LA HUMANIDAD PERDIDA (II): LA GENTE PEQUEÑA DE ÁFRICA

En África Oriental (Tanzania y Mozambique) lo llaman Agogwe, Agogure, Agogué, Doko, Mau o Mberikimo; en Zimbabwe y Congo lo conocen como Kakundakari, Apamandi, Tokoloshe, Chimanimani, Kikomba, Amajungi o Niaka ambuguza ; en Senegal, le dicen Fating 'ho y en Costa de Marfil, Abonesi, Ijiméré o Sehité. Los nativos conviven hace tiempo con esta criatura y le tiene un respeto rayano en el miedo. De hecho en algunos lugares se considera de mal augurio encontrarse con ella.
Normalmente se lo describe como de pelaje castaño rojizo, pero a veces se dice que es oscuro, negro o gris. Su piel debajo del pelo es marrón rojiza, según algunos relatos. Su estatura oscila entre 0,60 y 1,50 metros. Camina en dos pies de 12 cm. de largo, con pulgar oponible o un poco inclinado. Sus dientes son pequeños, no como los de los chimpancés y su frente es redondeada (no inclinada).
El primer avistamiento de un occidental data de 1900 y lo realizó el capitán William Hichens. El informe recién fué dado a conocer en diciembre de 1937 en la revista londinense Discovery. Enviado a cazar leones que atacaban personas en Tanganyka (Tanzania), en la zona de Ussure y selva de Simbiti, al oeste de la llanura de Wembare, Hichens dice haber visto en la selva dos criaturas de aspecto humano, 4 pies de altura, caminando en dos pies y cubiertos de pelo marrón rojizo. A pesar de que buscó rastros de las mismas no pudo volver a encontrarlas.
Las críticas que recibió el informe de Hichens, hizo que el oficial británico Cuthbert Burgoyne enviara una carta a la revista Discovery en 1938, contando de su propio avistamiento ocurrido en Mozambique en 1927. Afirmó haber observado junto a su esposa, desde un barco de carga japonés, dos seres parecidos a los que describió Hichens, caminando en la costa cerca de una manada de babuinos. Notó que estos no se inmutaron ante la presencia de los dos desconocidos.
A fines de los 50 un coleccionista de animales llamado Charles Cordier aseguró que un kakundakari cayó en una de sus trampas para aves en Zaire (hoy Congo Democrático). Sin embargo el ser logró zafarse y escapar antes de que pudieran atraparlo. Cordier pudo dar con pisadas del animal en 1961 en la zona de Bakavu y hacer moldes en yeso.
Buena parte de los relatos sobre estas criaturas fueron recogidos por Bernard Heuvelmanns, el padre de la criptozoología. Sobre los informes de Costa de Marfil refiere como fuente al profesor A. Ledoux, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Toulousse, quien, en 1947, era Jefe del Departamento de Zoología del Instituto de Educación e Investigación de Adiopodoumé, cerca de Abidján. El profesional dijo haber recogido informes de avistamientos y leyendas locales sobre una criatura pequeña de pelo rojizo de la que se dice produce mala suerte el verla. Un grupo de estas criaturas viviría en la selva entre los ríos Sassandra y Cavally. De hecho un técnico africano de la mina Toulépleu llamado Méhaud Taoud, citado en los testimonios de Leroux, afirmaba que hasta 1935 los negros locales intercambiaban manufacturas por frutas con esas criaturas llamadas sehités, mediante el sistema de dejar los productos a la entrada de la selva en la noche. También se contaba que hacia 1941 un cazador había capturado vivo uno de esos seres en Séguéla y que las autoridades locales lo enviaron enjaulado y "vestido" (ya que habría sido hallado desnudo) a Abidjan vía Bouaké. Como era de esperar, nunca se supo nada del ser.
Otro informe fue aportado a Leroux y a Heuvelmans en persona por un cazador de elefantes de apellido Dunckel. Éste refiere que había abatido uno de esos seres en 1947 en la selva entre las localidades de Guiglo y Toulépeu. Sin embargo el cadáver desapareció, atribuyendo el hecho a los porteadores que temían a la criatura como portadora de maldiciones.
Heuvelmans cita un relato aparecido en 1924 en la Revista de África Oriental de la Sociedad de Historia Natural de Uganda. En el mismo se cuenta sobre relatos de los nativos Embu de las llanuras de Emberre, que dicen que en los montes Dwa Ngombe, de unos 6.000 m. de altitud, habitan unos hombrecillos cubiertos de pelo rojizo que atacan con piedras a quienes se atreven a entrar en sus territorios. En la mencionada revista se cita el relato de un nativo llamado Selim que cuenta haber sido atacado por un grupo de hombrecitos de color rojizo en las alturas de Dwa Ngombe.
En el libro "The Greenhorn in África" Roger Courtenay cita un relato que atribuye a su guía Alí en una de sus expediciones al África Oriental. Alí le habría relatado cómo su padre se encontró con unas criaturas llamadas "hombres Mau" en el monte Longenot donde había subido con su rebaño de ovejas. Al buscar una que había desaparecido se encontró con unos seres en una gruta donde se había metido. Los describe como casi simiescos, de piel blanca como la parte ventral de los lagartos pero cubierta de largos pelos negros. Pudo escapar de ellos atacándolos con su lanza.
Las historias sobre estos seres son consideradas por la mayoría de los autores como simples invenciones o, en todo caso, como confusiones. La leyenda del agogwe pudo haber sido originada por el encuentro con tribus de pigmeos que pudieron haber subsistido en zonas donde no eran muy conocidos. También podrían tratarse de primates conocidos. Pero una minoría está dispuesta a aceptar que los informes podrían estar refiriéndose a especies desconocidas de primates. Incluso podría tratarse de un descendiente de australopitécidos, como sugiere el mismo Bernard Heuvelmanns, restos de alguna humanidad perdida.
Lo que podrían ser representaciones artísticas de ciertas criaturas llamadas Kara-komba o Toulu de Centroáfrica, las exponemos porque podría tratarse de la misma criatura sobre la que hemos escrito en este artículo

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