SEGUNDA PARTE - EL IMPERIALISMO BRITÁNICO Y FRANCÉS EN LA GUERRA GRANDE: SU INCIDENCIA EN LA CONFORMACIÓN DE LA NACIONALIDAD ORIENTAL 1838-1952




LA ANTESALA DE LAS INTERVENCIONES

El 18 de diciembre de 1835 Juan Manuel de Rosas decidió promulgar la primera de las leyes de aranceles de Aduana. ¿Qué lo llevó a tomar tamaña decisión, habida cuenta de que, hasta entonces, no había hecho nada para tocar los intereses de la élite terrateniente ligada a los intereses comerciales británicos y la doctrina librecambista defendida a ultranza por éstos?
La decisión de Rosas lo colocaba directamente en la mira de Europa, y lo ligaba con un antecedente muy incómodo para el statu quo internacional y regional: el proteccionismo artiguista de 1815.
 No obstante, las reacciones originalmente fueron disímiles. Gran Bretaña no pareció acusar recibo alguno. El cónsul Griffiths, de hecho, hasta le encontró aspectos positivos en lo que respecta al desarrollo del “interior” de la nación en construcción. Claro está, Gran Bretaña gozaba de una fase de auge económico y, además, del privilegio de nación más favorecida que le correspondía por el Tratado de Comercio de1825. El gobierno de Londres y la élite banquera y empresarial de la City no tenían nada en contra del Restaurador. La Ley de Aduanas no prohibía a los extranjeros ejercer el comercio en el mercado interno; y, además, Buenos Aires pagaba en tiempo y forma la deuda contraída por el gobierno de Bernardino Rivadavia (1826-27) con la Baring Brothers. En esencia no se habían tocado los intereses británicos en la Confederación.
 Pero el año de 1836 y el de 1837 marca un ciclo recesivo para la economía británica. Y justo en ese entonces se recrudeció el proteccionismo del régimen de Rosas. El 4 de marzo de 1836 se establece por ley un impuesto del 25% sobre las mercaderías que no pasaban por el puerto de Buenos Aires y sí lo hacían en “cabos adentro”. La medida atacaba directamente a las provincias del Litoral (o Mesopotamia), a Montevideo y a Francia. En efecto, los comerciantes franceses venían haciendo un pingüe negociado introduciendo mercaderías en la Confederación previo desembarco de las mismas en el puerto de Montevideo. Ese circuito comercial quedaba truncado ya que Francia no tenía los privilegios de los que gozaban los británicos en el puerto de Buenos Aires.
 Pero hubo un par de medidas rosistas que provocaron inquietud en Londres. El 30 de mayo de 1836 se decreta la disolución del Banco Nacional, el cual es sustituído por una comisión fiscal establecida en la Casa de la Moneda. Y el 31 de agosto de 1837 se prohíbe la exportación de oro y plata. También hubo nuevos reforzamientos en los aranceles. Este último paquete de medidas afectaba directamente los intereses británicos en el Río de la Plata pero la diplomacia, pese al descontento de los súbditos anglo-argentinos, no se movió de su posición de neutralidad.
 Pero Francia en ese entonces no era proclive a indulgencias. Desde la instauración de la monarquía de Luis Felipe de Orleans tras la revuelta liberal de 1830, el régimen se había sostenido a través de una política peligrosa que intentaba satisfacer los ímpetus agresivos de un Parlamento dominado por el radicalizado Thiers y, a la vez, contemporizar con Londres. En el momento de producirse la crisis entre Francia y el gobierno de Rosas, el duelo internacional entre Lord Palmerston y Thiers volvía a poner a Europa casi al borde de la guerra.
 Luis Felipe no podía mostrar debilidad ante un régimen que pisoteaba abiertamente los derechos de súbditos franceses y los de la propia nación francesa. Las medidas proteccionistas, el maltrato a ciudadanos de origen francés y la entrada de Buenos Aires el 19  de mayo de 1837 en la guerra entre Chile y la Confederación Peruano-Boliviana llevaron rápidamente a la ruptura de relaciones. Rosas se mostraba hostil a gobiernos “amigos” de Francia. El líder de la Confederación Peruano-Boliviana, Andrés de Santa Cruz, tenía buena prensa en París (había recibido el collar de la Legión de Honor por parte del gobierno galo) debido a que había suscripto un tratado comercial con Francia.
 Pero un episodio que encendió la indignación de la opinión pública parisina fue el arresto del litógrafo César Hipólito Bacle, acusado de proporcionar mapas de la Confederación Argentina al gobierno de Santa Cruz. Las noticias de los maltratos inflingidos a tan ilustre ciudadano, además de otras referidas a levas forzosas de ciudadanos franceses para el ejército rosista, movieron a Francia a realizar exigencias.
 Por intermedio del vicecónsul Roger el gobierno galo elevó una protesta formal a su par de Buenos Aires exigiendo satisfacciones y, además, la suscripción de un acuerdo comercial similar al que Inglaterra tenía con las Provincias Unidas. Al recibir un rotundo rechazo por lo improcedente de tal solicitud, el vicecónsul se retira a Montevideo el 9 de febrero de 1838. Es el inicio del conflicto de la Confederación con Francia. El día 28 de ese mes una flota francesa arriba al Río de la Plata.
 Londres mantuvo distancia en el conflicto. Al parecer simplemente especulaba sin ponerse del lado de ningún bando. Es lógico suponer que las medidas proteccionistas de Rosas no tenían buena prensa en la City. Tampoco debemos perder de vista elo hecho de que Francia estaba ligada en muchos aspectos (económicos, geopolíticos) a la Gran Bretaña desde 1815. El régimen de Luis Felipe de Orléans (la Monarquía de Julio) buscaba siempre no herir las relaciones diplomáticas cordiales que existían entre ambos gobiernos. Prueba de ello es la no intervención francesa en la cuestión belga (1830-36) por expresa indicación de Londres.

LA PENETRACIÓN BRITÁNICA EN EL RÍO DE LA PLATA

 Ya hemos visto en la primera parte de este trabajo cómo la Revolución Agrícola de fines del siglo XVII a la primera mitad del XVIII, catapultó a Gran Bretaña a la vanguardia de las naciones de Europa en lo económico, político y cultural. En ese período los ingleses arrebataron la hegemonía marítima a holandeses, franceses, portugueses y españoles, convirtiéndose además en árbitros de Europa.
 El producto de su intervención en la Guerra de Sucesión Española les valió, en los Tratados de Utrecht, ganar la absoluta supremacía en los mares. Pero, además de ensanchar considerablemente sus territorios americanos, penetraba económicamente en Hispanoamérica (“asiento” o monopolio del tráfico de esclavos, y “barco de permiso” para introducir mercaderías inglesas en las colonias españolas de América).
 A partir de ese momento, la influencia que Gran Bretaña ejerce en Hispanoamérica y en el Brasil portugués serán decisivos. A través de éste último, Londres presiona a España por varios frentes. De hecho es activo participante a favor de Portugal en la Guerra de Río Grande (1776-77); aunque deberá retirarse de esta contienda debido al estallido de la Guerra de las Trece Colonias.
 El episodio de la independencia de las colonias de Nueva Inglaterra produce una fractura y crisis en el Imperio Británico. El sistema del mercantilismo comercial (que toma forma en los tiempos de Cromwell) colapsa y comienza a ser sustituido en la práctica por ideas liberales. Luego se impondrá en lo político el sistema liberal. A su vez empieza a experimentar la Gran Bretaña la acelerada Revolución Industrial que la colocará a la vanguardia del mundo, una vez más, en el siglo XIX. Pero antes deberá sortear el terrible escollo de la Revolución Francesa y su producto: Napoleón.
 En este momento de dificultad la cuestión americana (y sobre todo la rioplatense) volvió al tapete en Londres. Desde los tiempos de Cromwell se acariciaba la idea de intervenir a favor de los movimientos autonomistas hispanoamericanos. Pero las vicisitudes de la política de equilibrios en Europa aconsejaron recurrentemente la cautela: Londres no estaba en condiciones de desatar guerras demasiado costosas. Finalmente, el bloqueo continental napoleónico animó al conquistador de El Cabo, sir Home Popham (amigo del general venezolano Francisco Miranda), a tentar la conquista militar del Río de la Plata. La acción contó con un cauteloso apoyo de Londres, si bien finalmente la escuadra de Popham quedó librada a su suerte y en 1807 la reacción de las milicias locales expulsó a los invasores.
 En 1807 Lord Castlereagh eleva al Parlamento un memorándum donde aboga a favor de una política de no malgasto de recursos en invasiones militares en América. La conveniencia para Londres pasa por  apoyar los autonomismos locales hasta lograr la independencia de los virreinatos. De este modo la política de Castlereagh, portavoz de los intereses de la poderosa élite financiera de la City, se impone sobre el belicismo representado por Lord Wellington.
 George Canning continúa la “política latinoamericana” de Lord Castlereagh. Durante su gobierno se celebran los reconocimientos de independencia y firma de tratados comerciales con los virreinatos independientes. Nótese que Londres no abogó por ninguna “balkanización”, teoría expuesta ,entre otros por Vivián Trías. En realidad suponer que Gran Bretaña impuso la descomposición en partes de un “monstruo” que se extendía por Centro y Sudamérica es, como mínimo, una utopía. La realidad de estados gigantes basados en las estructuras virreinales se imponía desde el vamos. Y precisamente la política británica tendía a preservar la integridad de tales estructuras.
  En 1823  son enviados cónsules a Lima, Santiago y Buenos Aires. A éste arribó Woodbine Parish, pariente de los hermanos Parish Roberton. En 1825 logra la suscripción del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación con el gobierno de las Provincias Unidas, que incluye la clúsula de nación más favorecida y la imposición de la supresión de la esclavitud.
 Durante la crisis bolsística de 1825 se celebró una reunión en la London Tavern entre representantes de las bancas Rotschild y Baring. En esa reunión se estableció un pacto de no agresión y reparto o delimitación de áreas de influencia: Brasil quedó reservado para Rotschild y el Río de la Plata para Baring Brothers. Lo cierto era que los intereses Baring habían sido introducidos unos años antes a través de los hermanos John y William Parish Robertson, contactos de David Parish en Buenos Aires. Éstos, junto a ricos comerciantes bonaerenses, actuaron como intermediarios en el famoso empréstito gestionado por el presidente Bernardino Rivadavia (1826-27). Precisamente los hermanos Parish Robertson  y sus “amigos” (Sáenz Valiente, Riglos, Costa, Castro…) fueron los únicos beneficiados en esa operación. El dinero del empréstito se utilizó en su mayoría para intentar salvar de la quiebra  al Banco de Descuento, cosa que no logró. Dicho Banco quebró y terminó fusionándose con el Banco Nacional, que quedó en manos de los mismos accionistas ligados al capital e intereses británicos del Banco de Descuento.
 El Banco Nacional financió la guerra contra el Brasil de 1827-28 (la que llegó a término con mediación británica y debiendo reconocerse la independencia de la Banda Oriental) y, finalmente, fue cerrado por orden de Rosas. Esto significó un claro golpe contra los intereses británicos en la región.
 No obstante, el gabinete liberal (whig) de Melbourne, se mantuvo neutral en el conflicto. Las cosas comenzaron a cambiar a partir del acceso al poder de los tories (conservadores) el 28 de junio de 1841. El gabinete de Robert Peel en realidad no tocó la política librecambista de sus antecesores; de hecho Disraeli llegó a acusarlo de “traidor”. Pero el nombramiento de Lord Aberdeen al frente del Foreign Office sí imprimió un giro a la política exterior británica en el Río de la Plata.
 8000 ciudadanos británicos residían en Buenos Aires y  en provincias. Más de 50 firmas comerciales inglesas hablan a las claras del peso económico y social de la colectividad británica en el territorio de la Confederación. Poseían un club exclusivo y dos templos (uno anglicano y otro presbiteriano). Esta era la razón principal para la renuencia británica a intervenir. No obstante ello en Buenos Aires se consideró una agresión al Estado la incorporación de las Malvinas por los británicos en 1833. La acción generó tal ola de indignación que se constituyó en uno de los hechos que prepararon el camino para el segundo advenimiento de Rosas al poder.
 Gran Bretaña no consideraba al gobierno de Rosas como hostil. Y de hecho reconocía el régimen de Oribe (aliado de Rosas) como legítimo gobierno del Estado Oriental. En realidad no tenían motivos de quejas: el comercio bilateral no se vio afectado. Tampoco estaban obligados los residentes británicos al servicio militar (mientras que sí lo estaban el resto de los extranjeros). Es notorio que los ingleses se opusieron al bloqueo francés de Buenos Aires en 1838. La política de Rosas, sumamente astuta, de prohibir la exportación de oro y suspender el pago de la duda a la Baring Brothers, empujó a Londres a protestar a Francia. En ese entonces Francia estaba ocupada en dos frentes: la cuestión del Río de la Plata y la “cuestión de Oriente”(Argel). Palmerston amenazó con la guerra de forma categórica. Francia debió levantar el bloqueo de Buenos Aires y concentrar sus fuerzas en el Mediterráneo, priorizando su política intervencionista en Argel.

