintivo de color blanco con la leyenda:””Defensor de las Leyes”. Los
riveristas replicaron ciñéndose una cinta de color celeste en principio (luego
la cambiaron por una colorada ya que el celeste desteñía). El 19 de setiembre
de 1836 se estrenaron dichas enseñas en la Batalla de Carpintería en la cual los riveristas
fueron derrotados. Ese fue el “bautismo de sangre” que consagró los dos bandos
irreconciliables: blanquillos (blancos) y tiznados (colorados).
La revuelta
“colorada” se relanzó al año siguiente con ayuda del gobierno “farrapo” de Río
Grande do Sul, con el que Don Frutos había estrechado lazos. De ese modo logró
el dominio de la campaña, sitiando virtualmente a Oribe en Montevideo.
El 21 de
agosto de 1838 se suscribe el Tratado de Cangüé entre Andrés Lamas, en
representación del gobierno oriental (de Rivera), representantes del gobierno
de Río Grande del Sur y el coronel unitario Martiniano Chilavert. El tratado
ligaba a las partes a protegerse mutuamente.
Las
circunstancias adversas obligan a Oribe a dimitir el 24 de octubre de 1838 y
trasladarse a Buenos Aires. Rivera asumió la dictadura tras un interinato
ejercido por el presidente del Senado Gabriel Antonio Pereira (4 de noviembre
de 1848). Una de sus primeras medidas fue: llamado a elecciones para constituir
una nueva Legislatura que efectúe una reforma constitucional.
Rivera pretendía reforzar el Poder Ejecutivo y
restar influencia sobre el mismo a las Cámaras. Un decreto de olvido del pasado
y garantías individuales, libertad de prensa y supresión de la Comisión de Cuentas de
Cuerpo Legislativo completan el cuadro de medidas adoptadas.
Pretendía aumentar su poder personal pero también hacía esfuerzos para lograr
una aproximación entre los orientales y superación de las diferencias.
La nueva
Asamblea Legislativa y Constituyente elige a Rivera Presidente el 1º de marzo
de 1839. Antes, en diciembre de 1838, se firma la alianza ofensivo-defensiva
entre el ministro Santiago Vázquez y el coronel Olazábal, representante del
Gobierno de Corrientes (el Gobernador era Genaro Berón de Astrada). Este hecho
y la garantía de protección de los argentinos expulsados durante el gobierno de
Oribe preludiaron lo que vendría después: la declaración de guerra a Rosas el
10 de febrero de 1839 (consecuencia del Tratado de Cangüé).
LA GENERACIÓN DEL 37
El 13 de
diciembre de 1828 el general Lavalle, que había dado un golpe de Estado el 1º
de diciembre, jefe unitario al mando del ejército nacional que había vuelto
recientemente de la campaña contra el brasil, fusila al gobernador bonaerense
de tendencia federal Manuel Dorrego. Su intención de poner orden en la ciudad y
en la campaña (dominada ésta por Rosas) fue contraproducente. Los estancieros,
acaudillados por Nicolás Anchorena (pariente de Rosas y, además, uno de los
financistas de la Cruzada Libertadora
de los “33 Orientales”), iniciaron un movimiento tendiente a restaurar el
orden. La balanza se inclinó a favor del auténtico “dueño” de la situación, el
Comandante General de la
Campaña don Juan Manuel de Rosas. Éste impone a Lavalle el
Pacto de Cañuelas el 24 de junio de 1829 y el de Barracas el 24 de agosto. El
26 de agosto asume el papel de gobernador de transición el general Juan José
Viamonte.
Lavalle se
exilia en Montevideo. El 1º de diciembre se restaura la Legislatura y Rosas es
investido como gobernador con facultades extraordinarias. El 4 de enero de 1831
se suscribe el Pacto Federal y ese mismo año es derrotada la Liga del Interior Unitaria
(dirigida primero por el cordobés José María Paz y luego por Lamadrid).
En mayo de
1829 Bernardino Rivadavia inicia el exilio huyendo a Colonia. Lo siguen Julián
de Agüero, Salvador María del Carril, Juan Lavalle, Juan Cruz y Florencio
Varela, Valentín Alsina, Irineo Portela, Hilario Ascasubi y otros. En 1833 se
inicia el exilio de los federales “lomos negros” dispersos por todos los países
vecinos. Éstos habían decidido no integrar el senado consultivo de Viamonte en
1829 y luego pasaron a la oposición del régimen de Rosas.
Por último, a
partir de 1838 se produce el exilio (en su mayoría a Chile, y en segundo
término a Uruguay, desde donde muchos marcharon a Europa) de los jóvenes
intelectuales de la llamada “generación del 37”. Frustrados en su intento de ser el soporte
y guía intelectual e ideológicos del régimen rosista debieron resignarse al
ostracismo al verse convertidos en opositores. Su aporte fundamental fue su profunda influencia ideológica,
canalizada a través de una prensa activa y toda clase de actividades
culturales, en los países vecinos. Influencia ésta teñida de una visión liberal
romántica de progreso (oposición de lo civilizado a lo bárbaro, de lo urbano a
lo rural) y lucha contra la tiranía representada por los tiranos federalistas.
En Montevideo
a fines de la década del 1830 había 2600 argentinos entre 30.000 habitantes. Otros
10.000 hallaron refugio en Chile (entre ellos Sarmiento). La intelectualidad
argentina refugiada en Montevideo tuvo especial trascendencia en la cultura
urbana y en la tendencia al “afrancesamiento” de la elite patricia que, luego,
se tradujo también en lo político.
EL INCIDENTE FRANCO-ORIENTAL DE LAS PRESAS
El 3 de
setiembre de 1838 el cónsul de Francia en Montevideo, Baradère, realiza ante el
Colector General de la ciudad una solicitud de permiso para proceder al remate de
varios buques argentinos que, en calidad de presas, habían sido capturados al
intentar romper el bloqueo de la escuadra francesa a Buenos Aires. El
presidente Oribe llama a consulta al cónsul francés y le comunica la negativa
de su gobierno a acceder a semejante e improcedente solicitud (no había sido
hecha directamente al Poder Ejecutivo). El cónsul francés amenaza con recurrir
a Rivera si no se le otorgaba el permiso.
El día 6 de
setiembre el ministro Villademoros presenta una queja formal al cónsul galo
haciéndole ver que el gobierno oriental pretendía mantenerse neutral en el
conflicto franco-argentino. El 11 de setiembre Baradère, dando curso a una
orden del almirante Leblanc (al mando de la escuadra francesa en el Río de la Plata), presenta un ultimátum
al gobierno de Oribe dándole un plazo de 24 horas para decidir sobre el permiso
solicitado. La respuesta de Villademoros fue una amable pero firme negativa,
reiterando la cuestión del mantenimiento de la neutralidad.
Este diferendo
desató acciones de represalia de los franceses en el puerto de Montevideo. Las
notas diplomáticas acusatorias y recusatorias fueron in crescendo hasta que el
10 de octubre un bote francés llamado “Perté” fue baleado desde el fuerte San
José. Hubo un par de heridos y la reacción de Baradère fue tan contundente como
desproporcionada: solicitó de inmediato la pena de muerte para los responsables
y la elevación oficial de excusas al almirante Leblanc. Ningún intento de
conformar al airado diplomático surtió efecto. Hubo rompimiento de relaciones
con Montevideo que se materializó en acciones punitivas y el apoyo a la
revuelta de Rivera. El 11 de octubre los franceses toman Martín García y Oribe se ve obligado
a renunciar. El 24 de octubre se embarca en el bergantín inglés “Sparrow” para
Buenos Aires, tras rechazar la “cortesía” de Leblanc de conducirlo.
LA
COMISIÓN
ARGENTINA
Como veremos
en otro apartado Rivera intentó por medios diplomáticos despegarse un tanto de
los compromisos que lo ataban a sus aliados no bien asumió el mando en
Montevideo. Pero las fuerzas que lo habían ayudado a llegar al poder actuaban
con independencia y lo arrastrarían prácticamente al borde del desastre.
Temiendo que
los franceses terminen pactando con Rosas los refugiados argentinos presionan
para que se efectivice un acuerdo formal. En junio de 1839 se suscribe un
Protocolo en Montevideo entre, por el lado francés, el Cónsul General y
Encargado de Negocios del Gobierno de Francia Mr. Buchet Martigny, el
vicecónsul Roger, el almirante Leblanc y el cónsul en Montevideo Mr. Baradère;
y, por el lado de la llamada “Comisión Argentina”: Florencio Varela, Julián
Segundo de Agüero, Valentín Alsina, Ireneo Portela, Juan José Cernadas y don
Gregorio Gómez. Se establecía en dicho Protocolo que el nuevo gobierno tras la
caída de Rosas procedería a reconocer indemnizaciones a Francia y formalizar un
tratado de amistad, comercio y navegación.
La Comisión Argentina
organizó una Legión Libertadora con voluntarios antirrosistas y le dio su mando
al general Lavalle. La operación de pasaje de los 500 voluntarios fue efectuada
en buques franceses a principios de setiembre de 1839. Además se prestó dinero
(francés) al gobierno correntino aliado y se mantuvo una escuadra francesa en
el río Uruguay para mantener las comunicaciones con la expedición.
Previamente se
habían organizado dos conjuras: una en Buenos Aires alentada por Avelino
Balcarce, Félix Frías y Ramón Mazza (hijo del presidente de la Junta de Representantes
bonaerense, José Vicente Mazza); y otra de estancieros del sur de Buenos Aires:
Pedro Castelli, Ambrosio Crámer, Manuel Rico, Francisco Ramos Mejía y otros.
