SUÁREZ, ÉVRA: LA DISCRIMINACIÓN GLOBALIZADA VS. LA DISCRIMINACIÓN LATINOAMERICANA

A veces me encuentro, casi por casualidad, con ciertos comentarios en la "prensa" de mi querido departamento oriental de Salto, que no dejan de producirme sorpresa... entre otras cosas. Todavía me queda fresca en la memoria (lo que hizo que tomara la determinación de borrar prácticamente de mi agenda de lectura frecuente la prensa local) la vez que cierto diario matutino, célebre por sus faltas de ortografía y/o sintaxis, la emprendió a fines de los `90 contra el entonces técnico de la selección salteña, el tacuaremboense Gustavo Ferraz. La insólita medida "disciplinaria" que tomó dicho medio "periodístico" fué... ¡no nombrar al mencionado técnico en las notas! En su lugar se escribía (o pronunciaba, en el caso de los medios radiales asociados) el mote de "el oriundo de Tacuarembó".
Pues bien, últimamente me he encontrado con cierta tendencia "periodística" local a emprenderla contra el famoso futbolista de origen salteño Luis Alberto Suárez, haciéndose eco de las burdas campañas que lo vinculan a episodios de "racismo" en el ambiente deportivo. Claro está que, fundamentalmente, intereses mezquinos teñidos de política (es sabido que a Suárez lo apoyó recientemente el presidente Mujica, tan resistido por los sectores "conservadores" que, en Salto, tienen una base de operaciones muy importante) y también envidia, están detrás de los comentarios anti-Suárez. Se le ha reprochado cierto "desprecio" hacia su departamento natal, lo que contrastaría con la actitud solidaria, "ética" (y "cristiana") del otro salteño famoso,  Edinson Cavani. Pero más allá de estas ruindades que hacen la comidilla del mundillo local, está el hecho de que una cuestión tan manoseada como el "racismo" entendido según patrones culturales "globalizados" ha penetrado también en nuestras sociedades.
En todo caso me interesa centrarme en este aspecto de la cuestión: la utilización del "racismo" con intereses espúreos. Hoy en día es fácil tildar o acusar a alguien de "racista", "homofóbico", "nazi", etc, con una liviandad rayana en lo absurdo. De la noche a la mañana una persona como Suárez aparece como "racista" frente a Patrice Évra por el simple hecho de que es políticamente correcto ponerse del lado de un "negro", aunque éste sea tan racista como aquel a quien acusa de lo mismo. Y sorprende bastante que muchos de mis compatriotas tan despreciados como "sudacas" en las urbes europeas, con sangre de uno, dos y más ancestros de orígen "no europeo" corriendo por sus venas, se embanderen detrás de una causa que ni siquiera comprenden en profundidad.
Los complejos fenómenos de interculturalidad y transculturalidad que se han desatado tras el desencadenamiento de ese fenómeno llamado "globalización" (cuyos antecedentes se remontan a las primeras colonizaciones europeas del siglo XV), han tenido como resultado "malentedidos" como el "affaire" Suárez-Évra. Un uruguayo descendiente de españoles y esclavos africanos, y un senegalés nacionalizado francés, coincidiendo como jugadores de fútbol profesional en la Liga Inglesa, son los protagonistas de un incidente "doméstico" que trascendió hasta convertirse en una especie de "escándalo" internacional. Para muchos activistas de los derechos humanos se constituyó en una oportunidad legítima para inmiscuirse en los entretelones del mundillo futbolístico y desenmascarar presuntos focos de racismo e intolerancia enquistados en el mismo. No dudamos de que tal cosa es posible, pero creemos que cargar las tintas contra Suárez no es la solución. La opinión pública y la justicia futbolística internacional han actuado de manera parcial, priorizando ciertos contenidos culturales y "discriminando" a otros. Porque el modo "latinoamericano" de entender las relaciones interétnicas no es el mismo modo de entender tales relaciones vigente en el mundo "anglosajón" o en el europeo en general.
Con lo expresado no pretendo discutir en absoluto las afirmaciones del colectivo uruguayo afrodescendiente que ha defendido ante la ONU la existencia de formas sutiles y no tan sutiles de racismo en el Uruguay. Las cifras relativas a la discriminación cultural a la que están sometidos los descendientes de negros (y también los descendientes de indígenas) son bastante elocuentes. Del total de pobres existentes en 2010 en el país (18,6%) una gran cantidad de ellos son afrodescendientes. La pobreza en la comunidad afro-uruguaya asciende a un 39.9% (de ellos un 52% son niños y adolescentes menores de 18 años). El 47% de los afrodescendientes uruguayos no completó primaria. Y las cifras de desempleo en dicha colectividad también es elevado.
Pero tales evidencias tampoco invalidan el hecho de que la nuestra es una sociedad cultural y biológicamente "híbrida", donde las categorías "blanco", "negro" e "indio" están desdibujadas hasta el extremo de que el tipo de "discriminación étnico-racial" no puede comparase con el estilo europeo-anglosajón.