 EL REGRESO DEL RESTAURADOR

 Como anteriormente en 1829, Rosas fué aclamado como salvador de la nación. Se le adjudicaron poderes extraordinarios en 1835. El país estaba gravemente endeudado (con súbditos británicos y con el Gobierno británico) y el hecho era que no podía hacer frente a las deudas. En primer lugar, las sequías de 1831 y de 1833-34, más las guerras civiles, afectaron el comercio. Se suma a esto una baja en el precio de los productos de origen vacuno. Las rentas comerciales y las públicas estaban en rojo.
 Las Provincias Unidas estaban al borde de la crisis tras el asesinato de Facundo Quiroga el 16 de febrero de 1835, en medio del recrudecimiento del enfrentamiento entre unitarios y federales. La Junta de Representantes había solicitado al “Restaurador” una y otra vez se haga cargo del gobierno. Pero Rosas, que había vuelto de su “Campaña del Desierto” de 1833, se limitó a rechazarlas y esperar. La situación continuó empeorando hasta que los plebiscitos de los días 26, 27 y 28 de marzo de 1835, solicitados por el mismo Rosas, logran que acepte el cargo.
 En su segundo período Rosas pretende no solo gobernar para la oligarquía terrateniente saladeril porteña. Su pretensión es ampliar la base de sustentación de su régimen e incluir a las provincias del interior sin tocar los intereses de la “dictadura monoportuaria”. Rosas sabe leer la coyuntura especial que vive el país: en ese momento cunde un generalizado rechazo al extranjero que desangra a la nación con las deudas y agresiones. Hay un creciente reclamo por una política de carácter proteccionista.
 Esta situación decide a Rosas a dictar sus leyes aduaneras. El efecto hacia el interior es inmediato: todas las provincias se encolumnan tras el “Restaurador” y también las clases sociales antagónicas. Sin embargo las contínuas emisiones de moneda, las leyes gravando las importaciones, la prohibición de la exportación de oro y otras medidas introducían nubarrones en el sistema internacional de mercado y Europa se ponía nerviosa.

 LA CUESTIÓN FARROUPILHA

 El 6 de setiembre de 1837 Bento Gonçalves asume la presidencia en la independiente República de Río Grande. La revolución de los farrapos (harapientos) había comenzado en setiembre de 1835 y profundizaba un ciclo negativo para el Imperio de Brasil (independiente desde 1822). La situación económica no era muy buena desde fines de la guerra con las Provincias Unidas. Precisamente cuestiones relacionadas con esta guerra desataron el conflicto de Río Grande.
 La compra de carne del Estado Oriental por parte de Río de Janeiro y San Pablo mientras que los productos cárnicos riograndenses debían pagar un impuesto ocasionó un malestar que se extendió desde los productores hasta la población en general. Por otra parte la no existencia de ningún subsidio del poder central como forma de reparar los efectos desastrosos que la pasada guerra dejó en la región gaúcha produjo un estado generalizado de resentimiento contra los caramurús (imperiales).
 Por otra parte Brasil no estaba en buenas relaciones con Gran Bretaña. Atado a ésta por dos tratados: el de comercio (firmado en 1826 y que expiraba el 10 de noviembre de 1844) y el de abolición de la esclavitud (firmado en 1827 con expiración el 3 de marzo de 1845), existía una controversia cada vez mas acalorada por la cuestión del azúcar y el café brasileños (Gran Bretaña mantenía aranceles altos de importación) y por la renuencia brasileña a suprimir la esclavitud (clave de que el precio del azúcar y el café brasileño se mantuviera muy competitivo en el mercado).
  La cuestión farrapa amenazaba con inestabilizar el orden político en el Imperio. Para colmo de males Lavalleja primero y luego Rivera fueron aliados de los jefes riograndenses. El Estado Oriental se convertía en una nefasta influencia para la región.

 LA CUESTIÓN ORIENTAL DEL URUGUAY

 Algunas visiones historiográficas reduccionistas suelen considerar al Estado Oriental (luego República Oriental del Uruguay) como un producto (o subproducto) de la diplomacia británica. Incluso como una creación británica o del propio Lord Ponsonby… El mismo que terció para que Francia no se inmiscuyera en la cuestión belga de 1830.
 Lo reseñado trae a colación la cuestión de los Estados-Tapones, pieza fundamental del sistema o estructura de equilibrios de poderes que la Gran Bretaña pretendía imponer en Europa, América y en sus propias colonias. En realidad la fórmula de los “estados-tapones” solo puede ser viable si existe previamente una sólida tradición autonomista-independentista en los mismos.
 La cuestión oriental comienza a tomar cuerpo al momento de definirse el proceso independentista en el territorio del virreinato rioplatense. Una vez establecido el vacío de poder en la metrópoli, la Junta bonaerense tomó un sesgo radical. Como cabeza del Virreinato se adjudicó el relevo en el mando… o pretendió hacerlo.
 En realidad dos razones conspiraron contra tal pretensión: una es la falta de cohesión de la estructura virreinal (creada en 1776 con los retazos de la periferia hasta ese entonces supeditada al Virreinato del Perú en calidad de Gobernaciones y Capitanías, si bien con un acentuado regionalismo) y otra la tradición hispánica de que la soberanía reside en el “pueblo” (entendiéndose “pueblo” como la “ciudad” y su “cabildo”).
  Una vez cae el poder ordenador, toda ciudad con su cabildo recupera la plenitud de la soberanía, y, en base a eso se construyen las estructuras en que se desmonta el virreinato. Inicialmente las primeras entidades siguen los límites de las intendencias borbónicas. Luego estas mismas colapsan dando origen a “provincias”. El sentimiento provincial, por ejemplo, es muy fuerte en la antigua “provincia gigante de Indias”, el Paraguay, el primer territorio colonizado en la fase de “conquista” del Río de la Plata.
 Pero una rivalidad que se acentuaría en la fase final de las luchas por la independencia enfrenta a dos grandes ciudades portuarias: Buenos Aires y Montevideo. Ésta última se mantuvo fiel al Consejo de Regencia establecido en España como poder en nombre del rey prisionero de los franceses. Y, rápidamente, estableció el orden en la “campaña” de la Banda Oriental.
 En ese entonces el territorio entre los ríos Uruguay y de la Plata era conocido, entre otros nombres, como Banda Oriental del Uruguay, Banda Norte del Plata, Banda de los Charrúas… Si bien no queda claro si esos nombres referían únicamente a la región al sur del río Negro, permaneciendo la región al norte del mismo como una entidad ambigua (un “desierto”) integrado nominalmente a las Misiones Jesuíticas primero y al Yapeyú después.
 Cuando en 1814 el Director Supremo de Posadas establece las tres entidades provinciales: Entre Ríos, Corrientes y la Provincia Oriental, en realidad solo estaba sancionando de derecho una situación que existía de hecho. Los antecedentes de conformación de una circunscripción territorial al este del río Uruguay (aún ambigua en sus fronteras, aunque se especificaba su pretensión de incluir el norte del río Negro y las llamadas Misiones Orientales) hay que buscarlos en la gesta artiguista. Aglutinador de las fuerzas patriotas en los “pueblos” de la Banda Oriental, encolumnó tras si a los caudillos de la región y los lanzó en la lucha contra el “godo” atrincherado en Montevideo.
 No se puede concebir la idea de una nacionalidad oriental sin incluir a Artigas, pese a todos los revisionismos históricos. Artigas es el aglutinador, el generador de eventos que unifican a los pueblos de la Banda Oriental y que van cimentando un sentimiento de comunidad de intereses. Los avatares de la lucha que enfrentó a Artigas, caudillo del movimiento federalista en la región rioplatense contra el centralismo porteño, sentaron las bases del autonomismo oriental.
 Si bien es cierto que la mayor parte de la historia de la provincia oriental está ligada a las distintas estructuras surgidas tras el hundimiento del virreinato, decir que es una parte integrante del proceso nacional argentino es inexacto. La nacionalidad argentina y la uruguaya son dos procesos que corren paralelos con otros procesos regionales. En su definición y consolidación el proceso que analizamos centralmente en este trabajo: las intervenciones extranjeras y la Guerra Grande, cumple una función determinante.
 Desde 1816 a 1825 la Provincia Oriental vive una nueva coyuntura: la ocupación lusitano-brasileña. Este proceso es vivido por los orientales de distintas, incluso antagónicas, formas. Pero definitivamente contribuirá al sentimiento autonómico, debido a que la Provincia Cisplatina mantuvo el auto-gobierno dentro de la estructura imperial.
 La diplomacia inglesa “leyó” la situación con claridad: interpretó que entre la gran disparidad de “partidos” o “bandos” existentes (afines al Imperio, afines a Buenos Aires, partidarios de cualquier “orden”…) aquellos partidarios de la independencia no eran los menos. Y eso fue lo que propuso a la hora de articular una fórmula que pusiera fin a una guerra que perjudicaba sus intereses. El detonante fue el bloqueo del puerto bonaerense por la flota imperial. Ya en 1811, a través de Lord Strangford, Londres había intercedido para lograr un Armisticio entre Buenos Aires y el Montevideo realista. El episodio creó la primera ruptura seria de Artigas con el régimen porteño, pero dio a Gran Bretaña la satisfacción que pedía: el levantamiento del bloqueo al puerto de Buenos Aires por la flota hispánica. Gran Bretaña necesitaba los puertos libres, eje de su política en América.
 En 1828 entra a terciar para poner fin al conflicto que enfrenta a dos estados aliados suyos. Lo que decide la cuestión es el hecho innegable de que los orientales poseen capacidad militar propia (aunque controlada por caudillos antagónicos), capaz de reaccionar con eficacia (toma de las Misiones); y eso solo puede significar que la guerra se podía hacer interminable. La solución independentista, pues, se imponía por su propio peso.

 EL PROCESO DE LA INDEPENDENCIA ORIENTAL (1825-28)

 Brasil declara la independencia en 1822. En realidad se trató de una acción unilateral de Pedro I de Braganza, apoyada por la oligarquía brasileña. El Grito de Ypiranga da nacimiento a la monarquía más extensa de América y abre una brecha en el proceso político de la Cisplatina. Al momento de gestarse algo parecido a un vacío de poder en el Imperio se reaviva la tendencia separatista en el Cabildo de Montevideo.
 Normalmente quienes defienden la tesis de que nuestra independencia es una especie de regalo o concesión de poderes extranjeros sin los cuales jamás hubiera existido un Estado Oriental, pierden de vista que la capacidad militar o de movilización que tienen los que controlan (o pretenden controlar) dicho Estado es, como mínimo, similar a la capacidad militar de Buenos Aires. La dominación brasileña en la Cisplatina tiene los días contados cuando el ejército oriental, controlado por Rivera (hasta entonces en tratos con los invasores), se pasa a la causa de los revolucionarios. El peso de la guerra de liberación recae en el ejército oriental. Buenos Aires retrasó la intervención buscando el desgaste de dicho ejército. Pretendía debilitarlo para así poder controlar la provincia. No obstante, la guerra se decide con una acción unilateral de Rivera (se apodera de las Misiones), lo que obliga al Brasil a ir a la mesa de negociaciones.
 Otra cuestión a analizar es la reincorporación de la Provincia Oriental a las Provincias Unidas por la Ley de Unión de 1825. Argumento esgrimido por quienes reivindican la nulidad de la declaración de Independencia que también fue emitida por Ley por la Junta de Canelones. En realidad expresaba el difícil estado de situación entonces imperante y, sobre todo, la existencia de posturas discordantes entre los caudillos orientales. La tendencia independentista existe, sobre todo, en el ejército. De hecho se producen desconocimientos de la ley de Unión y del propio Gobierno de Canelones: las milicias de Cerro Largo (al mando de Latorre), las de Oribe, las de Mercedes, San José y otras, se pronuncian contra la ingerencia rivadaviana-unitaria en el Gobierno de la Provincia. En ese entonces la oposición entre “rivadavianos” y “dorreguistas” (un episodio más de la larga pugna unitarios-federalistas) repercute en nuestro suelo. Pero también aviva los distintos “partidos” o “bandos” en los que se dividen los orientales: “aportuguesados”, “aporteñados”, federalistas, independentistas, monárquicos…
 Precisamente la diplomacia británica tenía conocimiento de todas estas tendencias y supo leer la real situación regional para proponer una fórmula de solución al conflicto donde todas las partes (incluyendo a los propios mediadores) salieran beneficiadas.
 El objetivo principal era poner fin a la guerra que amenazaba a la estabilidad que necesitaba el sistema económico internacional para prosperar. Ya la guerra había hecho caer el intento de crear un Estado organizado y centralizado en el Río de la Plata (1826-27) y amenazaba también al Imperio del Brasil. Las exportaciones de productos vacunos a Europa y los flujos comerciales recíprocos sancionados en los tratados comerciales anglo-bonaerense (1825) y anglo-brasileño(1826) estaban casi interrumpidos. La situación se tornaba crítica para las economías de las potencias centrales. Y parecía obvio que entregar sin más la Provincia Oriental a Brasil o a Buenos Aires implicaba la prolongación del conflicto y la inestabilidad.
 La mejor solución para intentar poner cierto orden en las cuestiones internas tanto de las Provincias Unidas, como del Imperio de Brasil y también en la Provincia Oriental era la conversión de ésta última en un Estado. A eso apuntó finalmente Lord Ponsonby en 1828.