Esta situación
mas la guerra que enfrenta a Rosas con Santa Cruz hacen que los franceses se
sientan seguros de una rápida victoria. No obstante no calibran con precisión
la situación de fortaleza de Rosas: no ha sido abandonado por la diplomacia
británica y, de hecho, la situación de agresión francesa le reportó un
inesperado refuerzo: los jefes unitarios Chilavert, Lamadrid y Espinosa
regresaron a Buenos Aires a ponerse al servicio de la nación. Además las
provincias se encolumnaron con Rosas. El 5 de marzo de 1839 Chile vence a la Confederación
peruano-boliviana en Yungay y se termina el estado de guerra en la
frontera noroccidental. Rosas ordena ese mismo mes al gobernador de Entre Ríos,
Pascual Echagüe, atacar a Corrientes. De inmediato este invade la provincia y
derrota al gobernador rebelde, Berón de Astrada, en la batalla de Pago Largo. Al
mismo tiempo otro gobernador rebelde, Cullen, es depuesto en Santa Fé por
“Mascarilla”López y, entregado por su “compadre” Ibarra de Santiago del Estero,
será fusilado.
El 26 de junio
de 1839 un militar llamado Martínez Fontes denuncia la conspiración de Ramón
Mazza y se desata una cacería de unitarios y traidores en Buenos Aires. Muchos
escapan y se refugian en Montevideo. El 2 de agosto, por orden de Rosas,
Echagüe invade la Banda Oriental.
Se dedica a devastar el interior mientras Rivera es socorrido por los franceses
en Montevideo. Se ordena el desembarco de 500 soldados franceses y además, el
12 de octubre de 1839, un bando firmado por Leblanc, Baradère y Buchet Martigny, hacía un llamado a los residentes franceses
a presentarse en casa del Cónsul galo para enrolarse en la milicia. A la vez
dirigieron las fortificaciones y otorgaron un subsidio de 100.00 pesos para la
reorganización del ejército de Rivera. Una escuadra francesa en el río Uruguay
al mando de Mr. Lalande de Calain efectuó acciones militares de apoyo a Rivera
contra Echagüe.
El 4 de
setiembre lanchas francesas al mando de los comandantes Halley y Lagrandiere
desembarcan a Lavalle y su Legión en Entre Ríos. Su misión es apoyar a Ferré
que se hace fuerte en Corrientes y vuelve a rebelar a la provincia contra
Rosas. Tras un éxito inicial contra el entrerriano Zapata en Yeruá, Lavalle y
Ferré son derrotados por el santafecino
“Mascarilla” López en Bacacuá.
Mientras
Lavalle se encuentra en el Litoral los estancieros conjurados del sur
bonaerense (entre los que se encuentra un hermano de Rosas, Gervasio) se
sublevan el 29 de octubre de 1839 proclamando la “Revolución de los Libres del
Sur”. El ejército enviado a reprimirlos está conducido por otro hermano de
Rosas: Prudencio. Éste vence en Chascomús el 7 de noviembre a los rebeldes.
Mientras
tanto, el 29 de diciembre, Rivera derrota a Echagüe en la batalla de Cagancha.
El entrerriano regresa a su provincia y ataca a Lavalle en julio de 1840
derrotándolo en Sauce Grande. El 29 de ese mes los franceses evacúan a las tropas
de Lavalle y las conducen a Buenos Aires. El 5 de octubre de 1840 desembarcan
en San Pedro. La defensa de Buenos Aires a cargo de Lucio Mansilla resulta
intimidante para Lavalle y decide retirarse. Llega a Santa Fé a la que toma y
saquea. Los excesos se hacen moneda corriente en ambos bandos.
Los franceses
pactan con Rosas tras una serie de reuniones a bordo de la cañonera “La Boulonnaise” entre el canciller argentino Felipe
Arana y el diplomático francés barón de Mackau, bajo los auspicios del ministro
inglés Mandeville (14 a
29 de octubre de 1840). Tras conseguir las indemnizaciones a ciudadanos
franceses y las ansiadas ventajas comerciales se retiran abandonando a su
suerte a sus aliados.
Rosas encarga
la persecución de la Legión Libertadora
al general Manuel Oribe. Lavalle y Lamadrid sufrirán derrota tras derrota. El
desastroso periplo terminará el 8 de octubre de 1841 en Jujuy donde es muerto
don Juan Galo de Lavalle. Todos los unitarios capturados fueron fusilados,
característica principal de la política rosista respecto a sus enemigos.
Una vez
terminada su misión en el Noroeste, el general Oribe orienta sus pasos a la Banda Oriental en procura de
ajustar cuentas con Rivera.
LA DIPLOMACIA
DE DON FRUTOS
El 10 de
febrero de 1839 Rivera le había declarado la guerra a Rosas empujado por los
pactos con sus aliados durante la sublevación contra Oribe. Sin embargo pronto
intentó modificar la situación: envió a Santiago Vázquez a Río de Janeiro
buscando entenderse con el Imperio, y, en abril de 1839 (después de la
declaración de guerra) envió a Francisco Joaquín Muñoz, Ministro de Hacienda, a
buscar un entendimiento pacífico con Rosas. Rivera no quería la guerra. Pero
Rosas estaba virtualmente obligado a hacerla: era funcional a sus intereses. Su
proyecto de unión nacional dependía de ella. La necesitaba para mantener la
cohesión en la
Confederación.
Al momento de
producirse la invasión de Echagüe, Rivera despachaba misiones diplomáticas a
París y Londres, intentando involucrar a la Gran Bretaña y reforzar la alianza con Francia. En el caso
de Inglaterra el gobierno de Rivera sospechaba que los diplomáticos Hood y
Mandeville colaboraban con el gobierno de Rosas. Respecto a Francia se buscaba
que el gobierno de París reconociera oficialmente la alianza formalizada entre
los líderes de la misión interventora francesa en el Plata y el gobierno de
Montevideo.
Al frente de
la misión diplomática a Europa se envió al Dr. José Ellauri, Ministro de
Gobierno y Relaciones Exteriores. Si bien su primera gestión en París obtuvo
una tranquilizadora respuesta de Thiers reconociendo la “alianza de hecho”
existente entre el gobierno francés y el de Montevideo (nota de 31 de julio de
1840), el 29 de octubre se suscribe el Tratado Mackau-Arana. Ellauri eleva una
protesta al Parlamento de París y obtiene una respuesta contundente de Guizot,
quien presidía entonces dicho órgano, desconociendo cualquier alianza existente
entre ambos gobiernos, si bien destaca la existencia de una cláusula en el
Tratado Mackau-Arana donde se garantiza la independencia del Estado Oriental.
Se trataba del
artículo 4º, que aseguraba la independencia oriental “sin perjuicio de sus
derechos naturales toda vez que lo reclame la justicia, el honor y seguridad de
la Confederación
Argentina”. Este artículo era evidentemente muy confuso.
La protesta
oriental se formalizó con el envío de Andrés Lamas a Buenos Aires a reunirse
con el Barón de Mackau. Se sumó una protesta formal de los residentes franceses
que enviaron a don Alfredo Bellemare a representarlos ante el Parlamento
francés. Éstas protestas finalmente hallarían eco, amplificadas por las
protestas de Thiers.
A mediados de
1840 Ellauri se dirigió ante lord Palmerston en el Parlamento inglés sin
obtener ninguna garantía. De hecho las instrucciones enviadas a Hood en el Río de la Plata eran tendientes a mantener la neutralidad
en el conflicto. Obviamente que el viraje en la política francesa se debía a la
presión británica sobre el rey burgués Luis Felipe. Éste se vió obligado a
poner a Guizot como presidente del Consejo de Ministros desplazando al
belicista Thiers. A partir de ese momento la astuta diplomacia británica se
hacía cargo del conflicto platense.
En ese sentido
el gobierno de Londres seguía manteniendo respecto a la Banda Oriental la misma
política que seguía desde el inicio de su vida independiente. La Misión Lucas Obes enviada por
Rivera en su primera presidencia para lograr la garantía de la independencia
oriental, así como las Misiones Llambí y Giró durante la presidencia de Oribe,
fueron un fracaso. Gran Bretaña solo aceptaba su papel de mediador, no de
garante de la independencia. Sin embargo en 1832 hubo un desembarco de fuerzas
inglesas, francesas y norteamericanas en Montevideo al momento de producirse la
revuelta lavallejista contra el gobierno de Rivera. El desembarco se hizo a
efectos de asegurar el orden. Y además para disuadir a los regímenes vecinos de
pretensiones anexionistas. Pero desde ese entonces la diplomacia inglesa
muestra resquemores respecto a Rivera debido a su fluctuante política de
alianzas y a su propensión a generar inestabilidad en la región. En última
instancia los británicos son garantes del orden, imprescindible para la regular
marcha de los negocios.
Si bien
fracasó inicialmente en Francia e Inglaterra, Ellauri obtuvo un éxito
diplomático el año 1841: el reconocimiento de la independencia oriental por
parte de España. A la vez se suscribió un tratado de comercio y navegación
ratificado en 1842, año en que también se firmó un tratado similar con el reino
de Piamonte-Cerdeña. Lo trascendente era que España reconocía la independencia oriental a cambio del reconocimiento de
la deuda que el Estado Oriental tenía con España. La repercusión de este
tratado no tardó en producir reacciones en Londres.