Hija "bastarda" de una realidad colonial europea, Latinoamérica fué siempre considerada como una "dependencia", la periferia por excelencia de Europa y Norteamérica. Modelados los espacios estatales según los cánones político-económicos y culturales de las élites patricias "criollas", muchas complejas realidades étnicas quedaron englobadas en tales estructuras. De la fusión de las mismas, mediatizada por la contínua ingerencia extranjera, surgieron las "conciencias" nacionales latinoamericanas. Las élites patricias legaron a la abigarrada amalgama mestiza, que era el basamento social de las nacionalidades latinoamericanas, una suerte de difuso sentimiento de ser "europeos o blancos de segunda clase". En el caso de Uruguay, Argentina, Costa Rica y amplios sectores del Brasil "blanco" tal concepción es evidente en los textos escolares vigentes hasta la década del ´80, cuando comenzaron a decaer los ciclos dictatoriales de cuño militar. Por ejemplo, en Uruguay se daba por sentado que el 99% de la población era "blanca" (o sea, descendiente de europeos) y el 1% era "negra" (o sea, descendiente de esclavos africanos). En Argentina se consideraba un hecho que más del 99% de la población era "blanca" y que los indígenas ascendían a tan sólo 400.000 personas aisladas en reservas.
La raíz del "racismo" vernáculo hay que buscarlo en el siglo XVIII, cuando la administración colonial borbónica introdujo un órden social donde la discriminación de las "castas" (mestizos) y los no blancos se convirtió en una política de Estado. Hasta ese entonces existía un orden difuso, permisivo, que priorizaba la ascendencia genealógica sobre la étnica. Ser descendiente de colonizadores españoles no implicaba que se fuera "técnicamente" blanco. Alguien dijo que la sociedad patricia criolla más que "blanca" era "café con leche muy oscuro"...Pero durante el período borbónico se priorizaba el color de la piel y éste tenía que ser blanco a toda costa. El "blanqueo" se convirtió en una obsesión de las élites patricias, si bien pronto se dieron cuenta de que la Metrópoli nunca los consideraría auténticos "blancos". La administración de los territorios coloniales era confiada a peninsulares y tal situación alimentó el resentimiento de los "criollos" hacia los "europeos".
No obstante, una vez obtenida la independencia, las élites criollas continuaron obsesionadas con el "blanqueo" y alentaron la inmigración europea "controlada". Recién cuando se dieron cuenta que esa inmigración ponía en peligro su poder reaccionaron contra ella. Muchos sectores patricios oscilaban entre lo "europeo" y lo "nativo". Recurrían a este último como forma de legitimarse ante el "aluvión" inmigratorio que amenazaba su supremacía política, económica y cultural. Tras un primer proceso "modernizador" que sumergió a los sectores mestizos, indígenas y negros en la indigencia, la marginación, la invisibilidad, se pasó a una reivindicación romántica de las bases indígenas, africanas, mestizas de la nacionalidad. Tales oscilaciones quasi enfermizas son características de los procesos latinoamericanos de construcción de las identidades nacionales. La identificación con lo "rubio" o lo "moreno" es alternativo y depende de las circunstancias coyunturales.
A partir del siglo XIX, con la consolidación de los Estados-nacionales, los gobiernos latinoamericanos se encolumnaron en torno a una política de asimilación forzosa de las colectividades étnicas. A este proceso se lo llamó "crisol de razas". En cierto modo aún vigente, el concepto de "crisol de razas" priorizó la idea del mestizo por encima del orígen étnico, subétnico y racial. Aquellos grupos que resistían la asimilación eran segregados o estigmatizados. Muchos autores han cuestionado el "crisol de razas" como un mito nacional latinoamericano que ocultó formas sutiles y complejas de racismo y xenofobia. La "Gran Fundición de las Razas", agitada por sus exégetas resultó en un "mosaico de etnias" aún en proceso de integración. Pero también generó una brecha entre los "europeos" y los "no europeos". El mestizaje favoreció los matrimonios entre "blancos" por un lado, y aquellos realizados entre mestizos, negros e indígenas por otro lado, de tal modo que éste último grupo terminó siendo sumergido en la escala social siguiendo la tendencia ya vigente en la colonia y en los períodos proto-estatales. Pero también generó exclusiones de grupos no adaptados a la idea de la integración cultural, proyecto sobre todo defendido por las élites "criollas" abroqueladas en torno a estructuras "conservadoras" del poder. Ellas son las principales promotoras de una suerte de "terrorismo étnico", que estigmatiza como "apátrida" a todos aquellos que no se integran a los grandes grupos nacionales construídos por la fuerza.
Entender los tópicos que hemos expuesto es fundamental. El racismo o discriminación latinoamericano es esencialmente distinto al que existe en Europa y en Norteamérica. La "ocultación" de la diferencia es política de Estado en Latinoamérica, y se excluye al que se considera diferente, no al diferente mismo.

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