 DON FRUTOS: “UN ORIENTAL LISO Y LLANO”

 La Constitución de 1830 significó para el nóbel Estado Oriental del Uruguay un símbolo. Redactada por “doctores” fuertemente influidos por las ideas liberales, procuró establecer un régimen estable, con un ejecutivo fuerte. Sancionó a la religión católica como oficial del Estado y excluyó a los militares del Parlamento. Éste punto provocó la inmediata reacción de los caudillos: Rivera y Lavalleja expresaron sus quejas con firmeza.
 La intención de los “doctores” constitucionalistas era muy noble (limitar o equilibrar la incidencia de los caudillos en el gobierno) pero el resultado fue más bien dramático. Los caudillos no podían ser erradicados de la vida política oriental y estaban dispuestos a demostrarlo. Ellos tenían el poder efectivo.
 Precisamente se ha criticado a los convencionales del ’30 de estar divorciados de la realidad de su tiempo y de no saber leer la situación política vigente. En la distancia podemos, quizá, compartir en parte tales cuestionamientos, pero creemos firmemente que se fijaron entonces principios del constitucionalismo americano que rayan a gran altura en la historia política.
 Aún así convengamos en que se trató efectivamente de una Constitución centralista y censitaria, con derecho restringido al voto. Establecía que la Asamblea General elige al Presidente del Estado. Eso convertía a los diputados en meros electores, además de establecer un sistema indirecto de elección presidencial. No deja de ser sintomático que dichos electores, establecidos por el voto popular según lo dispuesto por una Constitución elaborada por “doctores”, puso en la presidencia al Caudillo más popular del Estado.
 No bien asume el poder el 2 de enero de 1831, Rivera delega el mando en Montevideo en Luis Eduardo Pérez, presidente del Senado, y deja el Gobierno prácticamente en manos de los llamados “abrasilerados” (suerte de estigma que recibían aquellos acusados de colaborar con el pasado régimen brasileño de ocupación). Mientras tanto el Presidente se aposenta en Durazno desde donde organiza la represión contra indios y gauchos matreros. Pronto también debió hacer frente a los levantamientos lavallejistas, apoyados por Rosas y por los revolucionarios riograndenses (en ese momento Rivera se había entendido con el gobierno imperial brasileño). Rivera se apoyó en los unitarios argentinos, exiliados durante el primer gobierno de Rosas (1829-32) y buscó una alianza con las provincias de Corrientes y Misiones.
 La inestabilidad y el desorden predominaron en esta primera presidencia, donde Rivera delegó funciones de gobierno (primero en Pérez y luego en Anaya) mientras él mismo debía realizar campañas militares en el Interior. La administración central quedó en manos de los amigos del Caudillo-Presidente, que les repartió tierras y exenciones de pago de impuestos. Se apoyó en grupos financieros, como el de los “amigos” del Ministro Lucas J. Obes, que prestaban dinero al Estado a cambio del derecho a cobrar rentas. Fracasó en los intentos de negociar tratados definitivos de límites y reconocimiento de la Independencia (gestiones ante Inglaterra y España). Creció la deuda interior y exterior del Estado y también el latifundio debido a la venta de tierras públicas y concesiones en enfiteusis de las mismas.
 Nido de unitarios conspiradores Montevideo y el régimen de Rivera se convirtieron pronto en uno de los enemigos u opositores de Rosas. Su régimen se polarizaba en “amigos” y “enemigos” o entre “fieles” y “traidores”. El “pardejón” Rivera era un enemigo y un traidor. Por esa razón Rosas veía con buenos ojos todas las intentonas de desestabilizar el régimen del protector de “salvajes” unitarios.
 Si bien un balance general de esta presidencia parece calamitoso, no obstante debe tenerse en cuenta el contexto. Le tocó lidiar con un país devastado. Un aspecto positivo debe ser destacado: logró dominar las rebeliones constantes a las que se vió sometido utilizando fuerzas propias, dando un mensaje de capacidad militar a los vecinos.
 Manuel Oribe fue electo presidente por unanimidad de la Asamblea el 1º de marzo de 1835. Eso significaba que contó con la anuencia de Fructuoso Rivera, quien controlaba el ejército y el Interior del país desde la Comandancia General de Campaña. También controlaba el gobierno. Por esa razón la actitud que asumió el presidente Oribe  fue vista como una sublevación contra el Caudillo Don Frutos.
 Oribe pretendió instaurar la legalidad basándose en la tradición hispánica, lo cual le valió la oposición recalcitrante de los riveristas “abrasilerados” y los unitarios argentinos asilados en Montevideo. La campaña de prensa contra el gobierno se hizo tan insidiosa que el presidente ordenó la clausura de “El Moderador”, periódico ligado a los unitarios. Este evento resultó contraproducente ya que unió a toda la oposición “liberal” contra Oribe.
 No obstante el gobierno prosiguió su política de hacerse enemigos en su intento por ordenar y unificar el territorio nacional y concentrar la autoridad: suprimió la Comandancia de Campaña. También presentó cargos contra la gestión financiera del anterior gobierno de Rivera. Además, en virtud de su política de estricta neutralidad se desentendió de apoyar a los exiliados unitarios. En política exterior pretendió arreglar la cuestión limítrofe con Brasil y tentó la legitimación de la independencia nacional.
 En julio de 1836 Rivera lanza la revolución contra el gobierno. El 10 de agosto Oribe dicta un decreto obligando a la población, tanto civiles como militares, a usar un distintivo de color blanco con la leyenda:””Defensor de las Leyes”. Los riveristas replicaron ciñéndose una cinta de color celeste en principio (luego la cambiaron por una colorada ya que el celeste desteñía). El 19 de setiembre de 1836 se estrenaron dichas enseñas en la Batalla de Carpintería en la cual los riveristas fueron derrotados. Ese fue el “bautismo de sangre” que consagró los dos bandos irreconciliables: blanquillos (blancos) y tiznados (colorados).
 La revuelta “colorada” se relanzó al año siguiente con ayuda del gobierno “farrapo” de Río Grande do Sul, con el que Don Frutos había estrechado lazos. De ese modo logró el dominio de la campaña, sitiando virtualmente a Oribe en Montevideo.
 El 21 de agosto de 1838 se suscribe el Tratado de Cangüé entre Andrés Lamas, en representación del gobierno oriental (de Rivera), representantes del gobierno de Río Grande del Sur y el coronel unitario Martiniano Chilavert. El tratado ligaba a las partes a protegerse mutuamente.
 Las circunstancias adversas obligan a Oribe a dimitir el 24 de octubre de 1838 y trasladarse a Buenos Aires. Rivera asumió la dictadura tras un interinato ejercido por el presidente del Senado Gabriel Antonio Pereira (4 de noviembre de 1848). Una de sus primeras medidas fue: llamado a elecciones para constituir una nueva Legislatura que efectúe una reforma constitucional.
 Rivera  pretendía reforzar el Poder Ejecutivo y restar influencia sobre el mismo a las Cámaras. Un decreto de olvido del pasado y garantías individuales, libertad de prensa y supresión de la Comisión de Cuentas de Cuerpo Legislativo completan el cuadro de medidas adoptadas. Pretendía aumentar su poder personal pero también hacía esfuerzos para lograr una aproximación entre los orientales y superación de las diferencias.
 La nueva Asamblea Legislativa y Constituyente elige a Rivera Presidente el 1º de marzo de 1839. Antes, en diciembre de 1838, se firma la alianza ofensivo-defensiva entre el ministro Santiago Vázquez y el coronel Olazábal, representante del Gobierno de Corrientes (el Gobernador era Genaro Berón de Astrada). Este hecho y la garantía de protección de los argentinos expulsados durante el gobierno de Oribe preludiaron lo que vendría después: la declaración de guerra a Rosas el 10 de febrero de 1839 (consecuencia del Tratado de Cangüé).

  LA GENERACIÓN DEL 37  

 El 13 de diciembre de 1828 el general Lavalle, que había dado un golpe de Estado el 1º de diciembre, jefe unitario al mando del ejército nacional que había vuelto recientemente de la campaña contra el brasil, fusila al gobernador bonaerense de tendencia federal Manuel Dorrego. Su intención de poner orden en la ciudad y en la campaña (dominada ésta por Rosas) fue contraproducente. Los estancieros, acaudillados por Nicolás Anchorena (pariente de Rosas y, además, uno de los financistas de la Cruzada Libertadora de los “33 Orientales”), iniciaron un movimiento tendiente a restaurar el orden. La balanza se inclinó a favor del auténtico “dueño” de la situación, el Comandante General de la Campaña don Juan Manuel de Rosas. Éste impone a Lavalle el Pacto de Cañuelas el 24 de junio de 1829 y el de Barracas el 24 de agosto. El 26 de agosto asume el papel de gobernador de transición el general Juan José Viamonte.
Lavalle se exilia en Montevideo. El 1º de diciembre se restaura la Legislatura y Rosas es investido como gobernador con facultades extraordinarias. El 4 de enero de 1831 se suscribe el Pacto Federal y ese mismo año es derrotada la Liga del Interior Unitaria (dirigida primero por el cordobés José María Paz y luego por Lamadrid).
 En mayo de 1829 Bernardino Rivadavia inicia el exilio huyendo a Colonia. Lo siguen Julián de Agüero, Salvador María del Carril, Juan Lavalle, Juan Cruz y Florencio Varela, Valentín Alsina, Irineo Portela, Hilario Ascasubi y otros. En 1833 se inicia el exilio de los federales “lomos negros” dispersos por todos los países vecinos. Éstos habían decidido no integrar el senado consultivo de Viamonte en 1829 y luego pasaron a la oposición del régimen de Rosas.
 Por último, a partir de 1838 se produce el exilio (en su mayoría a Chile, y en segundo término a Uruguay, desde donde muchos marcharon a Europa) de los jóvenes intelectuales de la llamada “generación del 37”. Frustrados en su intento de ser el soporte y guía intelectual e ideológicos del régimen rosista debieron resignarse al ostracismo al verse convertidos en opositores. Su aporte fundamental  fue su profunda influencia ideológica, canalizada a través de una prensa activa y toda clase de actividades culturales, en los países vecinos. Influencia ésta teñida de una visión liberal romántica de progreso (oposición de lo civilizado a lo bárbaro, de lo urbano a lo rural) y lucha contra la tiranía representada por los tiranos federalistas.
 En Montevideo a fines de la década del 1830 había 2600 argentinos entre 30.000 habitantes. Otros 10.000 hallaron refugio en Chile (entre ellos Sarmiento). La intelectualidad argentina refugiada en Montevideo tuvo especial trascendencia en la cultura urbana y en la tendencia al “afrancesamiento” de la elite patricia que, luego, se tradujo también en lo político.
  
 EL INCIDENTE FRANCO-ORIENTAL DE LAS PRESAS

 El 3 de setiembre de 1838 el cónsul de Francia en Montevideo, Baradère, realiza ante el Colector General de la ciudad una solicitud de permiso para proceder al remate de varios buques argentinos que, en calidad de presas, habían sido capturados al intentar romper el bloqueo de la escuadra francesa a Buenos Aires. El presidente Oribe llama a consulta al cónsul francés y le comunica la negativa de su gobierno a acceder a semejante e improcedente solicitud (no había sido hecha directamente al Poder Ejecutivo). El cónsul francés amenaza con recurrir a Rivera si no se le otorgaba el permiso.
 El día 6 de setiembre el ministro Villademoros presenta una queja formal al cónsul galo haciéndole ver que el gobierno oriental pretendía mantenerse neutral en el conflicto franco-argentino. El 11 de setiembre Baradère, dando curso a una orden del almirante Leblanc (al mando de la escuadra francesa en el Río de la Plata), presenta un ultimátum al gobierno de Oribe dándole un plazo de 24 horas para decidir sobre el permiso solicitado. La respuesta de Villademoros fue una amable pero firme negativa, reiterando la cuestión del mantenimiento de la neutralidad.
 Este diferendo desató acciones de represalia de los franceses en el puerto de Montevideo. Las notas diplomáticas acusatorias y recusatorias fueron in crescendo hasta que el 10 de octubre un bote francés llamado “Perté” fue baleado desde el fuerte San José. Hubo un par de heridos y la reacción de Baradère fue tan contundente como desproporcionada: solicitó de inmediato la pena de muerte para los responsables y la elevación oficial de excusas al almirante Leblanc. Ningún intento de conformar al airado diplomático surtió efecto. Hubo rompimiento de relaciones con Montevideo que se materializó en acciones punitivas y el apoyo a la revuelta de Rivera. El 11 de octubre los franceses toman Martín García y Oribe se ve obligado a renunciar. El 24 de octubre se embarca en el bergantín inglés “Sparrow” para Buenos Aires, tras rechazar la “cortesía” de Leblanc de conducirlo.