A mediados de
1841 el gobierno de Montevideo envía a Londres a Ellauri a solicitar el
protectorado británico. La propuesta fue rechazada por el gabinete presidido
entonces por el tory Robert Peel, si bien se iniciaron gestiones para concertar
un tratado de comercio. Las actividades diplomáticas del riverismo en Brasil y
en España seguramente apresuraron la conformación de una comisión mediadora
franco-británica. Las negociaciones entre Londres y Montevideo motivaron dos
protestas formales de Buenos Aires. Londres y París enviaron una Comisión
Mediadora a cargo de Mandeville y el conde Delunde. Las negociaciones con
Buenos Aires no prosperan, pero la
Legación británica consigue un tratado de comercio y de
abolición de la esclavitud con el Estado Oriental.
Diez días
después del desastre de Arroyo Grande, cuando Oribe se dispone a invadir el
territorio oriental, los representantes inglés y francés presentan un ultimátum
a Rosas. Éste hizo caso omiso del mismo y prosiguió la guerra ante la pasividad
de los mediadores. No obstante los términos de una enérgica intervención
anglo-francesa, coordinada por el canciller Lord Aberdeen, al frente del
Foreign Office, se estaban fraguando en Europa. El nuevo gabinete tory quería
cambiar la política respecto al Río de la Plata.
EL “MILAGRO” ORIENTAL
El diplomático
británico Hood, señalado como muy próximo a Rosas, apuntaba en los inicios de la Guerra Grande que uno de los
motivos de la agresión del Restaurador a Rivera era en realidad una suerte de
recelo hacia el notorio crecimiento económico del Estado Oriental.
Desde 1835 a 1841 dicho Estado
recibió un auténtico aluvión inmigratorio de procedencia europea. Además creció
enormemente el comercio exterior y el país experimentó un auténtico boom
económico y cultural. El Estado Oriental demostraba poseer sobradas condiciones
y potencialidades para su desarrollo… pero necesitaba paz. Y eso era
precisamente lo que Rosas estaba dispuesto a negarle. El boom, de carácter
coyuntural, no pudo ser aprovechado por el gobierno. Financieramente la
situación era crítica. La inestabilidad y la guerra estaban arruinando al país
e interrumpiendo lo que parecía ser un crecimiento económico acelerado.
La invasión de
Echagüe dejó un saldo de devastación calamitosa en la campaña oriental. La
invasión de Oribe terminó con el trabajo de su predecesor. La situación
subsiguiente de estancamiento bélico y conformación de dos gobiernos de
excepción en territorio oriental resultó a todas luces ruinoso para el mismo.
El auge
económico oriental era espúreo para Rosas debido a que era producto directo del
bloqueo al puerto de Buenos Aires. No obstante el Estado Oriental ya había dado
muestras anteriormente de su capacidad de crecimiento. El factor clave es su
posición estratégica y las condiciones naturales de su puerto y su suelo. Los
franceses utilizaban el territorio para introducir sus productos en la Confederación
Argentina vía Litoral y escapar así a los controles de la Aduana bonaerense.
Obviamente que también las provincias litoraleñas de la Confederación
utilizaban al puerto de Montevideo como escala de salida de sus productos. Para
Rosas era indispensable, pues, controlar aquel enclave que desangraba a la Confederación y
actuaba como un factor perturbador o disolvente de la unidad nacional.
Por aquí pasa
el eje de la política rosista respecto a Uruguay y Paraguay: el control de éstos Estados iba unido a la pretensión de
control de los ríos interiores y de la economía de la Confederación
centralizada en Buenos Aires.
El bloqueo a
Buenos Aires favoreció sobre todo a los inmigrantes franceses en el territorio
oriental. Llegados desde 1835 como mano de obra producto del boom edificador
que experimentaba Montevideo, su número saltó de 998 personas en 1836 a 5218 en 1842. Los
italianos pasan de 512 a
2515 en igual período. Es significativo el crecimiento experimentado por otras
nacionalidades: vascos (franceses y españoles): 8389; canarios, gallegos,
catalanes: 7781; genoveses: 4058; brasileños: 1011; otros: 772.
Los datos del
francés Bellemare, defensor de los intereses de los comerciantes franceses,
hablan de 6400 ciudadanos de origen galo dedicados al comercio en Uruguay. En
cambio los comerciantes ingleses ascienden a 2500. La misma fuente fija en 86
leguas cuadradas y 151.000 cabezas de ganado el monto de capitales de sus
connacionales en territorio oriental para 1841 (Acevedo, Eduardo: “Historia del
Uruguay. Tomo III. La Guerra Grande.
Gobiernos de Rivera y de Suárez. 1838-1851”. Imprenta Nacional. Montevideo. 1919).
El movimiento
portuario durante los años 1836
a 1842 es muy intenso. Pero también es febril el
movimiento de exportación de productos ganaderos en los años 1840-42 lo que evidencia
el enriquecimiento de la campaña, pero sobre todo el deseo de liquidar con
rapidez el stock debido a la presión producto de la inminencia de la guerra.
Este flujo mercantil produce efectos en Europa: el precio de los productos
agropecuarios fluctúa produciendo alarmas bolsísticas que decidirán a Londres a
poner atención en el foco de perturbación: el Río de la Plata.
La población
nacional hacia 1840 era de unas 140.000 personas (40.000 de ellas en
Montevideo). Entre 30 y 40. 000 son extranjeros, la mayoría residente en
Montevideo.
Estimaciones
llevan a 6 o 7 millones de cabezas (fuente citada) la riqueza ganadera oriental
hacia 1842-43. En 1842 funcionaban 24 saladeros en el territorio. El país
presentaba una obvia debilidad: era monoproductor y agro-exportador,
absolutamente de los mercados exteriores. La producción se limitaba al ganado
vacuno y una ascendente existencia de lanares.
Ciertas
aseveraciones de Thiers permiten sospechar que Francia pudo abrigar
pretensiones colonizadoras en el Estado Oriental. De ahí el atropello
indisimulado de la soberanía nacional que despertó recelos en Londres donde se
temió la ruptura del equilibrio geopolítico regional logrado con tanto esfuerzo
en 1828. De hecho Montevideo era una ciudad casi francesa para Inglaterra y la
diplomacia de entonces trataba con mucha desconfianza a Rivera, que había
llegado al poder con ayuda militar francesa.
LAFONE, PURVIS Y FLORENCIO VARELA
La comunidad
británica oriental era pequeña entonces, pero muy influyente. Y la defensa de
sus intereses terminó por decidir la demorada intervención inglesa (1843-45).
Oribe, al
frente de las fuerzas rosistas, acababa de destrozar a los unitarios de la Legión Libertadora
y, luego, marchó sobre Rivera y sus aliados santafecinos, entrerrianos y
correntinos. Los despedazó en Arroyo Grande el 6 de diciembre de 1842. El 16 de
febrero de 1843 instauró el sitio a Montevideo al frente de 7.000 hombres
(3.000 de la
Confederación). El 1º de abril de 1843 Rosas envió al
almirante Brown a iniciar el bloqueo de Montevideo.
Estos
movimientos provocaron tales oscilaciones de los precios de los cueros en Le
Havre y Londres que varias casas mercantiles quebraron. Uno de los negocios que
peligraron en este contexto tan volátil fue el de los Lafone, la Sociedad de Comercio con
Sudamérica que tenía sede en Liverpool. Al frente de ésta Sociedad estaba
Alejandro Ross Lafone, hombre de negocios de Liverpool. El representante en
Montevideo de la misma era su hermano Samuel Lafone.
Samuel Lafone,
comerciante y banquero, residía inicialmente en Buenos Aires. Allí tuvo un
incidente durante el primer gobierno de Rosas, originado en su casamiento co la
dama patricia María Fliga de Quevedo y Alsina. Debido a que dicho matrimonio
fue realizado bajo el rito protestante Samuel Lafone fue arrestado. Tras pagar
una multa de mil pesos se lo desterró. En 1833 decidió radicarse en Montevideo.
No tardó en hacerse dueño “de media ciudad y algo más” (al decir de Magariños
de Mello en “La Misión
de Florencio Varela a Londres”, Revista Histórica, t. XIV; citado por Vivián
Trías en “El Imperialismo Británico en la Cuenca del Plata”, Banda Oriental, 1988). Obtuvo
Punta del Este por 4500 pesos, la isla Gorriti por 1500, tierras en Canelones
para formar una colonia con 3.000 inmigrantes ingleses, monopolio de pesca en
isla de Lobos por trece años, la Plaza
Matriz, el monopolio de la navegación por el río Uruguay…
Además integraba la Sociedad Compradora
de los Derechos de Aduana, sociedad de capitales extranjeros y nacionales que
prestaba dinero al gobierno de la
Defensa a cambio de hacerse cargo del cobro de tributos.
Representante
principal de los intereses de los comerciantes anglo-orientales presionó muy
pronto para que tales intereses no fueran lesionados. La
Casa Lafone fue una de las que clamaron por
la intervención de Londres, levantando una ola de protestas por la inacción
anglo-francesa.
Rosas estuvo
muy cerca de sellar un acuerdo con el gobierno de Brasil, pero el asunto
terminó mal en abril de 1843. Se llegó a pactar el envío de una fuerza conjunta
para derrocar el gobierno de Rivera. Brasil se hallaba envuelto en el conflicto
riograndense y necesitaba el acuerdo. Sin embargo Rosas lo desconoció
finalmente aduciendo que no garantizaba el respeto de la soberanía oriental.
Seguramente lo ventajoso de su situación y la inactividad anglo-francesa
decidieron a Rosas a no comprometerse con Brasil y llevar a cabo
unilateralmente las acciones bélicas en territorio oriental.
La inacción
inicial de Oribe permitió el rearme y la organización de aprestos defensivos en
Montevideo. ¿Qué razones motivaron tal retraso, injustificable si se tiene en
cuenta que Montevideo quedaba a merced del ejército oribista? Hubo varias
razones: una fue la necesidad de Oribe de, en primer término, hacerse fuerte en
la campaña, desactivando el poder de Rivera que residía precisamente allí; otra
razón era la estrategia global de Rosas de prolongar la guerra como modo de
resistir los intentos intervencionistas europeos que, precisamente, buscaban
poner fin al enfrentamiento.
En el correr
del año 1843 el caudillo entrerriano Urquiza auxilió a Oribe (luego de derrotar
a los Madariaga que habían tomado el poder en Corrientes) con cerca de 4.000
hombres. Rosas era dueño de la situación.
La capacidad
de Rivera de reorganizarse en el lapso de demora del ejército de Oribe en
cruzar el río Uruguay queda de manifiesto en la forma en que reunió 4.500
hombres de caballería en la campaña. En ese lapso el gobierno de Montevideo, a
cargo del Presidente del Senado, Don Joaquín Suárez, no bien se enteró del
desastre de Arroyo Grande encargó al general argentino José María Paz (que
estaba en Montevideo desde noviembre de 1842 a raíz de disidencias con Rivera) la
defensa de la ciudad al frente de un “Ejército de Reserva”. A fines de enero de
1843 Rivera apareció frente a Montevideo con su ejército con la pretensión de dejar en claro quién
estaba al frente del gobierno. Dejó sin efecto el decreto de creación del
Ejército de Reserva y nombró a Paz Comandante General de Armas de la Capital y Departamento de
Montevideo.
El general Paz
y el Ministro de Guerra Melchor Pacheco y Obes reunieron unos 5.000 efectivos,
entre ellos unos 1.400 negros libertos tras el decreto de diciembre de 1842 de
abolición de la esclavitud (parcial, ya que no alcanzó a mujeres y niños).
El ejército de
la Defensa
incluía además 2.500 legionarios franceses al mando del coronel Thiebaut (y
organizado por el cónsul francés Pichon), 500 italianos comandados por
Giusseppe Garibaldi, 500 argentinos y 300 guardias nacionales orientales. Estas
cifras hablan a las claras del carácter netamente “foráneo” de las fuerzas del
bando sitiado… y también del sitiador.
El gobierno de
la Defensa
recurrió a impuestos forzosos para financiar los gastos de carácter militar
pero, finalmente, tuvo que hipotecar todos los bienes públicos y, además,
entregar la administración y recaudación de la renta aduanera a la ya citada
Sociedad Compradora de los Derechos de Aduana creada en 1843. El principal
beneficiario de estos movimientos, como vimos, es Samuel Lafone… y uno de sus
socios, el comodoro Purvis.
John Brett
Purvis reaccionó de inmediato ante el bando de 1º de abril de 1843 lanzado por
Oribe donde advertía en duros términos a los extranjeros “… que tomen partido
por los infames rebeldes salvajes unitarios…serán también considerados como
salvajes unitarios y tratados como tales”. El bando fue lanzado al mismo tiempo
que la flota del almirante Brown se aprestaba a bloquear el puerto de
Montevideo. Purvis ordenó el desembarco de tropas inglesas como forma de proteger a los residentes de su
nacionalidad a los que consideró formalmente amenazados por el bando de Oribe.
El consulado francés hizo lo propio organizando una legión.
A su vez el
comodoro Purvis notificó a Brown que no permitiría la hostilización de Montevideo
arguyendo que el gobierno de Su Majestad la Reina desconocía el ejercicio del bloqueo a
terceras naciones (se puede decir, en otros términos, que se reservaba en
exclusividad ese derecho).
El gobierno de
Montevideo tomó la acción de Purvis como apoyo tácito de Londres, pero la
gestión emprendida de inmediato por el Oficial Mayor de Relaciones Exteriores,
don Juan Andrés Gelly, ante los ministros británicos Mandeville y Hood solo
obtuvo evasivas y excusas por no tener instrucciones oficiales para actuar. En
cambio sí prosperaron las protestas de Buenos Aires ante Mandeville. El
gobierno de Londres envió en julio de 1843 una desautorización a la acción del
comodoro Purvis.
Desairado, el
comodoro decidió promover el envío del argentino Florencio Varela a Londres en
agosto de 1843, como representante de los intereses de la Defensa y de los
comerciantes anglo-orientales. La misión Varela iba con instrucciones de
solicitar un empréstito y el formal apoyo anglo-francés en forma de una
expedición armada; además de pedir la remoción de Mandeville y Hood por su
insatisfactoria actuación en el conflicto.
La misión
Varela obtiene fracasos ante Lord Aberdeen en Londres y ante Guizot en París.
Ninguno de los gobiernos se comprometió formalmente a intervenir… Pero un dato
quizá revela que no todo está perdido. Varela vuelve al país pero, primero,
pasa a Río de Janeiro el 20 de mayo de 1844. Allí deja constancia de que
Aberdeen había deslizado la posibilidad de una intervención de acuerdo con
Francia y Brasil. Al parecer, este es el antecedente directo de la misión
Abrantes.
LA
CUESTIÓN
BRASILEÑA
El 20 de enero
de de 1843 Pedro II nombra jefe de gobierno a Honorio Hermeto Carneiro Leao
(jefe del Partido Conservador o Saquarema). Pedro II basaba su régimen en el
sector de la aristocracia terrateniente (que se había visto perjudicada por
Pedro I, que se apoyaba en la burguesía brasileña). Honorio, presionado por los
intereses de los esclavistas terratenientes, y acosado por Gran Bretaña que
pretende la abolición de la esclavitud, intenta aproximarse a Rosas. Por esa
razón no protesta ante la intervención de Oribe en el Estado Oriental al mando
de tropas de la
Confederación; además tantea la posibilidad de establecer una
alianza bi-nacional ante el embajador argentino Guido. El resultado de las
gestiones es la firma de un tratado de asistencia militar mutua el 24 de marzo
de 1843, ratificado tres días después por el Emperador. Sin embargo Rosas lo
rechaza el 13 de abril y propone un acuerdo que incluya al gobierno de Oribe.
Entonces
cambia la estrategia brasileña. El jefe de Gabinete, Honorio, con Paulino desde
junio en la cartera de Relaciones Exteriores, desconoce el bloqueo rosista en
agosto, a través de su enviado en Montevideo Joao Lins Vieira Cansançao de Sinmbú.
La reacción de Rosas no se hace esperar y ordena la expulsión de Buenos Aires
del legado brasileño Ponte Ribeiro. El 14 de noviembre de 1844 se firma una
alianza militar paraguayo-brasileña sobre la base del reconocimiento de la
independencia de la
República de Paraguay (declarada por el mariscal López el 25
de noviembre de 1842 y desconocida por Rosas.
Estos
escarceos diplomáticos coinciden con la ofensiva chilena del presidente Bulnes,
que ordenó la ocupación del estrecho de Magallanes desatando un conflicto con
Buenos Aires. La ocupación fue impulsada y defendida por Domingo Faustino
Sarmiento, a la sazón exiliado en Chile, desde el periódico El Progreso.
En febrero de
1844 cae Honorio y todo el gabinete conservador es sustituido por otro liberal
(luzía), encabezado por el vizconde de Macahé y Ferreira França en Cancillería.
Sin embargo la política exterior no experimentó cambios. Se apoyó al general
Paz para que refuerce al anti-rosista
Madariaga en Corrientes. Además se logró la paz con los riograndenses el
6 de noviembre de 1844 en Bagé.
En este
contexto, en octubre de 1844 es enviado a Europa Miguel du Pin Almeida,
vizconde de Abrantes, con la misión de gestionar la intervención francesa y
británica en el Río de la Plata. Enterado
de esto, Rosas se indigna y ordena a Guido comunicar el formal rompimiento de
relaciones con Brasil. Sin embargo en febrero de 1845 Abrantes informa al
gobierno de su país que en los planes “secretos” de Aberdeen y Guizot Brasil
lleva todas las de perder. Por esa razón propone rechazar cualquier propuesta
de intervención conjunta y entenderse con Buenos Aires. Entonces se evita el
rompimiento.
DEFFAUDIS Y
OUSSELEY
La guerra se
prolongó durante 1844. El precio del cuero subió debido a la escasez
(provocada, entre otras razones, por el arreo de ganado desde el Estado
Oriental a los saladeros riograndenses). Hubo derrumbes de casas comerciales,
no sólo británicas.
También se
arruinaron comerciantes franceses y argentinos. Ahora había presión no
únicamente desde Liverpool, Manchester y Le Havre. También los
anglo-bonaerenses y anglo-orientales pedían la intervención europea.
En París
Thiers esgrimió argumentos apasionados ante Guizot favorables a la intervención
en el conflicto platense. Algo similar ocurría en el Parlamento británico.
La entente
cordiale anglo-francesa venía dándose con altibajos desde 1830. El impulso de
una de las fases expansivas de la economía capitalista requería de una acción
tendiente a encontrar solución al interminable asunto platense. Un reciente
fracaso anglo-francés en la cuestión texana entre México y Estados Unidos,
catapultó la idea de dirigir una expedición con posibilidades de éxito en el
Río de la Plata.
La prensa jugó
aquí un papel fundamental. Los principales periódicos de Londres y París
(también los de Estados Unidos, España, Brasil y Chile), se hicieron eco de las
“Tablas de Sangre” llevadas a Europa por Florencio Varela. La opinión pública
se horrorizó con los crímenes atroces cometidos por el Restaurador y se creó
una atmósfera antirrosista en la cual la misión conjunta francesa y británica
aparecía revestida de una aureola romántica de lucha contra una tiranía cruel y
salvaje.
Pero Rosas
también contra-atacó diplomáticamente. Presionó utilizando como factor de división
la deuda de la Baring Brothers.