 LA COMISIÓN ARGENTINA

 Como veremos en otro apartado Rivera intentó por medios diplomáticos despegarse un tanto de los compromisos que lo ataban a sus aliados no bien asumió el mando en Montevideo. Pero las fuerzas que lo habían ayudado a llegar al poder actuaban con independencia y lo arrastrarían prácticamente al borde del desastre.
 Temiendo que los franceses terminen pactando con Rosas los refugiados argentinos presionan para que se efectivice un acuerdo formal. En junio de 1839 se suscribe un Protocolo en Montevideo entre, por el lado francés, el Cónsul General y Encargado de Negocios del Gobierno de Francia Mr. Buchet Martigny, el vicecónsul Roger, el almirante Leblanc y el cónsul en Montevideo Mr. Baradère; y, por el lado de la llamada “Comisión Argentina”: Florencio Varela, Julián Segundo de Agüero, Valentín Alsina, Ireneo Portela, Juan José Cernadas y don Gregorio Gómez. Se establecía en dicho Protocolo que el nuevo gobierno tras la caída de Rosas procedería a reconocer indemnizaciones a Francia y formalizar un tratado de amistad, comercio y navegación.
 La Comisión Argentina organizó una Legión Libertadora con voluntarios antirrosistas y le dio su mando al general Lavalle. La operación de pasaje de los 500 voluntarios fue efectuada en buques franceses a principios de setiembre de 1839. Además se prestó dinero (francés) al gobierno correntino aliado y se mantuvo una escuadra francesa en el río Uruguay para mantener las comunicaciones con la expedición.
 Previamente se habían organizado dos conjuras: una en Buenos Aires alentada por Avelino Balcarce, Félix Frías y Ramón Mazza (hijo del presidente de la Junta de Representantes bonaerense, José Vicente Mazza); y otra de estancieros del sur de Buenos Aires: Pedro Castelli, Ambrosio Crámer, Manuel Rico, Francisco Ramos Mejía y otros.
 Esta situación mas la guerra que enfrenta a Rosas con Santa Cruz hacen que los franceses se sientan seguros de una rápida victoria. No obstante no calibran con precisión la situación de fortaleza de Rosas: no ha sido abandonado por la diplomacia británica y, de hecho, la situación de agresión francesa le reportó un inesperado refuerzo: los jefes unitarios Chilavert, Lamadrid y Espinosa regresaron a Buenos Aires a ponerse al servicio de la nación. Además las provincias se encolumnaron con Rosas. El 5 de marzo de 1839 Chile vence a la Confederación peruano-boliviana en Yungay y se termina el estado de guerra en la frontera noroccidental. Rosas ordena ese mismo mes al gobernador de Entre Ríos, Pascual Echagüe, atacar a Corrientes. De inmediato este invade la provincia y derrota al gobernador rebelde, Berón de Astrada, en la batalla de Pago Largo. Al mismo tiempo otro gobernador rebelde, Cullen, es depuesto en Santa Fé por “Mascarilla”López y, entregado por su “compadre” Ibarra de Santiago del Estero, será fusilado.
 El 26 de junio de 1839 un militar llamado Martínez Fontes denuncia la conspiración de Ramón Mazza y se desata una cacería de unitarios y traidores en Buenos Aires. Muchos escapan y se refugian en Montevideo. El 2 de agosto, por orden de Rosas, Echagüe invade la Banda Oriental. Se dedica a devastar el interior mientras Rivera es socorrido por los franceses en Montevideo. Se ordena el desembarco de 500 soldados franceses y además, el 12 de octubre de 1839, un bando firmado por Leblanc, Baradère y Buchet Martigny, hacía un llamado a los residentes franceses a presentarse en casa del Cónsul galo para enrolarse en la milicia. A la vez dirigieron las fortificaciones y otorgaron un subsidio de 100.00 pesos para la reorganización del ejército de Rivera. Una escuadra francesa en el río Uruguay al mando de Mr. Lalande de Calain efectuó acciones militares de apoyo a Rivera contra Echagüe.
 El 4 de setiembre lanchas francesas al mando de los comandantes Halley y Lagrandiere desembarcan a Lavalle y su Legión en Entre Ríos. Su misión es apoyar a Ferré que se hace fuerte en Corrientes y vuelve a rebelar a la provincia contra Rosas. Tras un éxito inicial contra el entrerriano Zapata en Yeruá, Lavalle y Ferré son derrotados por el santafecino  “Mascarilla” López en Bacacuá.
 Mientras Lavalle se encuentra en el Litoral los estancieros conjurados del sur bonaerense (entre los que se encuentra un hermano de Rosas, Gervasio) se sublevan el 29 de octubre de 1839 proclamando la “Revolución de los Libres del Sur”. El ejército enviado a reprimirlos está conducido por otro hermano de Rosas: Prudencio. Éste vence en Chascomús el 7 de noviembre a los rebeldes.
 Mientras tanto, el 29 de diciembre, Rivera derrota a Echagüe en la batalla de Cagancha. El entrerriano regresa a su provincia y ataca a Lavalle en julio de 1840 derrotándolo en Sauce Grande. El 29 de ese mes los franceses evacúan a las tropas de Lavalle y las conducen a Buenos Aires. El 5 de octubre de 1840 desembarcan en San Pedro. La defensa de Buenos Aires a cargo de Lucio Mansilla resulta intimidante para Lavalle y decide retirarse. Llega a Santa Fé a la que toma y saquea. Los excesos se hacen moneda corriente en ambos bandos.
 Los franceses pactan con Rosas tras una serie de reuniones a bordo de la cañonera “La Boulonnaise” entre el canciller argentino Felipe Arana y el diplomático francés barón de Mackau, bajo los auspicios del ministro inglés Mandeville (14 a 29 de octubre de 1840). Tras conseguir las indemnizaciones a ciudadanos franceses y las ansiadas ventajas comerciales se retiran abandonando a su suerte a sus aliados.
 Rosas encarga la persecución de la Legión Libertadora al general Manuel Oribe. Lavalle y Lamadrid sufrirán derrota tras derrota. El desastroso periplo terminará el 8 de octubre de 1841 en Jujuy donde es muerto don Juan Galo de Lavalle. Todos los unitarios capturados fueron fusilados, característica principal de la política rosista respecto a sus enemigos.
 Una vez terminada su misión en el Noroeste, el general Oribe orienta sus pasos a la Banda Oriental en procura de ajustar cuentas con Rivera.

 LA DIPLOMACIA DE DON FRUTOS

 El 10 de febrero de 1839 Rivera le había declarado la guerra a Rosas empujado por los pactos con sus aliados durante la sublevación contra Oribe. Sin embargo pronto intentó modificar la situación: envió a Santiago Vázquez a Río de Janeiro buscando entenderse con el Imperio, y, en abril de 1839 (después de la declaración de guerra) envió a Francisco Joaquín Muñoz, Ministro de Hacienda, a buscar un entendimiento pacífico con Rosas. Rivera no quería la guerra. Pero Rosas estaba virtualmente obligado a hacerla: era funcional a sus intereses. Su proyecto de unión nacional dependía de ella. La necesitaba para mantener la cohesión en la Confederación.
 Al momento de producirse la invasión de Echagüe, Rivera despachaba misiones diplomáticas a París y Londres, intentando involucrar a la Gran Bretaña y reforzar la alianza con Francia. En el caso de Inglaterra el gobierno de Rivera sospechaba que los diplomáticos Hood y Mandeville colaboraban con el gobierno de Rosas. Respecto a Francia se buscaba que el gobierno de París reconociera oficialmente la alianza formalizada entre los líderes de la misión interventora francesa en el Plata y el gobierno de Montevideo.
 Al frente de la misión diplomática a Europa se envió al Dr. José Ellauri, Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Si bien su primera gestión en París obtuvo una tranquilizadora respuesta de Thiers reconociendo la “alianza de hecho” existente entre el gobierno francés y el de Montevideo (nota de 31 de julio de 1840), el 29 de octubre se suscribe el Tratado Mackau-Arana. Ellauri eleva una protesta al Parlamento de París y obtiene una respuesta contundente de Guizot, quien presidía entonces dicho órgano, desconociendo cualquier alianza existente entre ambos gobiernos, si bien destaca la existencia de una cláusula en el Tratado Mackau-Arana donde se garantiza la independencia del Estado Oriental.
 Se trataba del artículo 4º, que aseguraba la independencia oriental “sin perjuicio de sus derechos naturales toda vez que lo reclame la justicia, el honor y seguridad de la Confederación Argentina”. Este artículo era evidentemente muy confuso.
  La protesta oriental se formalizó con el envío de Andrés Lamas a Buenos Aires a reunirse con el Barón de Mackau. Se sumó una protesta formal de los residentes franceses que enviaron a don Alfredo Bellemare a representarlos ante el Parlamento francés. Éstas protestas finalmente hallarían eco, amplificadas por las protestas de Thiers.
 A mediados de 1840 Ellauri se dirigió ante lord Palmerston en el Parlamento inglés sin obtener ninguna garantía. De hecho las instrucciones enviadas a Hood en el Río de la Plata eran tendientes a mantener la neutralidad en el conflicto. Obviamente que el viraje en la política francesa se debía a la presión británica sobre el rey burgués Luis Felipe. Éste se vió obligado a poner a Guizot como presidente del Consejo de Ministros desplazando al belicista Thiers. A partir de ese momento la astuta diplomacia británica se hacía cargo del conflicto platense.
 En ese sentido el gobierno de Londres seguía manteniendo respecto a la Banda Oriental la misma política que seguía desde el inicio de su vida independiente. La Misión Lucas Obes enviada por Rivera en su primera presidencia para lograr la garantía de la independencia oriental, así como las Misiones Llambí y Giró durante la presidencia de Oribe, fueron un fracaso. Gran Bretaña solo aceptaba su papel de mediador, no de garante de la independencia. Sin embargo en 1832 hubo un desembarco de fuerzas inglesas, francesas y norteamericanas en Montevideo al momento de producirse la revuelta lavallejista contra el gobierno de Rivera. El desembarco se hizo a efectos de asegurar el orden. Y además para disuadir a los regímenes vecinos de pretensiones anexionistas. Pero desde ese entonces la diplomacia inglesa muestra resquemores respecto a Rivera debido a su fluctuante política de alianzas y a su propensión a generar inestabilidad en la región. En última instancia los británicos son garantes del orden, imprescindible para la regular marcha de los negocios.
 Si bien fracasó inicialmente en Francia e Inglaterra, Ellauri obtuvo un éxito diplomático el año 1841: el reconocimiento de la independencia oriental por parte de España. A la vez se suscribió un tratado de comercio y navegación ratificado en 1842, año en que también se firmó un tratado similar con el reino de Piamonte-Cerdeña. Lo trascendente era que España reconocía la independencia oriental a cambio del reconocimiento de la deuda que el Estado Oriental tenía con España. La repercusión de este tratado no tardó en producir reacciones en Londres.
 A mediados de 1841 el gobierno de Montevideo envía a Londres a Ellauri a solicitar el protectorado británico. La propuesta fue rechazada por el gabinete presidido entonces por el tory Robert Peel, si bien se iniciaron gestiones para concertar un tratado de comercio. Las actividades diplomáticas del riverismo en Brasil y en España seguramente apresuraron la conformación de una comisión mediadora franco-británica. Las negociaciones entre Londres y Montevideo motivaron dos protestas formales de Buenos Aires. Londres y París enviaron una Comisión Mediadora a cargo de Mandeville y el conde Delunde. Las negociaciones con Buenos Aires no prosperan, pero la Legación británica consigue un tratado de comercio y de abolición de la esclavitud con el Estado Oriental.
 Diez días después del desastre de Arroyo Grande, cuando Oribe se dispone a invadir el territorio oriental, los representantes inglés y francés presentan un ultimátum a Rosas. Éste hizo caso omiso del mismo y prosiguió la guerra ante la pasividad de los mediadores. No obstante los términos de una enérgica intervención anglo-francesa, coordinada por el canciller Lord Aberdeen, al frente del Foreign Office, se estaban fraguando en Europa. El nuevo gabinete tory quería cambiar la política respecto al Río de la Plata.


 EL “MILAGRO” ORIENTAL

 El diplomático británico Hood, señalado como muy próximo a Rosas, apuntaba en los inicios de la Guerra Grande que uno de los motivos de la agresión del Restaurador a Rivera era en realidad una suerte de recelo hacia el notorio crecimiento económico del Estado Oriental.
 Desde 1835 a 1841 dicho Estado recibió un auténtico aluvión inmigratorio de procedencia europea. Además creció enormemente el comercio exterior y el país experimentó un auténtico boom económico y cultural. El Estado Oriental demostraba poseer sobradas condiciones y potencialidades para su desarrollo… pero necesitaba paz. Y eso era precisamente lo que Rosas estaba dispuesto a negarle. El boom, de carácter coyuntural, no pudo ser aprovechado por el gobierno. Financieramente la situación era crítica. La inestabilidad y la guerra estaban arruinando al país e interrumpiendo lo que parecía ser un crecimiento económico acelerado.
 La invasión de Echagüe dejó un saldo de devastación calamitosa en la campaña oriental. La invasión de Oribe terminó con el trabajo de su predecesor. La situación subsiguiente de estancamiento bélico y conformación de dos gobiernos de excepción en territorio oriental resultó a todas luces ruinoso para el mismo.
 El auge económico oriental era espúreo para Rosas debido a que era producto directo del bloqueo al puerto de Buenos Aires. No obstante el Estado Oriental ya había dado muestras anteriormente de su capacidad de crecimiento. El factor clave es su posición estratégica y las condiciones naturales de su puerto y su suelo. Los franceses utilizaban el territorio para introducir sus productos en la Confederación Argentina vía Litoral y escapar así a los controles de la Aduana bonaerense. Obviamente que también las provincias litoraleñas de la Confederación utilizaban al puerto de Montevideo como escala de salida de sus productos. Para Rosas era indispensable, pues, controlar aquel enclave que desangraba a la Confederación y actuaba como un factor perturbador o disolvente de la unidad nacional.
 Por aquí pasa el eje de la política rosista respecto a Uruguay y Paraguay: el control de éstos Estados iba unido a la pretensión de control de los ríos interiores y de la economía de la Confederación centralizada en Buenos Aires.