Decidió destinar, hacia fines de 1844, los 5.000 pesos mensuales de
indemnización al gobierno francés, acordados por el Tratado Mackau-Arana, al
pago de la deuda con la Casa Baring.
Al iniciarse el bloqueo anglo-francés Rosas suspendió dicha operación,
originando oleadas de protestas y presiones contra la intervención en plena
City.
Los términos
de la intervención fueron fijados por la cancillería francesa y luego aceptada
por la parte británica. Se autorizaba el uso de la fuerza siempre y cuando no
se llegara a un acuerdo sobre la base de la libre navegación de los ríos. De
éste modo se aplicaba en América una cláusula de 1815 del Congreso de Viena
que, a instancias de Inglaterra, garantizaba la libre navegación de los ríos
europeos.
El uso de la
fuerza por vía terrestre sólo se le permitía a Brasil, si bien no se lo autorizaba a interferir en los posteriores acuerdos
de límites. Ésta cláusula fue la que indignó al marqués de Abrantes y a todo el
gobierno brasileño. En realidad las potencias europeas pretendían garantizar
formalmente la independencia del Estado Oriental y la integridad territorial
del mismo, principio geopolítico que Gran Bretaña venía incentivando desde
1828. Finalmente se pretendía poner fin rápidamente a una guerra que estaba
poniendo nerviosos a los mercados.
El ministro
inglés Ousseley llegó al Plata a fines de abril de 1845 en reemplazo de Mandeville, quien no ocultaba
sus simpatías hacia Rosas. Al mes arribó el legado francés Deffaudis acompañado
del capitán Page (recomendado por Mackau debido a su amistad con Rosas).
Ambos enviados
expusieron las condiciones ante Rosas: cese de hostilidades, retirada de los
ejércitos argentinos de tierra y fuerzas navales, y otorgamiento de garantías a
los exiliados argentinos. En mayo Ousseley solicita a Oribe el cese de
hostilidades. Las respuestas fueron negativas en ambos casos. Rosas pidió el
reconocimiento de Oribe como presidente oriental y el mantenimiento del bloqueo
de Brown a Montevideo. Oribe respondió con un bombardeo sobre Montevideo.
Los ministros
interventores decidieron presentar un ultimátum: dieron plazo hasta junio para
el retiro de tropas de la
Confederación del territorio oriental. Invocaron el respeto
de los tratados de 1828 y 1840, haciendo hincapié en que, al no estar más el
presidente Rivera ejerciendo sus funciones (siendo el causante del conflicto),
no existía motivo para la intervención en procura de derrocar un gobierno y
sustituirlo por otro. Tal acto era atentatorio de los tratados internacionales
Precisamente
Rivera había sufrido una grave derrota en India Muerta el 27 de marzo de 1845 ante el ejército de Urquiza. Rivera
debió retirarse al Brasil donde pidió protección al conde de Caxías. Fue
detenido, finalmente, en Río de Janeiro.
En agosto de
1845 Oribe convoca la
Legislatura disuelta por Rivera en 1838 con el objetivo
expreso de demostrar a los interventores que presidía un gobierno
constitucional. La
Legislatura fue presidida por Carlos Anaya. Hasta ese entonces
Oribe había gobernado en solitario, como “Presidente Legal”. También se
instauró un Tribunal Superior de Justicia. La Legislatura restaurada
realiza, como uno de sus primeros actos, la ratificación de la dictadura de
Oribe. No todos dentro del gobierno del Cerrito estuvieron de acuerdo con esto.
Las sesiones de la
Legislatura quedaron clausuradas en diciembre de 1845.
Por otra
parte, el desastre de India Muerta desmoralizó a la Defensa. El gobierno de
Montevideo decidió entregarse por entero a manos de los interventores. Por
decreto de agosto de 1845 el gobierno de Joaquín Suárez rompe los lazos con
Rivera y nombra a Anacleto Medina jefe del ejército en Campaña supeditado al
Ministerio de Guerra. A la vez el decreto establecía que Rivera no podía ingresar
al territorio nacional sin expresa autorización del Ministerio de Guerra. La
medida buscaba distanciarse de Rivera, eliminando la causa esgrimida por Rosas
para la intervención, allanando el camino a la misión franco-inglesa.
La ayuda
logística de la escuadra interventora se concretó de inmediato. Con su apoyo el
gobierno de la Defensa
se decidió a realizar un contraataque. Un ejército al mando de Garibaldi
efectuó un raíd victorioso en el que se recuperó la isla Martín García y,
luego, remontó el río Uruguay rumbo a Salto donde libró el combate de San
Antonio (febrero 1846). Los éxitos resonantes de Garibaldi provocaron el
regreso de las tropas orientales refugiadas en Río Grande después de la derrota
de India Muerta.
A todo esto en
abril de 1846 Fructuoso Rivera retorna al país y se dirige a Montevideo a
ajustar cuentas con el gobierno. Promueve un motín militar y se hace nombrar
General en Jefe del Ejército de Operaciones. Investido con este cargo organiza
las fuerzas y las lanza a la reconquista del territorio oriental. Obtiene
triunfos resonantes con ayuda anglo-francesa y regresa a Montevideo a fines de 1846 a recibir honores. Sin
embargo debe partir pronto al frente de batalla. Obtiene un último triunfo en
Paysandú, pero luego es derrotado en Salto ante fuerzas invasoras. Para febrero
de 1847 toda la campaña volvía a quedar en poder de Oribe. Las plazas de
Colonia y Maldonado fueron evacuadas a mediados de 1848. La Defensa quedó nuevamente
confinada a Montevideo y el gobierno decide nuevamente desterrar a Rivera.
El 20 de marzo
de 1848 es asesinado el redactor del diario “El Comercio del Plata”, Florencio
Varela, en un confuso incidente. Muchos apuntan entonces al entorno de Oribe y
Rosas como el responsable.
Juzgar la
acción de los gobiernos del Cerrito y la Defensa en momentos de excepción como aquellos en
los que se desempeñaron no es fácil y tampoco es nuestra intención. Ya
expusimos un pantallazo de lo ocurrido en el Cerrito, donde todo pasa por Oribe
necesariamente. En Montevideo, el 14 de febrero de 1846, un decreto del
Ejecutivo disuelve la
Legislatura y la sustituye por una Asamblea de Notables y un
Consejo de Estado (reducidos ambos órganos a una función consultiva). La
oposición a esta medida se acalló de inmediato con un decreto donde la
disidencia de obra, palabra o divulgación escrita sería penada por la justicia.
La nueva coyuntura política así establecida debió enfrentar la crisis militar
surgida tras el retorno de Rivera.
Anteriormente
hubo de enfrentar la Defensa
una crisis militar suscitada en motines protagonizados por el Ministro de
Guerra Pacheco apoyados por las legiones francesa de Thiebaut e italiana de Garibaldi
contra Venancio Flores. A fines de 1844 Flores se impone, asume la Comandancia de Armas y
destierra a Pacheco a Río Grande. Sin embargo a fines de 1845 Pacheco regresa
de su exilio con autorización del gobierno y reasume su cargo en el ministerio
de Guerra. Flores evita irse del país por mediación de la Comisión Permanente.
A principios
de 1846 reaparece Rivera y se desata una nueva crisis. El 1º de abril estalla
un motín y dimite Pacheco. En 1847 prosiguieron las agitaciones militares al
enfrentarse dos facciones: una, dirigida por Garibaldi, era partidaria de la
guerra, y otra, al mando de Flores, aparecía como favorable a la pacificación.
La acción de Le Predour, comandante francés, apoyando al Ministro de Guerra de la Defensa, el coronel
Batlle, evitó el derramamiento de sangre.
La actitud de
Rivera en la campaña, donde pidió refuerzos a la Defensa y, a la vez, tentó
un acuerdo de paz unilateralmente con Oribe en Maldonado, resolvió al gobierno
de Joaquín Suárez a destituirlo y desterrarlo. La reacción en Montevideo no se
hizo esperar: los partidarios de Rivera y del entendimiento pacífico con el
enemigo, fueron reprimidos. A fines de abril de 1848 hubo un decreto de estado
de sitio, suspensión de garantías individuales y deportaciones de opositores
con motivo de incidentes en las elecciones de Alcalde Ordinario y Defensor de
Menores.
De destacar es
que, pese a todo esto, el gobierno de Joaquín Suárez no recibió ataques
directos ni cuestionamientos de importancia.
LA INTERVENCIÓN
Una vez rotas
las relaciones entre los interventores y el bando rosista comenzaron las
acciones efectivas. Hubo desembarco de tropas en Montevideo para reforzar la
defensa. Además se apoderaron de la escuadra de Brown enviando a la tripulación a Buenos Aires.
También se bloqueó el Buceo y otros puertos de Oribe. Después se ocupó la isla
Martín García y bloqueó el puerto de Buenos Aires.
Rosas
contraatacó con notas de elevado tono a los interventores. Pero también intentó
una salida diplomática. Envió una propuesta al Encargado de Negocios de
Francia, barón de Mareuil, sobre la base del reconocimiento de Oribe como
presidente oriental. Luego envió otra propuesta similar a Deffaudis y a
Ouseley. Ambas fueron rechazadas.
De inmediato
se produjo un ataque en la
Vuelta de Obligado, donde la escuadra interventora quebró el
bloqueo de la embocadura del Paraná dispuesto por Rosas. La acción en realidad
desató la indignación de las provincias de la Confederación y
produjo una reacción opuesta a lo esperado.
Un episodio de
este conflicto merece mención especial: la concentración de residentes
franceses e ingleses ordenada por Oribe en Durazno, trasladándolos desde
Colonia. La mayoría de ellos fueron obligados a ingresar al Ejército y el resto
permaneció en calidad de detenidos. Los ministros interventores
protestaron ante esta medida.