 El bloqueo a Buenos Aires favoreció sobre todo a los inmigrantes franceses en el territorio oriental. Llegados desde 1835 como mano de obra producto del boom edificador que experimentaba Montevideo, su número saltó de 998 personas en 1836 a 5218 en 1842. Los italianos pasan de 512 a 2515 en igual período. Es significativo el crecimiento experimentado por otras nacionalidades: vascos (franceses y españoles): 8389; canarios, gallegos, catalanes: 7781; genoveses: 4058; brasileños: 1011; otros: 772.
 Los datos del francés Bellemare, defensor de los intereses de los comerciantes franceses, hablan de 6400 ciudadanos de origen galo dedicados al comercio en Uruguay. En cambio los comerciantes ingleses ascienden a 2500. La misma fuente fija en 86 leguas cuadradas y 151.000 cabezas de ganado el monto de capitales de sus connacionales en territorio oriental para 1841 (Acevedo, Eduardo: “Historia del Uruguay. Tomo III. La Guerra Grande. Gobiernos de Rivera y de Suárez. 1838-1851”. Imprenta Nacional. Montevideo. 1919).
 El movimiento portuario durante los años 1836 a 1842 es muy intenso. Pero también es febril el movimiento de exportación de productos ganaderos en los años 1840-42 lo que evidencia el enriquecimiento de la campaña, pero sobre todo el deseo de liquidar con rapidez el stock debido a la presión producto de la inminencia de la guerra. Este flujo mercantil produce efectos en Europa: el precio de los productos agropecuarios fluctúa produciendo alarmas bolsísticas que decidirán a Londres a poner atención en el foco de perturbación: el Río de la Plata.
  La población nacional hacia 1840 era de unas 140.000 personas (40.000 de ellas en Montevideo). Entre 30 y 40. 000 son extranjeros, la mayoría residente en Montevideo.
 Estimaciones llevan a 6 o 7 millones de cabezas (fuente citada) la riqueza ganadera oriental hacia 1842-43. En 1842 funcionaban 24 saladeros en el territorio. El país presentaba una obvia debilidad: era monoproductor y agro-exportador, absolutamente de los mercados exteriores. La producción se limitaba al ganado vacuno y una ascendente existencia de lanares.
 Ciertas aseveraciones de Thiers permiten sospechar que Francia pudo abrigar pretensiones colonizadoras en el Estado Oriental. De ahí el atropello indisimulado de la soberanía nacional que despertó recelos en Londres donde se temió la ruptura del equilibrio geopolítico regional logrado con tanto esfuerzo en 1828. De hecho Montevideo era una ciudad casi francesa para Inglaterra y la diplomacia de entonces trataba con mucha desconfianza a Rivera, que había llegado al poder con ayuda militar francesa.

 LAFONE, PURVIS Y FLORENCIO VARELA

 La comunidad británica oriental era pequeña entonces, pero muy influyente. Y la defensa de sus intereses terminó por decidir la demorada intervención inglesa (1843-45).
 Oribe, al frente de las fuerzas rosistas, acababa de destrozar a los unitarios de la Legión Libertadora y, luego, marchó sobre Rivera y sus aliados santafecinos, entrerrianos y correntinos. Los despedazó en Arroyo Grande el 6 de diciembre de 1842. El 16 de febrero de 1843 instauró el sitio a Montevideo al frente de 7.000 hombres (3.000 de la Confederación). El 1º de abril de 1843 Rosas envió al almirante Brown a iniciar el bloqueo de Montevideo.
  Estos movimientos provocaron tales oscilaciones de los precios de los cueros en Le Havre y Londres que varias casas mercantiles quebraron. Uno de los negocios que peligraron en este contexto tan volátil fue el de los Lafone, la Sociedad de Comercio con Sudamérica que tenía sede en Liverpool. Al frente de ésta Sociedad estaba Alejandro Ross Lafone, hombre de negocios de Liverpool. El representante en Montevideo de la misma era su hermano Samuel Lafone.
 Samuel Lafone, comerciante y banquero, residía inicialmente en Buenos Aires. Allí tuvo un incidente durante el primer gobierno de Rosas, originado en su casamiento co la dama patricia María Fliga de Quevedo y Alsina. Debido a que dicho matrimonio fue realizado bajo el rito protestante Samuel Lafone fue arrestado. Tras pagar una multa de mil pesos se lo desterró. En 1833 decidió radicarse en Montevideo. No tardó en hacerse dueño “de media ciudad y algo más” (al decir de Magariños de Mello en “La Misión de Florencio Varela a Londres”, Revista Histórica, t. XIV; citado por Vivián Trías en “El Imperialismo Británico en la Cuenca del Plata”, Banda Oriental, 1988). Obtuvo Punta del Este por 4500 pesos, la isla Gorriti por 1500, tierras en Canelones para formar una colonia con 3.000 inmigrantes ingleses, monopolio de pesca en isla de Lobos por trece años, la Plaza Matriz, el monopolio de la navegación por el río Uruguay… Además integraba la Sociedad Compradora de los Derechos de Aduana, sociedad de capitales extranjeros y nacionales que prestaba dinero al gobierno de la Defensa a cambio de hacerse cargo del cobro de tributos.
 Representante principal de los intereses de los comerciantes anglo-orientales presionó muy pronto para que tales intereses no fueran lesionados. La Casa Lafone fue una de las que clamaron por la intervención de Londres, levantando una ola de protestas por la inacción anglo-francesa.
 Rosas estuvo muy cerca de sellar un acuerdo con el gobierno de Brasil, pero el asunto terminó mal en abril de 1843. Se llegó a pactar el envío de una fuerza conjunta para derrocar el gobierno de Rivera. Brasil se hallaba envuelto en el conflicto riograndense y necesitaba el acuerdo. Sin embargo Rosas lo desconoció finalmente aduciendo que no garantizaba el respeto de la soberanía oriental. Seguramente lo ventajoso de su situación y la inactividad anglo-francesa decidieron a Rosas a no comprometerse con Brasil y llevar a cabo unilateralmente las acciones bélicas en territorio oriental.
 La inacción inicial de Oribe permitió el rearme y la organización de aprestos defensivos en Montevideo. ¿Qué razones motivaron tal retraso, injustificable si se tiene en cuenta que Montevideo quedaba a merced del ejército oribista? Hubo varias razones: una fue la necesidad de Oribe de, en primer término, hacerse fuerte en la campaña, desactivando el poder de Rivera que residía precisamente allí; otra razón era la estrategia global de Rosas de prolongar la guerra como modo de resistir los intentos intervencionistas europeos que, precisamente, buscaban poner fin al enfrentamiento.
 En el correr del año 1843 el caudillo entrerriano Urquiza auxilió a Oribe (luego de derrotar a los Madariaga que habían tomado el poder en Corrientes) con cerca de 4.000 hombres. Rosas era dueño de la situación.
 La capacidad de Rivera de reorganizarse en el lapso de demora del ejército de Oribe en cruzar el río Uruguay queda de manifiesto en la forma en que reunió 4.500 hombres de caballería en la campaña. En ese lapso el gobierno de Montevideo, a cargo del Presidente del Senado, Don Joaquín Suárez, no bien se enteró del desastre de Arroyo Grande encargó al general argentino José María Paz (que estaba en Montevideo desde noviembre de 1842 a raíz de disidencias con Rivera) la defensa de la ciudad al frente de un “Ejército de Reserva”. A fines de enero de 1843 Rivera apareció frente a Montevideo con su ejército con la pretensión de dejar en claro quién estaba al frente del gobierno. Dejó sin efecto el decreto de creación del Ejército de Reserva y nombró a Paz Comandante General de Armas de la Capital y Departamento de Montevideo.
 El general Paz y el Ministro de Guerra Melchor Pacheco y Obes reunieron unos 5.000 efectivos, entre ellos unos 1.400 negros libertos tras el decreto de diciembre de 1842 de abolición de la esclavitud (parcial, ya que no alcanzó a mujeres y niños).
 El ejército de la Defensa incluía además 2.500 legionarios franceses al mando del coronel Thiebaut (y organizado por el cónsul francés Pichon), 500 italianos comandados por Giusseppe Garibaldi, 500 argentinos y 300 guardias nacionales orientales. Estas cifras hablan a las claras del carácter netamente “foráneo” de las fuerzas del bando sitiado… y también del sitiador.
 El gobierno de la Defensa recurrió a impuestos forzosos para financiar los gastos de carácter militar pero, finalmente, tuvo que hipotecar todos los bienes públicos y, además, entregar la administración y recaudación de la renta aduanera a la ya citada Sociedad Compradora de los Derechos de Aduana creada en 1843. El principal beneficiario de estos movimientos, como vimos, es Samuel Lafone… y uno de sus socios, el comodoro Purvis.
 John Brett Purvis reaccionó de inmediato ante el bando de 1º de abril de 1843 lanzado por Oribe donde advertía en duros términos a los extranjeros “… que tomen partido por los infames rebeldes salvajes unitarios…serán también considerados como salvajes unitarios y tratados como tales”. El bando fue lanzado al mismo tiempo que la flota del almirante Brown se aprestaba a bloquear el puerto de Montevideo. Purvis ordenó el desembarco de tropas inglesas  como forma de proteger a los residentes de su nacionalidad a los que consideró formalmente amenazados por el bando de Oribe. El consulado francés hizo lo propio organizando una legión.
  A su vez el comodoro Purvis notificó a Brown que no permitiría la hostilización de Montevideo arguyendo que el gobierno de Su Majestad la Reina desconocía el ejercicio del bloqueo a terceras naciones (se puede decir, en otros términos, que se reservaba en exclusividad ese derecho).
 El gobierno de Montevideo tomó la acción de Purvis como apoyo tácito de Londres, pero la gestión emprendida de inmediato por el Oficial Mayor de Relaciones Exteriores, don Juan Andrés Gelly, ante los ministros británicos Mandeville y Hood solo obtuvo evasivas y excusas por no tener instrucciones oficiales para actuar. En cambio sí prosperaron las protestas de Buenos Aires ante Mandeville. El gobierno de Londres envió en julio de 1843 una desautorización a la acción del comodoro Purvis.
 Desairado, el comodoro decidió promover el envío del argentino Florencio Varela a Londres en agosto de 1843, como representante de los intereses de la Defensa y de los comerciantes anglo-orientales. La misión Varela iba con instrucciones de solicitar un empréstito y el formal apoyo anglo-francés en forma de una expedición armada; además de pedir la remoción de Mandeville y Hood por su insatisfactoria actuación en el conflicto.
 La misión Varela obtiene fracasos ante Lord Aberdeen en Londres y ante Guizot en París. Ninguno de los gobiernos se comprometió formalmente a intervenir… Pero un dato quizá revela que no todo está perdido. Varela vuelve al país pero, primero, pasa a Río de Janeiro el 20 de mayo de 1844. Allí deja constancia de que Aberdeen había deslizado la posibilidad de una intervención de acuerdo con Francia y Brasil. Al parecer, este es el antecedente directo de la misión Abrantes.

  LA CUESTIÓN BRASILEÑA

 El 20 de enero de de 1843 Pedro II nombra jefe de gobierno a Honorio Hermeto Carneiro Leao (jefe del Partido Conservador o Saquarema). Pedro II basaba su régimen en el sector de la aristocracia terrateniente (que se había visto perjudicada por Pedro I, que se apoyaba en la burguesía brasileña). Honorio, presionado por los intereses de los esclavistas terratenientes, y acosado por Gran Bretaña que pretende la abolición de la esclavitud, intenta aproximarse a Rosas. Por esa razón no protesta ante la intervención de Oribe en el Estado Oriental al mando de tropas de la Confederación; además tantea la posibilidad de establecer una alianza bi-nacional ante el embajador argentino Guido. El resultado de las gestiones es la firma de un tratado de asistencia militar mutua el 24 de marzo de 1843, ratificado tres días después por el Emperador. Sin embargo Rosas lo rechaza el 13 de abril y propone un acuerdo que incluya al gobierno de Oribe.
 Entonces cambia la estrategia brasileña. El jefe de Gabinete, Honorio, con Paulino desde junio en la cartera de Relaciones Exteriores, desconoce el bloqueo rosista en agosto, a través de su enviado en Montevideo Joao Lins Vieira Cansançao de Sinmbú. La reacción de Rosas no se hace esperar y ordena la expulsión de Buenos Aires del legado brasileño Ponte Ribeiro. El 14 de noviembre de 1844 se firma una alianza militar paraguayo-brasileña sobre la base del reconocimiento de la independencia de la República de Paraguay (declarada por el mariscal López el 25 de noviembre de 1842 y desconocida por Rosas.
 Estos escarceos diplomáticos coinciden con la ofensiva chilena del presidente Bulnes, que ordenó la ocupación del estrecho de Magallanes desatando un conflicto con Buenos Aires. La ocupación fue impulsada y defendida por Domingo Faustino Sarmiento, a la sazón exiliado en Chile, desde el periódico El Progreso.
  En febrero de 1844 cae Honorio y todo el gabinete conservador es sustituido por otro liberal (luzía), encabezado por el vizconde de Macahé y Ferreira França en Cancillería. Sin embargo la política exterior no experimentó cambios. Se apoyó al general Paz para que refuerce al anti-rosista  Madariaga en Corrientes. Además se logró la paz con los riograndenses el 6 de noviembre de 1844 en Bagé.
 En este contexto, en octubre de 1844 es enviado a Europa Miguel du Pin Almeida, vizconde de Abrantes, con la misión de gestionar la intervención francesa y británica en el Río de la Plata. Enterado de esto, Rosas se indigna y ordena a Guido comunicar el formal rompimiento de relaciones con Brasil. Sin embargo en febrero de 1845 Abrantes informa al gobierno de su país que en los planes “secretos” de Aberdeen y Guizot Brasil lleva todas las de perder. Por esa razón propone rechazar cualquier propuesta de intervención conjunta y entenderse con Buenos Aires. Entonces se evita el rompimiento.