Las acciones
de los interventores, unidas a un préstamo de 360.000 pesos gestionado por los
propios ministros interventores, generaron un auténtico boom en Montevideo
entre 1845 y 1846. La población creyó que la guerra llegaba a su fin. De hecho
el gobierno sancionó una ley de indulto y olvido completo del pasado. Se
hablaba de concordia y conciliación nacional. Se suprimió la divisa colorada y
se la sustituyó por la escarapela nacional. Se empieza a publicar un órgano de
prensa llamado “La Nueva Era”,
favorable a la concordia y la reconstrucción nacional por encima de los bandos.
Todo fue una burbuja. A mediados de 1846 la escuadra inglesa debió retirarse a
El Cabo por órdenes dictadas en Londres.
La retirada
inglesa se venía anunciando dado el hecho de que el gobierno de Robert Peel
venía declarando que no existía estado de guerra con la Confederación.
También el gobierno francés declaró lo mismo ante los
reclamos de Rosas debido a los actos de la escuadra efectuados sin previa
declaración de guerra. En julio de 1846 Aberdeen envió al Río de la Plata a Thomas Samuel Hood,
simpatizante de Rosas, a mediar en el conflicto. La mediación se hacía en el
mejor momento de la contraofensiva de Rivera contra Oribe.
Las nuevas
bases propuestas por Hood para el cese del fuego en un principio parecieron ser
aceptadas por todas las partes. Durante quince días, mientras se realizaban las
negociaciones, hubo suspensión de hostilidades y confraternización entre ambos
bandos orientales. A pesar de dictarse medidas restrictivas respecto a las
visitas hubo un auténtico aluvión de gente que traspasó las líneas para
saludarse. El fenómeno tendría una repercusión profunda en el imaginario
colectivo como un hito fundamental en la consolidación de la identidad nacional
oriental.
Sin embargo
primaron las diferencias entre Oribe y Suárez debido a recelos originados en el
hecho de que Hood llamaba “presidente” a Oribe, y los interventores llamaban
“Gobierno del Estado Oriental” al de Suárez mientras que a Oribe solo lo
llamaban “General”… Estos malentendidos dieron al traste con las negociaciones.
Los rumores que corrían en el campo sitiado de que la misión Hood reconocía la
legitimidad del gobierno de Oribe, provocaron la reacción de Suárez: ordenó el
cese de toda comunicación con el otro bando. De inmediato Oribe decreta el
reinicio de las hostilidades.
LAS
ÚLTIMAS MISIONES EUROPEAS
En mayo de
1847 los ministros Ouseley y Deffaudis anuncian formalmente a Suárez su retirada y el fin de la intervención
anglo-francesa. El nuevo viraje diplomático inglés tiene orígen en las
presiones de los grupos de intereses anglo-bonaerenses en la
City. Si bien Francia estaba atada a
intereses franco-orientales se plegó a las directivas londinenses para
preservar la alianza que la unía a Inglaterra.
Otra causa de
lo ocurrido era el inicio de una crisis agraria que se profundizaría en 1847,
coincidiendo con una depresión económica motivada en el déficit de la balanza
comercial con Oriente (crisis del opio). Tal coyuntura desfavorable produjo
repercusiones sociales: el cartismo en Inglaterra y la agitación obrera en
Francia que desembocaría en la revolución liberal de 1848. El 10 de abril de
1847 una inmensa movilización obrera en Inglaterra amenazó con establecer una
república democrática. El gobierno se dispuso a enfrentar la amenaza con la
fuerza, pero finalmente el asunto se resolvió a través de la satisfacción de
ciertas peticiones presentadas en las “cartas” de los obreros. Desde 1846
Londres, presionado por los banqueros, quería liquidar el asunto platense.
En 1847
arriban al Plata dos nuevos emisarios
diplomáticos: Lord Howden por Gran Bretaña y el conde Waleski por Francia
(acompañados por el comodoro Hebert y el capitán LePredour al mando de la
escuadra conjunta). Su primer acto fue pactar un cese de hostilidades en el
Estado Oriental mientras se negociaba en Buenos Aires un tratado de paz
definitivo.
La misión
Howden-Waleski pretendió entenderse con Rosas respecto al status de Oribe
(admitiendo llamarlo Presidente de la República, mientras reservaba a Suárez el
tratamiento formal de “Presidente Provisorio”). También se permitía formalmente
el entendimiento de Rosas con Oribe a fin de pactar mutuamente el retiro de
tropas de territorio oriental, mientras que los aliados europeos se
comprometían al retiro inmediato de la escuadra conjunta. Pero no cedían en la
cuestión de la libre navegación de los ríos: no los reconocían como “ríos internos” aduciendo que tenían partes navegables bajo
soberanía de países independientes. El oficio contravenía la tesis de Hood,
admitida en 1844 por Canning, que concedía al Paraná el carácter de río interno
y al Uruguay como arteria conjunta argentino-uruguaya. Éste es el quid de la
cuestión de la férrea doctrina rosista de no reconocer la independencia
paraguaya y guardar las formas respecto a la independencia oriental siempre que
esté bajo su supervisión: el control de los ríos.
Rosas rechazó
de plano los oficios presentados por los nuevos ministros mediadores. Oribe y
Suárez también rechazaron las bases una vez les fueron presentadas. Suárez se
aferró a la posición de no levantamiento del bloqueo, única garantía de no
quedar a merced de Oribe y de Rosas. Howden, por toda respuesta, retiró la
escuadra y las tropas inglesas. Francia mantuvo un tiempo más el bloqueo.
En ese momento
se produce la reacción dentro del Gobierno de la Defensa, promovida por el
General Flores (e intentada previamente por el propio Rivera), de buscar una
salida negociada entre orientales al conflicto. El movimiento militar pretendió
imponer una actitud “pacifista” (tendiente a un acuerdo pacífico con Oribe).
Suárez resolvió sustituir a Flores por el coronel Villagrán en la Comandancia de Armas.
La guarnición al mando del coronel Larraya se amotinó y el recién nombrado
Villagrán presionó ahora a Suárez para que se busque una solución pacífica al
conflicto. El motín culminó con una reunión entre Suárez y los promotores del
mismo. Hubo mediación de las autoridades francesas a favor del gobierno. Las
cosas volvieron a una relativa “calma”, y la solución entre orientales no se
llevó a efecto.
En marzo de
1848 arriba a Montevideo la cuarta misión diplomática europea a cargo del
capitán de la marina británica Robert Gore y del comisario francés barón Gros.
La misión intentó pactar directamente con el “brigadier general” Oribe una amnistía plena y total a los habitantes de
Montevideo y seguridad para los extranjeros en caso de tomar la plaza. Londres,
formalmente, entregaba la situación a Oribe. Éste aceptó la oferta, aunque se
dirigió a ambos diplomáticos europeos en calidad de “Presidente”. Luego se
propusieron las bases a Suárez, el cual también aceptó, además de avenirse a
una reunión con Oribe.
La misión
Gore-Gros se cimentaba sobre la base de la rendición de Montevideo y el
reconocimiento de la presidencia legal de Oribe. A pesar de conocerse tal
planteo, que provocó resistencia en el interior del gobierno de la Defensa, el documento fue
firmado por las dos partes orientales enfrentadas.
Pero la
presión de Rosas hizo fracasar el armisticio. A sabiendas de que quedaba fuera
del pacto presionó a Oribe para que se retracte y se negó al retiro de tropas
argentinas del territorio oriental. Pretendía así salvaguardar los derechos
soberanos de las repúblicas platenses. Además doblaba la apuesta ante un enemigo
que parecía estar doblegado por el peso de las circunstancias desfavorables.
En Francia una
revolución popular hizo caer la monarquía burguesa de Luis Felipe. Hubo
elecciones y sube al poder Luis Napoleón, vinculado a los intereses británicos
y a los de las altas finanzas internacionales (monopolizadas por las bancas
Rothschild y Baring). Londres tiene un ojo puesto en estos hechos y otro en la
amenaza de desintegración del Imperio Austríaco (pieza clave en el equilibrio
de poderes europeo favorable a Gran Bretaña).
Rápidamente
Palmerston decidió entenderse con Rosas enviando a Buenos Aires a un “amigo”,
Southern. Éste venía con instrucciones de pactar a cualquier y precio y así
sucedió, suscribiéndose la
Convención Arana_Southern el 24 de noviembre de 1849, donde
se reconocía la soberanía de Rosas sobre los ríos. También presionó a Francia
para que termine con su presencia aún activa en la zona. Le Predour se vió obligado a retirar
todas sus fuerzas y firmar dos tratados claudicantes ante Rosas el 31 de agosto
de 1850 y ante Oribe el 13 de setiembre.
No obstante el
ministro Gros gestionó un subsidio de 40.000 pesos para sostener al tesoro
público de la Defensa,
que había quebrado al quedarse sin los ingresos aduaneros. Meses después del
retiro oficial de las fuerzas francesas hubo un nuevo desembarco de 400
artilleros galos en Montevideo. En el Parlamento británico el ministro
D’Israeli acaudilló las furibundas protestas contra la política de Palmerston
de obsequiar Montevideo a Rosas.