DEFFAUDIS Y OUSSELEY

 La guerra se prolongó durante 1844. El precio del cuero subió debido a la escasez (provocada, entre otras razones, por el arreo de ganado desde el Estado Oriental a los saladeros riograndenses). Hubo derrumbes de casas comerciales, no sólo británicas.
 También se arruinaron comerciantes franceses y argentinos. Ahora había presión no únicamente desde Liverpool, Manchester y Le Havre. También los anglo-bonaerenses y anglo-orientales pedían la intervención europea.
 En París Thiers esgrimió argumentos apasionados ante Guizot favorables a la intervención en el conflicto platense. Algo similar ocurría en el Parlamento británico.
  La entente cordiale anglo-francesa venía dándose con altibajos desde 1830. El impulso de una de las fases expansivas de la economía capitalista requería de una acción tendiente a encontrar solución al interminable asunto platense. Un reciente fracaso anglo-francés en la cuestión texana entre México y Estados Unidos, catapultó la idea de dirigir una expedición con posibilidades de éxito en el Río de la Plata.
 La prensa jugó aquí un papel fundamental. Los principales periódicos de Londres y París (también los de Estados Unidos, España, Brasil y Chile), se hicieron eco de las “Tablas de Sangre” llevadas a Europa por Florencio Varela. La opinión pública se horrorizó con los crímenes atroces cometidos por el Restaurador y se creó una atmósfera antirrosista en la cual la misión conjunta francesa y británica aparecía revestida de una aureola romántica de lucha contra una tiranía cruel y salvaje.
 Pero Rosas también contra-atacó diplomáticamente. Presionó utilizando como factor de división la deuda de la Baring Brothers. Decidió destinar, hacia fines de 1844, los 5.000 pesos mensuales de indemnización al gobierno francés, acordados por el Tratado Mackau-Arana, al pago de la deuda con la Casa Baring. Al iniciarse el bloqueo anglo-francés Rosas suspendió dicha operación, originando oleadas de protestas y presiones contra la intervención en plena City.
 Los términos de la intervención fueron fijados por la cancillería francesa y luego aceptada por la parte británica. Se autorizaba el uso de la fuerza siempre y cuando no se llegara a un acuerdo sobre la base de la libre navegación de los ríos. De éste modo se aplicaba en América una cláusula de 1815 del Congreso de Viena que, a instancias de Inglaterra, garantizaba la libre navegación de los ríos europeos.
 El uso de la fuerza por vía terrestre sólo se le permitía a Brasil, si bien no se lo autorizaba a interferir en los posteriores acuerdos de límites. Ésta cláusula fue la que indignó al marqués de Abrantes y a todo el gobierno brasileño. En realidad las potencias europeas pretendían garantizar formalmente la independencia del Estado Oriental y la integridad territorial del mismo, principio geopolítico que Gran Bretaña venía incentivando desde 1828. Finalmente se pretendía poner fin rápidamente a una guerra que estaba poniendo nerviosos a los mercados.
 El ministro inglés Ousseley llegó al Plata a fines de abril de 1845  en reemplazo de Mandeville, quien no ocultaba sus simpatías hacia Rosas. Al mes arribó el legado francés Deffaudis acompañado del capitán Page (recomendado por Mackau debido a su amistad con Rosas).
 Ambos enviados expusieron las condiciones ante Rosas: cese de hostilidades, retirada de los ejércitos argentinos de tierra y fuerzas navales, y otorgamiento de garantías a los exiliados argentinos. En mayo Ousseley solicita a Oribe el cese de hostilidades. Las respuestas fueron negativas en ambos casos. Rosas pidió el reconocimiento de Oribe como presidente oriental y el mantenimiento del bloqueo de Brown a Montevideo. Oribe respondió con un bombardeo sobre Montevideo.
 Los ministros interventores decidieron presentar un ultimátum: dieron plazo hasta junio para el retiro de tropas de la Confederación del territorio oriental. Invocaron el respeto de los tratados de 1828 y 1840, haciendo hincapié en que, al no estar más el presidente Rivera ejerciendo sus funciones (siendo el causante del conflicto), no existía motivo para la intervención en procura de derrocar un gobierno y sustituirlo por otro. Tal acto era atentatorio de los tratados internacionales
 Precisamente Rivera había sufrido una grave derrota en India Muerta el 27 de marzo de 1845 ante el ejército de Urquiza. Rivera debió retirarse al Brasil donde pidió protección al conde de Caxías. Fue detenido, finalmente, en Río de Janeiro.
 En agosto de 1845 Oribe convoca la Legislatura disuelta por Rivera en 1838 con el objetivo expreso de demostrar a los interventores que presidía un gobierno constitucional. La Legislatura fue presidida por Carlos Anaya. Hasta ese entonces Oribe había gobernado en solitario, como “Presidente Legal”. También se instauró un Tribunal Superior de Justicia. La Legislatura restaurada realiza, como uno de sus primeros actos, la ratificación de la dictadura de Oribe. No todos dentro del gobierno del Cerrito estuvieron de acuerdo con esto. Las sesiones de la Legislatura quedaron clausuradas en diciembre de 1845.
 Por otra parte, el desastre de India Muerta desmoralizó a la Defensa. El gobierno de Montevideo decidió entregarse por entero a manos de los interventores. Por decreto de agosto de 1845 el gobierno de Joaquín Suárez rompe los lazos con Rivera y nombra a Anacleto Medina jefe del ejército en Campaña supeditado al Ministerio de Guerra. A la vez el decreto establecía que Rivera no podía ingresar al territorio nacional sin expresa autorización del Ministerio de Guerra. La medida buscaba distanciarse de Rivera, eliminando la causa esgrimida por Rosas para la intervención, allanando el camino a la misión franco-inglesa.
 La ayuda logística de la escuadra interventora se concretó de inmediato. Con su apoyo el gobierno de la Defensa se decidió a realizar un contraataque. Un ejército al mando de Garibaldi efectuó un raíd victorioso en el que se recuperó la isla Martín García y, luego, remontó el río Uruguay rumbo a Salto donde libró el combate de San Antonio (febrero 1846). Los éxitos resonantes de Garibaldi provocaron el regreso de las tropas orientales refugiadas en Río Grande después de la derrota de India Muerta.
  A todo esto en abril de 1846 Fructuoso Rivera retorna al país y se dirige a Montevideo a ajustar cuentas con el gobierno. Promueve un motín militar y se hace nombrar General en Jefe del Ejército de Operaciones. Investido con este cargo organiza las fuerzas y las lanza a la reconquista del territorio oriental. Obtiene triunfos resonantes con ayuda anglo-francesa y regresa a Montevideo a fines de 1846 a recibir honores. Sin embargo debe partir pronto al frente de batalla. Obtiene un último triunfo en Paysandú, pero luego es derrotado en Salto ante fuerzas invasoras. Para febrero de 1847 toda la campaña volvía a quedar en poder de Oribe. Las plazas de Colonia y Maldonado fueron evacuadas a mediados de 1848. La Defensa quedó nuevamente confinada a Montevideo y el gobierno decide nuevamente desterrar a Rivera.
 El 20 de marzo de 1848 es asesinado el redactor del diario “El Comercio del Plata”, Florencio Varela, en un confuso incidente. Muchos apuntan entonces al entorno de Oribe y Rosas como el responsable.

 Juzgar la acción de los gobiernos del Cerrito y la Defensa en momentos de excepción como aquellos en los que se desempeñaron no es fácil y tampoco es nuestra intención. Ya expusimos un pantallazo de lo ocurrido en el Cerrito, donde todo pasa por Oribe necesariamente. En Montevideo, el 14 de febrero de 1846, un decreto del Ejecutivo disuelve la Legislatura y la sustituye por una Asamblea de Notables y un Consejo de Estado (reducidos ambos órganos a una función consultiva). La oposición a esta medida se acalló de inmediato con un decreto donde la disidencia de obra, palabra o divulgación escrita sería penada por la justicia. La nueva coyuntura política así establecida debió enfrentar la crisis militar surgida tras el retorno de Rivera.
 Anteriormente hubo de enfrentar la Defensa una crisis militar suscitada en motines protagonizados por el Ministro de Guerra Pacheco apoyados por las legiones francesa de Thiebaut e italiana de Garibaldi contra Venancio Flores. A fines de 1844 Flores se impone, asume la Comandancia de Armas y destierra a Pacheco a Río Grande. Sin embargo a fines de 1845 Pacheco regresa de su exilio con autorización del gobierno y reasume su cargo en el ministerio de Guerra. Flores evita irse del país por mediación de la Comisión Permanente.
 A principios de 1846 reaparece Rivera y se desata una nueva crisis. El 1º de abril estalla un motín y dimite Pacheco. En 1847 prosiguieron las agitaciones militares al enfrentarse dos facciones: una, dirigida por Garibaldi, era partidaria de la guerra, y otra, al mando de Flores, aparecía como favorable a la pacificación. La acción de Le Predour, comandante francés, apoyando al Ministro de Guerra de la Defensa, el coronel Batlle, evitó el derramamiento de sangre.
 La actitud de Rivera en la campaña, donde pidió refuerzos a la Defensa y, a la vez, tentó un acuerdo de paz unilateralmente con Oribe en Maldonado, resolvió al gobierno de Joaquín Suárez a destituirlo y desterrarlo. La reacción en Montevideo no se hizo esperar: los partidarios de Rivera y del entendimiento pacífico con el enemigo, fueron reprimidos. A fines de abril de 1848 hubo un decreto de estado de sitio, suspensión de garantías individuales y deportaciones de opositores con motivo de incidentes en las elecciones de Alcalde Ordinario y Defensor de Menores.
 De destacar es que, pese a todo esto, el gobierno de Joaquín Suárez no recibió ataques directos ni cuestionamientos de importancia.

 LA INTERVENCIÓN

 Una vez rotas las relaciones entre los interventores y el bando rosista comenzaron las acciones efectivas. Hubo desembarco de tropas en Montevideo para reforzar la defensa. Además se apoderaron de la escuadra de Brown enviando a la tripulación a Buenos Aires. También se bloqueó el Buceo y otros puertos de Oribe. Después se ocupó la isla Martín García y bloqueó el puerto de Buenos Aires.
 Rosas contraatacó con notas de elevado tono a los interventores. Pero también intentó una salida diplomática. Envió una propuesta al Encargado de Negocios de Francia, barón de Mareuil, sobre la base del reconocimiento de Oribe como presidente oriental. Luego envió otra propuesta similar a Deffaudis y a Ouseley. Ambas fueron rechazadas.
 De inmediato se produjo un ataque en la Vuelta de Obligado, donde la escuadra interventora quebró el bloqueo de la embocadura del Paraná dispuesto por Rosas. La acción en realidad desató la indignación de las provincias de la Confederación y produjo una reacción opuesta a lo esperado.
 Un episodio de este conflicto merece mención especial: la concentración de residentes franceses e ingleses ordenada por Oribe en Durazno, trasladándolos desde Colonia. La mayoría de ellos fueron obligados a ingresar al Ejército y el resto permaneció en calidad de detenidos. Los ministros interventores protestaron  ante esta medida.
 Las acciones de los interventores, unidas a un préstamo de 360.000 pesos gestionado por los propios ministros interventores, generaron un auténtico boom en Montevideo entre 1845 y 1846. La población creyó que la guerra llegaba a su fin. De hecho el gobierno sancionó una ley de indulto y olvido completo del pasado. Se hablaba de concordia y conciliación nacional. Se suprimió la divisa colorada y se la sustituyó por la escarapela nacional. Se empieza a publicar un órgano de prensa llamado “La Nueva Era”, favorable a la concordia y la reconstrucción nacional por encima de los bandos. Todo fue una burbuja. A mediados de 1846 la escuadra inglesa debió retirarse a El Cabo por órdenes dictadas en Londres.
 La retirada inglesa se venía anunciando dado el hecho de que el gobierno de Robert Peel venía declarando que no existía estado de guerra con la Confederación. También el gobierno francés declaró lo mismo ante los reclamos de Rosas debido a los actos de la escuadra efectuados sin previa declaración de guerra. En julio de 1846 Aberdeen envió al Río de la Plata a Thomas Samuel Hood, simpatizante de Rosas, a mediar en el conflicto. La mediación se hacía en el mejor momento de la contraofensiva de Rivera contra Oribe.
 Las nuevas bases propuestas por Hood para el cese del fuego en un principio parecieron ser aceptadas por todas las partes. Durante quince días, mientras se realizaban las negociaciones, hubo suspensión de hostilidades y confraternización entre ambos bandos orientales. A pesar de dictarse medidas restrictivas respecto a las visitas hubo un auténtico aluvión de gente que traspasó las líneas para saludarse. El fenómeno tendría una repercusión profunda en el imaginario colectivo como un hito fundamental en la consolidación de la identidad nacional oriental.
 Sin embargo primaron las diferencias entre Oribe y Suárez debido a recelos originados en el hecho de que Hood llamaba “presidente” a Oribe, y los interventores llamaban “Gobierno del Estado Oriental” al de Suárez mientras que a Oribe solo lo llamaban “General”… Estos malentendidos dieron al traste con las negociaciones. Los rumores que corrían en el campo sitiado de que la misión Hood reconocía la legitimidad del gobierno de Oribe, provocaron la reacción de Suárez: ordenó el cese de toda comunicación con el otro bando. De inmediato Oribe decreta el reinicio de las hostilidades.

  LAS ÚLTIMAS MISIONES EUROPEAS

 En mayo de 1847 los ministros Ouseley y Deffaudis anuncian formalmente a Suárez su retirada y el fin de la intervención anglo-francesa. El nuevo viraje diplomático inglés tiene orígen en las presiones de los grupos de intereses anglo-bonaerenses en la City. Si bien Francia estaba atada a intereses franco-orientales se plegó a las directivas londinenses para preservar la alianza que la unía a Inglaterra.
 Otra causa de lo ocurrido era el inicio de una crisis agraria que se profundizaría en 1847, coincidiendo con una depresión económica motivada en el déficit de la balanza comercial con Oriente (crisis del opio). Tal coyuntura desfavorable produjo repercusiones sociales: el cartismo en Inglaterra y la agitación obrera en Francia que desembocaría en la revolución liberal de 1848. El 10 de abril de 1847 una inmensa movilización obrera en Inglaterra amenazó con establecer una república democrática. El gobierno se dispuso a enfrentar la amenaza con la fuerza, pero finalmente el asunto se resolvió a través de la satisfacción de ciertas peticiones presentadas en las “cartas” de los obreros. Desde 1846 Londres, presionado por los banqueros, quería liquidar el asunto platense.
 En 1847 arriban  al Plata dos nuevos emisarios diplomáticos: Lord Howden por Gran Bretaña y el conde Waleski por Francia (acompañados por el comodoro Hebert y el capitán LePredour al mando de la escuadra conjunta). Su primer acto fue pactar un cese de hostilidades en el Estado Oriental mientras se negociaba en Buenos Aires un tratado de paz definitivo.
 La misión Howden-Waleski pretendió entenderse con Rosas respecto al status de Oribe (admitiendo llamarlo Presidente de la República, mientras reservaba a Suárez el tratamiento formal de “Presidente Provisorio”). También se permitía formalmente el entendimiento de Rosas con Oribe a fin de pactar mutuamente el retiro de tropas de territorio oriental, mientras que los aliados europeos se comprometían al retiro inmediato de la escuadra conjunta. Pero no cedían en la cuestión de la libre navegación de los ríos: no los reconocían como “ríos internos” aduciendo que tenían partes navegables bajo soberanía de países independientes. El oficio contravenía la tesis de Hood, admitida en 1844 por Canning, que concedía al Paraná el carácter de río interno y al Uruguay como arteria conjunta argentino-uruguaya. Éste es el quid de la cuestión de la férrea doctrina rosista de no reconocer la independencia paraguaya y guardar las formas respecto a la independencia oriental siempre que esté bajo su supervisión: el control de los ríos.
 Rosas rechazó de plano los oficios presentados por los nuevos ministros mediadores. Oribe y Suárez también rechazaron las bases una vez les fueron presentadas. Suárez se aferró a la posición de no levantamiento del bloqueo, única garantía de no quedar a merced de Oribe y de Rosas. Howden, por toda respuesta, retiró la escuadra y las tropas inglesas. Francia mantuvo un tiempo más el bloqueo.
 En ese momento se produce la reacción dentro del Gobierno de la Defensa, promovida por el General Flores (e intentada previamente por el propio Rivera), de buscar una salida negociada entre orientales al conflicto. El movimiento militar pretendió imponer una actitud “pacifista” (tendiente a un acuerdo pacífico con Oribe). Suárez resolvió sustituir a Flores por el coronel Villagrán en la Comandancia de Armas. La guarnición al mando del coronel Larraya se amotinó y el recién nombrado Villagrán presionó ahora a Suárez para que se busque una solución pacífica al conflicto. El motín culminó con una reunión entre Suárez y los promotores del mismo. Hubo mediación de las autoridades francesas a favor del gobierno. Las cosas volvieron a una relativa “calma”, y la solución entre orientales no se llevó a efecto.

 En marzo de 1848 arriba a Montevideo la cuarta misión diplomática europea a cargo del capitán de la marina británica Robert Gore y del comisario francés barón Gros. La misión intentó pactar directamente con el “brigadier general” Oribe una amnistía plena y total a los habitantes de Montevideo y seguridad para los extranjeros en caso de tomar la plaza. Londres, formalmente, entregaba la situación a Oribe. Éste aceptó la oferta, aunque se dirigió a ambos diplomáticos europeos en calidad de “Presidente”. Luego se propusieron las bases a Suárez, el cual también aceptó, además de avenirse a una reunión con Oribe.
 La misión Gore-Gros se cimentaba sobre la base de la rendición de Montevideo y el reconocimiento de la presidencia legal de Oribe. A pesar de conocerse tal planteo, que provocó resistencia en el interior del gobierno de la Defensa, el documento fue firmado por las dos partes orientales enfrentadas.
 Pero la presión de Rosas hizo fracasar el armisticio. A sabiendas de que quedaba fuera del pacto presionó a Oribe para que se retracte y se negó al retiro de tropas argentinas del territorio oriental. Pretendía así salvaguardar los derechos soberanos de las repúblicas platenses. Además doblaba la apuesta ante un enemigo que parecía estar doblegado por el peso de las circunstancias desfavorables.
 En Francia una revolución popular hizo caer la monarquía burguesa de Luis Felipe. Hubo elecciones y sube al poder Luis Napoleón, vinculado a los intereses británicos y a los de las altas finanzas internacionales (monopolizadas por las bancas Rothschild y Baring). Londres tiene un ojo puesto en estos hechos y otro en la amenaza de desintegración del Imperio Austríaco (pieza clave en el equilibrio de poderes europeo favorable a Gran Bretaña).
 Rápidamente Palmerston decidió entenderse con Rosas enviando a Buenos Aires a un “amigo”, Southern. Éste venía con instrucciones de pactar a cualquier y precio y así sucedió, suscribiéndose la Convención Arana_Southern el 24 de noviembre de 1849, donde se reconocía la soberanía de Rosas sobre los ríos. También presionó a Francia para que termine con su presencia aún activa en la zona. Le Predour se vió obligado a retirar todas sus fuerzas y firmar dos tratados claudicantes ante Rosas el 31 de agosto de 1850 y ante Oribe el 13 de setiembre.
 No obstante el ministro Gros gestionó un subsidio de 40.000 pesos para sostener al tesoro público de la Defensa, que había quebrado al quedarse sin los ingresos aduaneros. Meses después del retiro oficial de las fuerzas francesas hubo un nuevo desembarco de 400 artilleros galos en Montevideo. En el Parlamento británico el ministro D’Israeli acaudilló las furibundas protestas contra la política de Palmerston de obsequiar Montevideo a Rosas.
 En enero de 1849 el gobierno de Luis Napoleón ordenó al almirante Le Predour entenderse directamente con Rosas y Oribe, prescindiendo del gobierno de la Defensa, y liquidar el asunto definitivamente. La presión de la burguesía industrial de Burdeos desde fines de 1848 sobre el nuevo régimen francés decidió a éste a poner fin como sea a la cuestión platense. La fórmula final de los acuerdos fue el reconocimiento de Oribe como Presidente (el gobierno de Suárez era llamado “gobierno de Montevideo” o “autoridad de hecho”) y se le concedía el derecho de dirigir la elección de representantes para los comicios electorales. El gobierno de Suárez aceptó el nuevo armisticio pero rechazó los tratados. A este respecto envió una misión a París a cargo del general Pacheco y Obes. La consigna de la misión era lograr que Francia e Inglaterra fueran garantes de un pacto en el que se reconocieran los derechos de las dos partes (el Cerrito y la Defensa).
 La misión Pacheco y Obes consiguió atraer la opinión pública hacia la causa de la Defensa y volcó al Parlamento francés en contra de los tratados Le Predour. El gobierno francés votó nuevos empréstitos al gobierno de Suárez, pero se negó a cualquier intervención militar… pese a la presión de Thiers que era partidario de la guerra.
  Como concesión al belicoso Thiers se envió al Plata una expedición de 1.500 hombres al mando del coronel Bertin de Chateau como apoyo a las nuevas negociaciones de Le Predour en abril de 1850. La nueva entrevista con Rosas y Oribe, bajo presión del gobierno francés, la alta burguesía francesa y de representantes de los intereses franco-orientales (tanto en Montevideo como en la zona controlada por Oribe), ratificó los tratados anteriormente suscriptos. La Asamblea Nacional de París dio visto bueno a los tratados aún pese a las protestas de Pacheco y Obes.

 MANUEL HERRERA Y OBES Y EL IMPERIO DE BRASIL

 Dos frases, de su propio puño y letra, ilustran el carácter del doctor Manuel Herrera y Obes: “De América vienen todas las desgracias, por intermedio de sus caudillos” y “Sólo el amor al orden y al trabajo, la educación industrial, la asociación con el europeo, pueden mejorar la situación de nuestro pueblo”.
 No obstante lo expuesto terminará el nuevo canciller de la defensa, el mismo autor de las frases arriba expuestas, proponiendo una solución americana (“política americana”) al conflicto armado. En el plan de Herrera y Obes las potencias europeas, por vez primera, quedaban excluídas, y se intentaba crear un frente común con Urquiza y el Brasil. Herrera y Obes supo ver la oportunidad única que le ofrecía la nueva coyuntura internacional.
 Un cambio fundamental en la política económica de la Gran Bretaña se estaba volviendo contra Rosas. Las islas, debido al aumento de la población urbanística (producto del desarrollo industrial maquinista), sustituye la cría de lanares (sustento de la industria textil) por la de vacunos con fines de satisfacer el consumo interno. Debido a esta coyuntura Inglaterra pasa a importar lana y cereales. En esta nueva situación comercial internacional la economía