En enero de
1849 el gobierno de Luis Napoleón ordenó al almirante Le Predour entenderse
directamente con Rosas y Oribe, prescindiendo del gobierno de la Defensa, y liquidar el
asunto definitivamente. La presión de la burguesía industrial de Burdeos desde
fines de 1848 sobre el nuevo régimen francés decidió a éste a poner fin como
sea a la cuestión platense. La fórmula final de los acuerdos fue el
reconocimiento de Oribe como Presidente (el gobierno de Suárez era llamado
“gobierno de Montevideo” o “autoridad de hecho”) y se le concedía el derecho de
dirigir la elección de representantes para los comicios electorales. El
gobierno de Suárez aceptó el nuevo armisticio pero rechazó los tratados. A este
respecto envió una misión a París a cargo del general Pacheco y Obes. La
consigna de la misión era lograr que Francia e Inglaterra fueran garantes de un
pacto en el que se reconocieran los derechos de las dos partes (el Cerrito y la Defensa).
La misión
Pacheco y Obes consiguió atraer la opinión pública hacia la causa de la Defensa y volcó al
Parlamento francés en contra de los tratados Le Predour. El gobierno francés
votó nuevos empréstitos al gobierno de Suárez, pero se negó a cualquier
intervención militar… pese a la presión de Thiers que era partidario de la
guerra.
Como concesión
al belicoso Thiers se envió al Plata una expedición de 1.500 hombres al mando
del coronel Bertin de Chateau como apoyo a las nuevas negociaciones de Le
Predour en abril de 1850. La nueva entrevista con Rosas y Oribe, bajo presión
del gobierno francés, la alta burguesía francesa y de representantes de los
intereses franco-orientales (tanto en Montevideo como en la zona controlada por
Oribe), ratificó los tratados anteriormente suscriptos. La Asamblea Nacional
de París dio visto bueno a los tratados aún pese a las protestas de Pacheco y
Obes.
MANUEL HERRERA Y OBES Y EL IMPERIO DE
BRASIL
Dos frases, de
su propio puño y letra, ilustran el carácter del doctor Manuel Herrera y Obes:
“De América vienen todas las desgracias, por intermedio de sus caudillos” y
“Sólo el amor al orden y al trabajo, la educación industrial, la asociación con
el europeo, pueden mejorar la situación de nuestro pueblo”.
No obstante lo
expuesto terminará el nuevo canciller de la defensa, el mismo autor de las
frases arriba expuestas, proponiendo una solución americana (“política
americana”) al conflicto armado. En el plan de Herrera y Obes las potencias
europeas, por vez primera, quedaban excluídas, y se intentaba crear un frente
común con Urquiza y el Brasil. Herrera y Obes supo ver la oportunidad única que
le ofrecía la nueva coyuntura internacional.
Un cambio
fundamental en la política económica de la Gran Bretaña se estaba
volviendo contra Rosas. Las islas, debido al aumento de la población
urbanística (producto del desarrollo industrial maquinista), sustituye la cría
de lanares (sustento de la industria textil) por la de vacunos con fines de
satisfacer el consumo interno. Debido a esta coyuntura Inglaterra pasa a
importar lana y cereales. En esta nueva situación comercial internacional la
economía
ganadera rosista basada en el cuero y el tasajo
pasaba a ser un anacronismo. Además contradecía la política anti-esclavista de
Gran Bretaña en el sentido de que tal producción satisfacía las demandas de
países esclavistas como el Brasil con los que Londres estaba en abierto
conflicto. Precisamente la abolición de la esclavitud era parte de la nueva
política económica británica, que buscaba controlar los precios de los
productos que importaba (la utilización de esclavos abarataba los costos de
producción).
El nuevo foco
de desarrollo en la
Confederación estaba ahora en Entre Ríos, que se había
convertido rápidamente en un polo de producción ovina capaz de satisfacer las
demandas del mercado británico. Sin embargo la política centralista y
proteccionista de Rosas conspiraba contra el desarrollo económico del Litoral…
y perjudicaba los negocios del propio Urquiza. Desde 1847 Herrera venía
siguiendo esta situación e inició gestiones con el caudillo entrerriano. Enterado
estaba el canciller de la
Defensa de los “tráficos irregulares” de oro, carne salada y
otras mercaderías que el agente urquicista Antonio Cuyás y Sampere efectuaba en
Montevideo, contraviniendo las estrictas órdenes de Rosas.
Para 1850 el
legado brasileño Pontes comienza a tantear una aproximación al caudillo
entrerriano moviendo los hilos tejidos por Herrera y Obes.
Durante 1849
Brasil se mantuvo neutral o expectante en el conflicto platense. Pero las
relaciones con el gobierno de Oribe fueron de mal en peor. Además debía hacer
frente a Gran Bretaña que, prácticamente, le había declarado la guerra con el
“bill Aberdeen” que autorizaba el asalto de los buques negreros. Brasil procuró
a través del llamado “plan Buvental”, una alianza con Francia para enfrentar a
Rosas y a Inglaterra. Esta política era apoyada por una alianza entre
saquaremas y luzías conservadores (la “entente del orden”), que también hacía
la vista gorda ante las “californias” efectuadas en territorio oriental por el
fazendeiro caramurú Francisco Pedro de Abreu, barón de Jacuhy (“Chico Pedro”).
El 8 de abril
de 1850 una “california” de 8.000 hombres invade el territorio oriental, pero
es destrozada por tropas conducidas por Andrés Lamas en Itacumbú el día 12 de
abril. Chico Pedro se salvó de milagro. El incidente provoca la rápida reacción
de Rosas. Buenos Aires rompe relaciones con el Brasil el 15 de abril. El
Emperador ordena la movilización de tropas a la frontera, esperanzado en que la
misión Le Predour a Buenos Aires terminaría también en rompimiento de
relaciones con Rosas.
Nada de eso
ocurrió. El gobierno de Brasil, consciente de la situación internacional
adversa, imprime un giro radical a su política. Pone fin a las “californias” y
ofrece satisfacciones al legado argentino Guido. Al multiplicarse las
agresiones inglesas en mayo y junio, se decide ceder a las presiones del
gobierno de Londres en julio de 1850. Se expulsa a los negreros y se pone fin
al tráfico esclavista. A partir de ese momento un agente de los intereses de la
banca Rotschild empieza a actuar en Montevideo y en Entre Ríos: Irineo
Evangelista de Souza, barón y luego vizconde de Mahuá, el más rico e influyente
banquero y empresario del Imperio.
Lo que sigue a
continuación es una auténtica obra maestra de la diplomacia internacional. El
resultado fue que Brasil y Gran Bretaña salieron ganando ampliamente, mientras
que el pequeño Estado Oriental sobrevivió debiendo ceder ante los apetitos de
los poderes internacionales en aras de conservar su independencia y su integridad
nacional. Quizá no muchos estarán de acuerdo con esta apreciación, pero el
hecho de que, en medio de la contínua derrota, una comunidad no muy homogénea
mantenga una voluntad firme de mantenerse independiente nadando a contra
corriente de los poderes hegemónicos de turno resulta un dato valioso a la hora
de entender ese fenómeno muchas veces irracional de las identidades y las
pertenencias a determinadas comunidades.
Brasil se
propuso tener bajo control tanto al Estado Oriental como la Confederación
Argentina, borrando de un plumazo todo posible foco populista
desestabilizador del orden político regional y, a la vez, lograr la libre
navegación de los ríos (objetivo que lo unía a Gran Bretaña). Ahora bien,
destaquemos claramente que Brasil actuaba solo y en defensa de sus propios
intereses. Éstos se vieron afectados en el momento en que se supo en Río de
Janeiro que Londres y ahora París estaban dispuestos a entregar Montevideo a
Oribe y la Banda Oriental
a Rosas. Brasil no estaba dispuesto a consentir tal concesión que convertía a
Rosas en un poder regional demasiado fuerte.
El barón de
Mauá contactó al legado uruguayo Andrés Lamas (designado por el canciller
Herrera y Obes el 9 de noviembre de 1847 como pieza clave para lograr el apoyo
brasileño) y firmó dos contratos con él: uno el 21 de agosto de 1850 y el otro
el 7 de setiembre. Brasil sustituiría a Francia como financista de la Defensa. Se comprometía a abrir
en Londres una cuenta a nombre de Melchor Pacheco y Obes con el objetivo de
reclutar soldados. A la vez se enviaban armas a Montevideo y se saldaban las
deudas del gobierno. A cambio de esto el Estado Oriental pagaba un alto coste:
quedaba supeditado a suscribir un convenio de límites, navegación y comercio
con Brasil, y establecer un gobierno estable apoyado por Río de Janeiro.
A todo esto
las relaciones con Rosas se deterioraron con rapidez. Rosas tomó como excusa la
cuestión de las californias para, finalmente, anunciar a través de Guido la
ruptura de relaciones el 11 de setiembre (el 2 de octubre el ministro argentino
abandona Brasil). A la vez un nuevo
incidente pone tensas las relaciones con Gran Bretaña, que está decidida a no
tolerar las “distracciones” de Brasil respecto a la cuestión de la abolición de
la esclavitud.
En este
momento, precisamente el 24 de enero de 1851, Urquiza hace conocer su plan a
través de su agente Cuyás y Sampere al legado brasileño Pontes. Allí propone una alianza con el Imperio para
deponer a Oribe y hacer elegir a Garzón como presidente oriental. La respuesta
de Ponte Ribeiro el 11 de marzo instruye a Urquiza para que “…se declare y
rompa con Rosas de una manera clara, positiva y pública”. A la vez advierte que
Brasil estaba resuelto a ir a la guerra “con o sin la adhesión y cooperación de
Urquiza”.
El 1º de mayo
Urquiza firma el decreto en el que la provincia de Entre Ríos asume el manejo
de las relaciones exteriores. Recién el 13, sin embargo, publica el decreto,
llamado el ¨Pronunciamiento”. El 29 de mayo de 1851 se suscribe en Montevideo el
tratado de alianza que une a la
Defensa, Entre Ríos y el Imperio contra Rosas.