ganadera rosista basada en el cuero y el tasajo pasaba a ser un anacronismo. Además contradecía la política anti-esclavista de Gran Bretaña en el sentido de que tal producción satisfacía las demandas de países esclavistas como el Brasil con los que Londres estaba en abierto conflicto. Precisamente la abolición de la esclavitud era parte de la nueva política económica británica, que buscaba controlar los precios de los productos que importaba (la utilización de esclavos abarataba los costos de producción).
 El nuevo foco de desarrollo en la Confederación estaba ahora en Entre Ríos, que se había convertido rápidamente en un polo de producción ovina capaz de satisfacer las demandas del mercado británico. Sin embargo la política centralista y proteccionista de Rosas conspiraba contra el desarrollo económico del Litoral… y perjudicaba los negocios del propio Urquiza. Desde 1847 Herrera venía siguiendo esta situación e inició gestiones con el caudillo entrerriano. Enterado estaba el canciller de la Defensa de los “tráficos irregulares” de oro, carne salada y otras mercaderías que el agente urquicista Antonio Cuyás y Sampere efectuaba en Montevideo, contraviniendo las estrictas órdenes de Rosas.
 Para 1850 el legado brasileño Pontes comienza a tantear una aproximación al caudillo entrerriano moviendo los hilos tejidos por Herrera y Obes.
 Durante 1849 Brasil se mantuvo neutral o expectante en el conflicto platense. Pero las relaciones con el gobierno de Oribe fueron de mal en peor. Además debía hacer frente a Gran Bretaña que, prácticamente, le había declarado la guerra con el “bill Aberdeen” que autorizaba el asalto de los buques negreros. Brasil procuró a través del llamado “plan Buvental”, una alianza con Francia para enfrentar a Rosas y a Inglaterra. Esta política era apoyada por una alianza entre saquaremas y luzías conservadores (la “entente del orden”), que también hacía la vista gorda ante las “californias” efectuadas en territorio oriental por el fazendeiro caramurú Francisco Pedro de Abreu, barón de Jacuhy (“Chico Pedro”).
 El 8 de abril de 1850 una “california” de 8.000 hombres invade el territorio oriental, pero es destrozada por tropas conducidas por Andrés Lamas en Itacumbú el día 12 de abril. Chico Pedro se salvó de milagro. El incidente provoca la rápida reacción de Rosas. Buenos Aires rompe relaciones con el Brasil el 15 de abril. El Emperador ordena la movilización de tropas a la frontera, esperanzado en que la misión Le Predour a Buenos Aires terminaría también en rompimiento de relaciones con Rosas.
 Nada de eso ocurrió. El gobierno de Brasil, consciente de la situación internacional adversa, imprime un giro radical a su política. Pone fin a las “californias” y ofrece satisfacciones al legado argentino Guido. Al multiplicarse las agresiones inglesas en mayo y junio, se decide ceder a las presiones del gobierno de Londres en julio de 1850. Se expulsa a los negreros y se pone fin al tráfico esclavista. A partir de ese momento un agente de los intereses de la banca Rotschild empieza a actuar en Montevideo y en Entre Ríos: Irineo Evangelista de Souza, barón y luego vizconde de Mahuá, el más rico e influyente banquero y empresario del Imperio.
 Lo que sigue a continuación es una auténtica obra maestra de la diplomacia internacional. El resultado fue que Brasil y Gran Bretaña salieron ganando ampliamente, mientras que el pequeño Estado Oriental sobrevivió debiendo ceder ante los apetitos de los poderes internacionales en aras de conservar su independencia y su integridad nacional. Quizá no muchos estarán de acuerdo con esta apreciación, pero el hecho de que, en medio de la contínua derrota, una comunidad no muy homogénea mantenga una voluntad firme de mantenerse independiente nadando a contra corriente de los poderes hegemónicos de turno resulta un dato valioso a la hora de entender ese fenómeno muchas veces irracional de las identidades y las pertenencias a determinadas comunidades.
 Brasil se propuso tener bajo control tanto al Estado Oriental como la Confederación Argentina, borrando de un plumazo todo posible foco populista desestabilizador del orden político regional y, a la vez, lograr la libre navegación de los ríos (objetivo que lo unía a Gran Bretaña). Ahora bien, destaquemos claramente que Brasil actuaba solo y en defensa de sus propios intereses. Éstos se vieron afectados en el momento en que se supo en Río de Janeiro que Londres y ahora París estaban dispuestos a entregar Montevideo a Oribe y la Banda Oriental a Rosas. Brasil no estaba dispuesto a consentir tal concesión que convertía a Rosas en un poder regional demasiado fuerte.
 El barón de Mauá contactó al legado uruguayo Andrés Lamas (designado por el canciller Herrera y Obes el 9 de noviembre de 1847 como pieza clave para lograr el apoyo brasileño) y firmó dos contratos con él: uno el 21 de agosto de 1850 y el otro el 7 de setiembre. Brasil sustituiría a Francia como financista de la Defensa. Se comprometía a abrir en Londres una cuenta a nombre de Melchor Pacheco y Obes con el objetivo de reclutar soldados. A la vez se enviaban armas a Montevideo y se saldaban las deudas del gobierno. A cambio de esto el Estado Oriental pagaba un alto coste: quedaba supeditado a suscribir un convenio de límites, navegación y comercio con Brasil, y establecer un gobierno estable apoyado por Río de Janeiro.
 A todo esto las relaciones con Rosas se deterioraron con rapidez. Rosas tomó como excusa la cuestión de las californias para, finalmente, anunciar a través de Guido la ruptura de relaciones el 11 de setiembre (el 2 de octubre el ministro argentino abandona Brasil). A la vez  un nuevo incidente pone tensas las relaciones con Gran Bretaña, que está decidida a no tolerar las “distracciones” de Brasil respecto a la cuestión de la abolición de la esclavitud.
 En este momento, precisamente el 24 de enero de 1851, Urquiza hace conocer su plan a través de su agente Cuyás y Sampere al legado brasileño Pontes. Allí propone una alianza con el Imperio para deponer a Oribe y hacer elegir a Garzón como presidente oriental. La respuesta de Ponte Ribeiro el 11 de marzo instruye a Urquiza para que “…se declare y rompa con Rosas de una manera clara, positiva y pública”. A la vez advierte que Brasil estaba resuelto a ir a la guerra “con o sin la adhesión y cooperación de Urquiza”.
 El 1º de mayo Urquiza firma el decreto en el que la provincia de Entre Ríos asume el manejo de las relaciones exteriores. Recién el 13, sin embargo, publica el decreto, llamado el ¨Pronunciamiento”. El 29 de mayo de 1851 se suscribe en Montevideo el tratado de alianza que une a la Defensa, Entre Ríos y el Imperio contra Rosas.

 EL JUEGO BRITÁNICO

 El 19 de julio de 1851 se produjo la invasión del Uruguay por tropas de Urquiza. El 3 de agosto la Defensa rompe el armisticio e inicia hostilidades contra Oribe.
 Gran Bretaña intentó al principio mediar en el conflicto pero, para julio se tuvo pleno conocimiento en Londres del pronunciamiento de Urquiza. En vez de hostigar a Brasil, como hasta el momento lo venía haciendo, Palmerston dispuso las piezas de modo de allanar el camino a la coalición contra Rosas. El 8 de setiembre dispuso la sustitución de dos agentes diplomáticos: Southern por Gore en Buenos Aires, y Hudson en Río de Janeiro. Southern había intentado impedir la guerra, procurando un entendimiento entre Rosas y Urquiza. Además denunció la actitud de hostilidad manifestada por el contralmirante británico Reynolds contra el régimen de Rosas. Huston, por su parte, era un abierto opositor a la política del ministro brasileño Paulino y se oponía a los manejos del Imperio en el Río de la Plata.
  Este movimiento no solo fue un mensaje positivo para los antirrosistas. También fue un mensaje negativo para Rosas, que contribuyó a su desmoralización.
 En setiembre, acosado por las fuerzas de Urquiza y Caxías, Oribe pide auxilio a las legaciones británica y francesa para pasar su ejército al lado argentino. Estas se excusan debido a que debían esperar instrucciones. De ese modo es obligado a negociar con sus enemigos. Finalmente se consigue llegar a un pacto ratificado por todas las partes el día 10 de octubre sobre la base de “ni vencidos ni vencedores”.
 El 21 de noviembre de 1851 se firma el convenio definitivo de alianza contra Rosas, donde Urquiza se compromete, entre otras cosas, a imponer la libre navegación de los ríos una vez fuera instaurado el nuevo gobierno. Abandonado por casi todas las provincias Rosas casi no ofrece resistencia en Caseros (3 de febrero de 1852). El restaurador se retiró a Southampton, conducido por un buque inglés. En 1853 la Gran Bretaña rubrica un ventajoso acuerdo comercial con Urquiza.

 EL FIN DE LA GUERRA EN EL ESTADO ORIENTAL

 La Paz de Octubre es el fin de la Guerra Grande en Uruguay. Lograda a base de pagar un alto precio. El 12 de octubre de 1851, mientras tropas brasileñas acampaban en el Cerrito, Andrés Lamas suscribía en Río de Janeiro los cinco tratados con el Imperio. Más que tratados fueron humillaciones, que consagraron el retorno a una situación similar a la de la Provincia Cisplatina. Clara muestra del papel que debió representar el Estado Oriental en el juego de ajedrez de las superpotencias, con el único objetivo de existir.

1) El tratado de alianza: enmascarado en un acuerdo de asistencia militar mutua, en realidad sancionaba el derecho de intervención brasileña en los asuntos internos del Estado Oriental. Debido a este tratado Brasil fue árbitro de la política oriental hasta 1856, y mantuvo un ejército de ocupación desde 1854 a fines de 1855. La coyuntura internacional favoreció al Brasil: la secesión de Buenos Aires (1852-61) y la guerra de Crimea (1854-56) neutralizaron a las potencias competidoras dejando las manos libres al Imperio.
2) El tratado de límites: que consagraba una nueva amputación territorial al Estado Oriental  y permitía al Brasil construir fortalezas militares en suelo uruguayo.
3) El Tratado de Prestación de Socorros: por el cual el Estado Oriental se endeudaba con el Imperio, poniendo como garantía las rentas públicas (incluyendo las aduaneras). Para administrar la deuda el barón de Mahuá fundará posteriormente una filial de su Banco en Montevideo.
4) El Tratado de comercio y navegación: se establece la libre navegación  del río Uruguay y sus afluentes. Se establece la neutralidad de la isla Martín García. Por 10 años se exime de impuestos a la exportación de tasajo uruguayo a Río Grande, y por 10 años se concede la libre exportación de ganado en pie a territorio brasileño. Se trataba de la virtual legalización de las californias y consagración de la extinción de los saladeros uruguayos (en 1854 solo quedaba en pie el saladero de Lafone).
5) El Tratado de Extradición: El Estado Oriental se obliga a entregar delincuentes comunes, perseguidos políticos y a devolver esclavos escapados a sus legítimos dueños. A su vez los estancieros brasileños en territorio oriental podrán conservar sus esclavos. O sea que no eran regidos por la ley nacional de abolición de la esclavitud.

 Todo hace suponer que el gobierno de Río de Janeiro especulaba con que, si la situación internacional le seguía siendo favorable, el Estado Oriental terminaría siendo absorbido por el Imperio. Sin embargo, como a menudo sucede en la historia, tal cosa no ocurrió. El sentimiento nacional salió tan fortalecido después de la guerra que pudo sortear las dificultades que debió padecer en las décadas sucesivas.

CRONOLOGÍA
 
SEGUNDA PARTE:
PROCESO DE FORMACIÓN DEL ESTADO ORIENTAL Y EL IMPERIALISMO ANGLO-FRANCÉS EN EL RÍO DE LA PLATA


1776: Establecimiento del Virreinato del Río de la Plata
1782: Carlos III dicta la Ordenanza de Intendentes
1806-07: Invasiones inglesas al Río de la Plata
1810: Revolución de Mayo
1811: Batalla de Las Piedras. Sitio de Montevideo. Misión Strangford: Armisticio hispano-bonaerense. Asambleas Quinta La Paraguaya y Panadería Vidal
1811-12: Gobierno del Ayuí
1812: Segundo Sitio de Montevideo
1813: Gobierno Económico de Guadalupe. Congreso de Tres Cruces
1813-20: Directorio bonaerense
1814: Decreto del Director de Posadas estableciendo la Provincia Oriental del Uruguay
1815-20: Liga Federal artiguista
1816-19: Asamblea Constituyente
1817-1822: Dominación lusitana de la Banda Oriental
1820: Derrota de Artigas en Tacuarembó. Caída del Directorio porteño y Pacto del Pilar
1822: Grito de Ypiranga
1822: Tratado del Cuadrilátero
1822-23: Crisis en la ocupación de la Provincia Cisplatina. Acción del Cabildo Representante y los Caballeros Orientales
1824-28: Dominación brasileña de la Provincia Cisplatina
1824-26: Congreso Constituyente
1825: Cruzada Libertadora. Gobierno Provisorio de Florida. Declaraciones del 25 de Agosto
1826-28: Guerra de las Provincias Unidas y el Brasil
1826-27: Gobierno Nacional de las Provincias Unidas
1828-30: Gobierno Provisorio del Estado Oriental
1828: Convención Preliminar de Paz
1830: Constitución del Estado Oriental
1830-34: Gobierno de Fructuoso Rivera
1835-38: Gobierno de Manuel Oribe
1831: Pacto Federal
1831-52: Confederación Argentina
1836: Batalla de Carpintería
1835-1845: Revolución Farroupilha
1837-39: Conflicto entre Rosas y la Confederación peruano-boliviana
1838: Asume Rivera. Acción de la Comisión Argentina en Montevideo
1838-40: Conflicto francés con el gobierno de Rosas
1839: Declaración de Guerra a Rosas. Rivera presidente constitucional. Comienza la Guerra Grande
1840: Convención Mackau- Arana
1841: Urquiza gobernador de Entre Ríos
1842: Batalla de Arroyo Grande. Proyecto “Uruguay Mayor”
1843: Oribe en el Cerrito. Sitio a Montevideo. Martín Suárez encargado del Poder Ejecutivo en el Gobierno de la Defensa. Misión Florencio Varela
1844: Urquiza vence a Rivera en El Sauce. Misión Abrantes
1845: Derrota de Rivera en India Muerta. Arribo de primera misión anglo-francesa. Combate de Obligado
1846: Riveristas derriban a Pacheco y Obes en Montevideo. Asalto de Paysandú por franceses y fuerzas de Rivera. Arribo de segunda misión europea
1847: Derrota de Rivera en Pan de Azúcar. Misión Hood. Inglaterra levanta el bloqueo. La Defensa destierra a Rivera
1848: Nueva misión europea. Francia levanta el bloqueo
1849: Convención Southern- Arana. Paz con Inglaterra. Convención Lepredour-gobierno del Cerrito
1850: Convención Arana- Lepredour. Paz con Francia. Invasión brasileña al Estado Oriental y reconocimiento brasileño de la independencia paraguaya
1851: Alzamiento de Urquiza. Alianza entre Brasil, Montevideo y Entre Ríos. Lamas firma tratados con el Brasil
1852: Derrota de Rosas en Caseros.

BIBLIOGRAFÍA DE LA PRIMERA Y SEGUNDA PARTE:
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