EL JUEGO BRITÁNICO
El 19 de julio
de 1851 se produjo la invasión del Uruguay por tropas de Urquiza. El 3 de
agosto la Defensa
rompe el armisticio e inicia hostilidades contra Oribe.
Gran Bretaña
intentó al principio mediar en el conflicto pero, para julio se tuvo pleno
conocimiento en Londres del pronunciamiento de Urquiza. En vez de hostigar a
Brasil, como hasta el momento lo venía haciendo, Palmerston dispuso las piezas
de modo de allanar el camino a la coalición contra Rosas. El 8 de setiembre
dispuso la sustitución de dos agentes diplomáticos: Southern por Gore en Buenos
Aires, y Hudson en Río de Janeiro. Southern había intentado impedir la guerra,
procurando un entendimiento entre Rosas y Urquiza. Además denunció la actitud
de hostilidad manifestada por el contralmirante británico Reynolds contra el
régimen de Rosas. Huston, por su parte, era un abierto opositor a la política
del ministro brasileño Paulino y se oponía a los manejos del Imperio en el Río
de la Plata.
Este
movimiento no solo fue un mensaje positivo para los antirrosistas. También fue
un mensaje negativo para Rosas, que contribuyó a su desmoralización.
En setiembre,
acosado por las fuerzas de Urquiza y Caxías, Oribe pide auxilio a las
legaciones británica y francesa para pasar su ejército al lado argentino. Estas
se excusan debido a que debían esperar instrucciones. De ese modo es obligado a
negociar con sus enemigos. Finalmente se consigue llegar a un pacto ratificado
por todas las partes el día 10 de octubre sobre la base de “ni vencidos ni
vencedores”.
El 21 de
noviembre de 1851 se firma el convenio definitivo de alianza contra Rosas,
donde Urquiza se compromete, entre otras cosas, a imponer la libre navegación
de los ríos una vez fuera instaurado el nuevo gobierno. Abandonado por casi
todas las provincias Rosas casi no ofrece resistencia en Caseros (3 de febrero
de 1852). El restaurador se retiró a Southampton, conducido por un buque
inglés. En 1853 la Gran Bretaña
rubrica un ventajoso acuerdo comercial con Urquiza.
EL FIN DE LA
GUERRA EN EL ESTADO ORIENTAL
La Paz de Octubre es el fin de la Guerra Grande en Uruguay.
Lograda a base de pagar un alto precio. El 12 de octubre de 1851, mientras tropas
brasileñas acampaban en el Cerrito, Andrés Lamas suscribía en Río de Janeiro
los cinco tratados con el Imperio. Más que tratados fueron humillaciones, que
consagraron el retorno a una situación similar a la de la Provincia Cisplatina.
Clara muestra del papel que debió representar el Estado Oriental en el juego de
ajedrez de las superpotencias, con el único objetivo de existir.
1) El tratado de alianza: enmascarado en
un acuerdo de asistencia militar mutua, en realidad sancionaba el derecho de
intervención brasileña en los asuntos internos del Estado Oriental. Debido a
este tratado Brasil fue árbitro de la política oriental hasta 1856, y mantuvo
un ejército de ocupación desde 1854
a fines de 1855. La coyuntura internacional favoreció al
Brasil: la secesión de Buenos Aires (1852-61) y la guerra de Crimea (1854-56)
neutralizaron a las potencias competidoras dejando las manos libres al Imperio.
2) El tratado de límites: que consagraba
una nueva amputación territorial al Estado Oriental y permitía al Brasil construir fortalezas
militares en suelo uruguayo.
3) El Tratado de Prestación de Socorros: por
el cual el Estado Oriental se endeudaba con el Imperio, poniendo como garantía
las rentas públicas (incluyendo las aduaneras). Para administrar la deuda el
barón de Mahuá fundará posteriormente una filial de su Banco en Montevideo.
4) El Tratado de comercio y navegación:
se establece la libre navegación del río
Uruguay y sus afluentes. Se establece la neutralidad de la isla Martín García.
Por 10 años se exime de impuestos a la exportación de tasajo uruguayo a Río
Grande, y por 10 años se concede la libre exportación de ganado en pie a
territorio brasileño. Se trataba de la virtual legalización de las californias
y consagración de la extinción de los saladeros uruguayos (en 1854 solo quedaba
en pie el saladero de Lafone).
5) El Tratado de Extradición: El Estado
Oriental se obliga a entregar delincuentes comunes, perseguidos políticos y a
devolver esclavos escapados a sus legítimos dueños. A su vez los estancieros
brasileños en territorio oriental podrán conservar sus esclavos. O sea que no
eran regidos por la ley nacional de abolición de la esclavitud.
Todo hace suponer que el gobierno de Río de
Janeiro especulaba con que, si la situación internacional le seguía siendo
favorable, el Estado Oriental terminaría siendo absorbido por el Imperio. Sin
embargo, como a menudo sucede en la historia, tal cosa no ocurrió. El
sentimiento nacional salió tan fortalecido después de la guerra que pudo sortear
las dificultades que debió padecer en las décadas sucesivas.
CRONOLOGÍA
SEGUNDA
PARTE:
PROCESO DE
FORMACIÓN DEL ESTADO ORIENTAL Y EL IMPERIALISMO ANGLO-FRANCÉS EN EL RÍO DE LA PLATA
1776: Establecimiento del Virreinato del Río de la Plata
1782: Carlos III dicta la Ordenanza de Intendentes
1806-07: Invasiones inglesas al Río de la Plata
1810: Revolución de Mayo
1811: Batalla de Las Piedras. Sitio de Montevideo. Misión
Strangford: Armisticio hispano-bonaerense. Asambleas Quinta La Paraguaya y Panadería
Vidal
1811-12: Gobierno del Ayuí
1812: Segundo Sitio de Montevideo
1813: Gobierno Económico de Guadalupe. Congreso de Tres
Cruces
1813-20: Directorio bonaerense
1814: Decreto del Director de Posadas estableciendo la Provincia Oriental
del Uruguay
1815-20: Liga Federal artiguista
1816-19: Asamblea Constituyente
1817-1822: Dominación lusitana de la Banda Oriental
1820: Derrota de Artigas en Tacuarembó. Caída del
Directorio porteño y Pacto del Pilar
1822: Grito de Ypiranga
1822: Tratado del Cuadrilátero
1822-23: Crisis en la ocupación de la Provincia Cisplatina.
Acción del Cabildo Representante y los Caballeros Orientales
1824-28: Dominación brasileña de la Provincia Cisplatina
1824-26: Congreso Constituyente
1825: Cruzada Libertadora. Gobierno Provisorio de
Florida. Declaraciones del 25 de Agosto
1826-28: Guerra de las Provincias Unidas y el Brasil
1826-27: Gobierno Nacional de las Provincias Unidas
1828-30: Gobierno Provisorio del Estado Oriental
1828: Convención Preliminar de Paz
1830: Constitución del Estado Oriental
1830-34: Gobierno de Fructuoso Rivera
1835-38: Gobierno de Manuel Oribe
1831: Pacto Federal
1831-52: Confederación Argentina
1836: Batalla de Carpintería
1835-1845: Revolución Farroupilha
1837-39: Conflicto entre Rosas y la Confederación
peruano-boliviana
1838: Asume Rivera. Acción de la Comisión Argentina
en Montevideo
1838-40: Conflicto francés con el gobierno de Rosas
1839: Declaración de Guerra a Rosas. Rivera presidente
constitucional. Comienza la Guerra Grande
1840: Convención Mackau- Arana
1841: Urquiza gobernador de Entre Ríos
1842: Batalla de Arroyo Grande. Proyecto “Uruguay Mayor”
1843: Oribe en el Cerrito. Sitio a Montevideo. Martín
Suárez encargado del Poder Ejecutivo en el Gobierno de la Defensa. Misión
Florencio Varela
1844: Urquiza vence a Rivera en El Sauce. Misión Abrantes
1845: Derrota de Rivera en India Muerta. Arribo de
primera misión anglo-francesa. Combate de Obligado
1846: Riveristas derriban a Pacheco y Obes en Montevideo.
Asalto de Paysandú por franceses y fuerzas de Rivera. Arribo de segunda misión
europea
1847: Derrota de Rivera en Pan de Azúcar. Misión Hood.
Inglaterra levanta el bloqueo. La
Defensa destierra a Rivera
1848: Nueva misión europea. Francia levanta el bloqueo
1849: Convención Southern- Arana. Paz con Inglaterra.
Convención Lepredour-gobierno del Cerrito
1850: Convención Arana- Lepredour. Paz con Francia.
Invasión brasileña al Estado Oriental y reconocimiento brasileño de la
independencia paraguaya
1851: Alzamiento de Urquiza. Alianza entre Brasil,
Montevideo y Entre Ríos. Lamas firma tratados con el Brasil
1852: Derrota de Rosas en Caseros.
BIBLIOGRAFÍA DE LA PRIMERA Y SEGUNDA PARTE:
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De Herrera, Luis Alberto: "Los Orígenes de la Guerra Grande" (2 Tomos). Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay. Montevideo. 1986
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Amores Carredano, Juan Bosco (Coord.): "Historia de América". Editorial Ariel. Barcelona. 2006
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Aróstegui,J.; Saborido, J,; Buchrucker, C. (Directores): "El mundo contemporáneo: Historia y problemas". Ed. Biblos. Buenos Aires. Ed. Crítica, Barcelona. 2001
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Fieldhouse, David K.: "Los imperios coloniales desde el siglo XVIII". Siglo XXI Editores. Madrid. 1993
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Renouvin, Pierre: "Historia de las Relaciones Internacionales". Ediciones Akal. Madrid. 1982
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